Hacia Lledoners va un camino de lacitos amarillos, esteladas con dos coletitas cogidas y gasolineras como hórreos de ofrenda o de entierro vikingo del sol catalanista. Hacia Lledoners, cárcel ventorrillo, parece que el independentismo ha puesto sus sandías políticas a la venta por la carretera, en orillas de fragonetas y romanas, en puestecillos de milagros o de estafas. Hacia Lledoners van luces de aeródromo del desierto, de ovni del desierto, de iglesia de Elvis del desierto, de puticlub con palmeral de piernas del desierto. Hacia Lledoners va, pues, toda esa gente de viaje de casino, de alucine y rapto colectivo, de rocanrol de la cárcel, de culto de lentejuela y de vicio sentimental. En Lledoners no hay un mausoleo ni un purgatorio, sino una fiesta, un guateque de Peter Sellers.
Josep Rull salió de Lledoners la noche de Reyes, salió con la magia que había en los calcetines, salió vengándose de la huelga de hambre con el roscón, salió con el disfraz barbudo de escaparse de una cárcel de tebeo, pero sobre todo salió sin permiso del Tribunal Supremo, sólo con la vista gorda de la directora de la prisión o del apartahotel, Paula Montero. El hijo de Rull se había desmayado, o algo así, cosa que no puede obviarse sin más en unas Navidades dickensianas, pero sobre todo en el estado dickensiano general que sufre la Cataluña del procés.
En las cárceles de papá, en las cárceles de copos de nieve, en las cárceles que son un cielo bocabajo como las pistas de hielo y risas de los niños, no se puede dejar a alguien pasar la noche de Reyes como si fuera Edmundo Dantès, cosa de salvajes y de fachas, o sea de españoles, muy de cárceles cervantinas. La directora de la cárcel, o más que cárcel palacio de cristal, manda en su reino de Frozen y por un niño y un padre en mitad de una película de Navidad no va ponerse a mirar cosas de jueces. Eso sólo se les puede ocurrir a los españoles, que tienen cada uno dentro un Grinch liberticida y borbónico.
Lledoners es una fiesta, no ya como un día en que los niños no tienen que hacer caso a los padres, sino como cuando no hay padres
Lledoners es una fiesta, no ya como un día en que los niños no tienen que hacer caso a los padres, sino como cuando no hay padres, o sea la fiesta cervecera del adolescente, el desmadre a la americana que es Cataluña. No hay padre, o sea no hay ley. Si eso ocurre en toda Cataluña, que vive como sometida sólo a las reglas del strip póker indepe, por qué no iba a ocurrir en una cárcel, una cárcel con conciencia republicana, una cárcel por la libertad, y que, claro, no puede sino dejar en libertad a los que la habitan como si fuera una casita para pájaros, haciendo nido para la Causa.
En Lledoners, estos señores, presos o golondrinas, reciben en despachos como camarotes de capitán de barco, quitados a la enfermería o a la cocina; reciben sin hora o con la hora que quieran, con lista o sin lista, como médicos o tarotistas con consulta en casa. En Lledoners Jordi Sánchez puede hacer una fiesta de cumpleaños con todo el patio de la cárcel como mesón o como frontón, hasta dejarle apagar a él mismo las luces de toda la prisión, mientras los demás ya están en sus celdas con orinal y pijama de hierro. En Lledoners se puede celebrar el 1-O como un 4 de Julio o un Mardi Grass con collares, trombones y zancudos. En Lledoners, si se requiere, pueden entrar frondosos cáterings, carritos de postre como pagodas, payasos con caniche de globo o enanos de juerga de Ava Gardner. En Lledoners hay horario de oficina para los que tienen allí la oficina y horario de pub para los que tienen allí también el pub tras la oficina. En Lledoners no sé si falta sólo el de la antena parabólica o el decorador de camas de agua, a lo Pablo Escobar, que se construyó su cárcel como su Xanadú, y al que le traían las putas en camiones, hasta allí, hasta La Catedral, nombre sin ironía intencionada pero muy poética.
Hasta Lledoners llegan tractores iluminados como barcazas con la patrona, toda la cera de los coros de villancicos y de las vigilias como un pentecostés de espiritistas de gas, toda la lujuria sentimental y el cargamento de carne, marfil, bombillas y calderilla del casino ideológico indepe. A Lledoners apuntan los carteles de discoteca o de parrillada o de club de Tony Soprano. Lledoners es una película hawaiana de Elvis ya gordo o mafioso, el rock de la cárcel con cocos en la cabeza o en las tetas. Lledoners es una fiesta, una fiesta nacional, la madre de todas las fiestas, un guateque con elefante indio y espuma de cóctel, promiscuidad y baba. Dónde mejor va a celebrarse la fiesta de que no haya ley, sino en la cárcel. Lledoners es una fiesta y, como en todo el procés, claro, son ustedes los pagafantas que encima no van a probar ni una aceituna ni a llevarse a los morros un dulce piquito.
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