Resulta paradójico que se hable tanto de la memoria cuando da la sensación de que una parte de la sociedad española desprecia el pasado, por eso lo recrea, y evita asumir el presente como realidad incuestionable, por eso lo enmascara. Lo malo es que todo eso hace difícil imaginar un futuro sólido, ya que sin contraste con el pasado es difícil evitar errores, y sin análisis de la realidad es improbable alejarse de perniciosas utopías.
Todo lo que suena a tiempo pasado, se desecha. La experiencia se minusvalora. El oficio, que es una forma de acumular sabiduría, se desprecia. Se diseña el futuro con novedosas teorías a las que se les adjudica un éxito inequívoco o con vetustas opciones fracasadas a las que se maquilla con un moderno lenguaje. Se da por supuesto que la imaginación es propiedad privativa de la juventud y que la obsolescencia es cualidad irremediablemente asociada a la senectud. ¡Cuánto error! Hay jóvenes atrofiados por viejas ideas y eméritos capaces de dar esperanza de futuro.
Hay jóvenes atrofiados por viejas ideas y eméritos capaces de dar esperanza de futuro
Así que con la mirada en el futuro es bueno recuperar algo del pasado y algo del presente: la Transición y el bienestar.
La Transición fue, sin duda, el período de la historia contemporánea de España en el que se manifestó la grandeza de una sociedad que superó prejuicios del pasado para ganar el provechoso futuro en el que hemos vivido estos cuarenta años. Se llevó a cabo con el consenso, un ejercicio racional válido para acercar posturas distantes, un método de trabajo muy alejado del irracional sistema de cuotas o tantos por ciento al que se nos tienen acostumbrados últimamente.
En aquellos años se aunaron experiencia y conocimiento. Hubo respeto para todos, a unos por lo vivido y a otros por el novedoso conocimiento que aportaban. Nada fue gratis para nadie entonces. Hubo renuncias que, con el tiempo, se convirtieron en generosidad e incomprensiones que se tornaron en reconocimientos. Allí hubo equilibrio entre conocimiento y experiencia.
El bienestar es un compendio de cosas que proporciona la sensación de satisfacción y de tranquilidad. La realidad de hoy parece decir que existe insatisfacción por la cantidad de protestas que todos los días se producen, de la que nos dan cuenta los medios de comunicación a diario, e intranquilidad por la incertidumbre con la que asoma el futuro.
Me temo que la insatisfacción, más que por la situación real, es producto de ese extendido sistema de cuotas y tantos por cientos que hace omnipresente la existencia de comparaciones, donde siempre hay alguien con menos y nadie se conforma con ello. Con ello se propicia una desigualdad inasumible. La satisfacción tiene que ver también con el hecho de que se reclame a las administraciones, como emanados de derechos universales, cosas que no lo son.
La insatisfacción es producto de ese sistema de cuotas y de tantos por cientos donde nadie se conforma
Incluso que las propias administraciones se auto-creen servidumbres que, sin contribuir al bien general, resultan ineficaces y finalmente onerosas para los contribuyentes. La intranquilidad sigue el camino de la incertidumbre, como todo aquello que tiene que ver con el futuro. Véase el ejemplo del sostenimiento del sistema de pensiones, la evolución del mercado de trabajo o las inesperadas e imprevisibles crisis. Así como la insatisfacción tiene mucho que ver con el colectivo que te rodea, la intranquilidad es mucho más personal e influye en el entorno próximo de la persona. Por eso aquí hay que recordar el esfuerzo que supuso la familia para superar las crisis personales.
Sentar certezas, ya sea asumidas del pasado o extraídas del presente, es camino inexcusable para romper con ese estado de ánimo. Así las cosas, hay certezas de ayer y hoy que merecen la pena recordar para el futuro como son: la generosidad de la sociedad española, el buen resultado que se obtuvo del equilibrio entre conocimiento y experiencia en la formación de la estructura social, el olvido del sectarismo y la búsqueda del bien general, todas ellas signos reconocibles de la Transición.
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