Estos juegos, ya saben, terminan cuando todos se dan por ganadores, que a lo mejor sólo significa asumir cada uno su parte en la estafa. En este póquer de vaqueros, boticarios y tenderos que han estado jugando PP, Cs y Vox con Andalucía, al final nadie ha salido con un dos de corazones sangrando en el pecho, ni con todas las monedas y dientes de oro del tapete, ni con el rancho embargado. Yo, la verdad, esperaba más. Más suspense, más sillas rechinando, más pianistas sudando, y hasta alguien rodando por el suelo de aquí a dos meses. Pero ya ven, después de tanto escupitajo de perdigón en la cantina, de tanto farol con ojos de serpiente y de tanto sombrero mexicano entre el sueño y la amenaza, todo se ha resuelto de repente, tras los turrones, como si sólo estuvieran esperando a que se terminara la cesta de Navidad. Tiene guasa: un desafío de cowboy que termina justo cuando llegan las rebajas, para ir a comprarse todos las botas.

El PP se lleva la presidencia de la Junta y el banderín del castillo socialista. Cs, con esa cosa de tentetieso que tiene Marín, consigue conservar el centro con sus medidos desplantes a Vox, y tocará ya poder de verdad, no sólo para inaugurar parterres, sino para manejar presupuestos de 30.000 millones y proyectarse hacia otras autonomías y hacia la Moncloa.

Yo, la verdad, esperaba más. Más suspense, más sillas rechinando, más pianistas sudando

Vox, por su parte, ha conseguido visibilidad, legitimidad, mucha tinta en los papeles y un paseo en calesa por las televisiones y por su público, que es muy de calesa. Sus sacerdotes con pinta de Mario Conde karateca dejaron claras sus prioridades, que ya dijimos que eran simbólicas: el género o las pililas en su sitio, el nombre de las estatuas bien puestos, las banderas bien plantadas, los inmigrantes a su lado de babor del mundo, y en ese plan. El acuerdo de Vox con el PP es, básicamente, una nueva enumeración de sus preceptos simbólicos, salvo el del género, que ha sido su concesión.

En realidad, esos puntos acordados son tan ambiguos y nebulosos que al PP le sirven para decir que los han apaciguado y a Vox para decir que ya están de reconquista cuando aún suenan los grillos. Pero Vox tampoco quería mucho más que ese simbolismo para su afición tan simbólica. En ese acuerdo se asoman una virgen grávida, un general con rotonda en el sombrero, una monja con toga, manos y cuadernos de hojaldre, la familia y uno más, un fígaro con arcabuz, los héroes matamoros y hasta un torero goyesco como un arlequín piconero. La ambigüedad hace que el acuerdo pueda dar sorpresas, apenas se empeñen luego en aclararnos su definición de familia, de tradición, de inmigración ordenada o de manoletina, quién sabe.

Vox tampoco quería mucho más que ese simbolismo para su afición tan simbólica

El juego ha acabado más o menos como todos tenían previsto, aunque tras enseñar demasiada taleguilla y demasiados intentos de poner banderillas al violín. Veremos qué pasa con el Gobierno que se forme y con un Parlamento donde te saquen de vez en cuando un capote firmado por Espartaco o se pida la palabra para el Espíritu Santo, que quizá pasará a la hora del ángelus como una enfermera con el carrito del desayuno. Todos ganan, aunque no todo lo que había en juego, pero aun así el premio es grande. Para unos, Andalucía como un nuevo continente, como un Perú de oro y pirámides vegetales, desperdiciado hasta ahora. Para otros, haber plantado en la política su muñeca flamenca o legionaria, con botijo y jamón y retreta, como la de los Morancos.

De todas formas, si quieren saber quién ha sido el ganador, miren los tiempos. Si se nota que Vox ha ganado ha sido en el tiempo. No han tenido que forzar, no ha hecho falta el último farol con el labio sudado y el reloj de bolsillo o la escritura de la mina en la mesa. No hemos llegado al vértigo ni Susana ha llegado a la esperanza. Lo de Vox me parece demasiada victoria, y demasiado fácil. Como si Juanma Moreno, en este ambiente de Far West, se rigiera al final por las campanadas de Cenicienta.

A ver Susana qué hace contra el viento, mientras le regresa la arena en la cara

A ver dónde llega Andalucía ahora, después de que descuelguen las bombillitas del nuevo tiempo, del cambio histórico o del refugio nuclear. Veremos si hay gobernanza o van a pasarse la legislatura repartiéndose las literas y las guardias como los quintos. Veremos si se organiza una resistencia en los cafés de los hospitales y en las clases de pretecnología del colegio, entre funcionarios descolgados y enchufados boqueantes. Y veremos si Susana sobrevive a Sánchez. O a ella misma recibiendo de vuelta los mismos argumentos que tanto utilizó con los brazos en jarra y Andalucía de refajo.

A ver Susana qué hace contra el viento, mientras le regresa la arena en la cara. Ahora, cuando el barman pasa la escoba tras la timba, y se lleva las cáscaras pisadas y el vino echado por la nariz, quizá descubra las cartas y las balas marcadas que no se usaron. Había prisa por todo, y así no hay quien haga guerras ni, seguramente, política.