Rajoy ya es un viejito con huerto, pero Aznar sigue siendo el emperador oscuro. El marianismo lo redujo a un regatista o a un enganchado a la espinaca, o al mesonero de la Gürtel, aquella mala digestión de merengue que casi se carga al PP. Pero Aznar, mal recibido en todas las cenas desde entonces, seguía guardando y cuidando, como una colección de sombreros tejanos, su modelo de partido, que es una derecha morrocotuda, del centro al fachilla, con el dinero ordenado pero también los mapas y las ideas y los valores y los límites.

Yo creo que el nuevo arreglo del himno del PP, que no sé si es épico pero desde luego es agónico, entre el ritmo de zafarrancho y el de las galeras, es sobre todo un himno para Aznar, que es una especie de Terminator viejo, mil veces muerto y remachado. El nuevo himno, con bazokazos y rayos láser, era para el emperador. Hasta en un stand de Nuevas Generaciones, oscuro y ozónico, como un laboratorio del CSI, habían hecho un casco de soldado imperial de La Guerra de las Galaxias, con una impresora 3D. No sé qué pegaba eso ahí, salvo para decir que ha vuelto el viejo emperador, ante el que Casado parecía R2D2, y que hay un combate en la galaxia de la derecha entre el cromado y el ante, entre la Fuerza y la garrocha.

El nuevo arreglo del himno del PP es sobre todo un himno para Aznar, que es una especie de Terminator viejo, mil veces muerto y remachado

La gente posaba para fotos de orfeón mientras los ponentes segundones hacían televenta con los milagros económicos de Aznar y Rajoy y con el europeísmo. Pero esperaban al emperador, con su capa de las Azores, no sé si por adoración o por el morbo de las reliquias. Cuando llegó Aznar, entre tamboradas de emperador con máscara o de King Kong liberado, el público formó círculos y ondas, entre el respeto y la duda. A Aznar quizá le brillaba un ojo rojo, todavía online, pero estaba serio, como el que ha hecho todo lo que podía para recuperar el imperio y, justo entonces, cuando vence Casado heredando su partido como la navajita de nácar del abuelo, se topa con el lado oscuro de su proyecto, Vox. A Aznar, viejo emperador que posa ya para gárgola, parece que le han amargado su muerte y su testamento, como el de un gran comerciante veneciano. Yo diría que había miedo a escuchar a Aznar, por si había sopapos o asfixias sólo al levantar el guantelete de la Fuerza. El ausente era Juanma Moreno, que no pudo venir por agenda o por viejos esparadrapos que hay sobre su nombre. Un sorayista que se ha convertido casi en el hombre con más poder del PP, ahí es nada. Pero a los andaluces los saludaban mucho. La reconquista, al final, eran ellos.

Aznar aún está en forma política. Ha ido hablando cada vez más como Fraga, con la boca y los pulmones por detrás de las palabras, pero todavía transmite electricidad y fuerza ante el atril. Aznar quiso cerrar heridas, porque no se “construye nada sobre la derrota de nadie”. Y eso que no hay casi nadie en el PP que no sea la derrota, la supervivencia, la victoria, la venganza o el descuartizamiento de otro.

Al final, Aznar lanzó un “¡viva España!”, como Marta Sánchez desde una fragata, y se bajó del atril más joven y casi más flaco. Y Casado también se levantó como más alto

Aun admitiendo que el PP es un partido con un proyecto que hay que actualizar, Aznar insistió en su modelo de partido morrocotudo, la derecha amplia, desde el centro a los barrancos en los que se despeñan perros o caballos de picador. “Abramos las puertas”, dijo. Quieren ser la “amplia mayoría”, cuando ya no hay mayorías, en realidad, y el propio Aznar tenía que contemplar desde el escenario el partido ateselado, en esta convención que parece una yincana en busca de brújulas y astrolabios ideológicos. Pero ésa sigue siendo su idea, esa mayoría, su centro derecha estrachatelado, liberal, centrista, conservador o democristiano, unido por un proyecto decente, aseadito, constitucional.

Hubo momentos en que pareció que Aznar llamaba a regresar a los de Vox, como si fueran hijos que se fueron a la taberna, allí con el toro mecánico, con la cerveza de submarino en el whisky, con el karaoke del populismo. Aunque también marcó distancias con los “arrogantes y los simplistas”. Ayer, un portavoz de Tabarnia, Jaume Vives, se atrevió a pedir el voto para Vox, haciendo un agujero en la asamblea. Durante toda la historia, era la izquierda la que se dividía en sectas irreconciliables y caníbales, porque buscaban la pureza, la esencia. Ahora es la derecha la que está cayendo en eso, en ir con libritos rojos, con evangelios de señores barbudos. Aznar quiere esa gran mayoría que son unos cuantos valores y objetivos modulados en diferentes sensibilidades y estéticas. Vox es lo contrario, es el virus de la izquierda en la derecha.

En una especie de definición tautológica, Aznar vino a decir que el PP es ese único partido cuyas ideas y valores pueden arreglar España. A Casado, a quien elogió, a quien le pasó definitivamente la máscara y el sable, le dijo que nadie lo había tenido más difícil que él.

Algo entre el imperio aznarista y el pollo de goma de supermercado de Vox, sí que hay mucho sitio para colocar el fiel de la balanza del nuevo PP

Aznar no dedicó mucho tiempo a que los plumillas imagináramos si estaba hablando de Vox. Se centró en Sánchez, sus traiciones y sus traidores: “Hay que cambiar el Gobierno, no la Constitución”. Al final, Aznar lanzó un “¡viva España!”, como Marta Sánchez desde una fragata, y se bajó del atril más joven y casi más flaco. Y Casado también se levantó de la silla como más alto. Rajoy ya sólo pide caldito en las entrevistas y Aznar aún parece Odín. Pero Aznar pertenece a otro tiempo.

He sacado en este artículo capas e imperios, porque Aznar parece aún venir con cota de mallas. Sin duda, hace falta algo más que esa visión de catalejo antiguo que tiene él. Casado deberá hacer más que encender el gran faro que parece pedir Aznar. Primero, saber negociar. Y luego, saber en qué no puede ceder. Y trabajar para dejar que las mentiras y las plumas de los que tanto se empluman dejen ver el pollo aterido, ese pollo pelado de pollería, que hay detrás de Vox. Algo entre el imperio aznarista y el pollo de goma de supermercado de Vox, sí que hay mucho sitio para colocar el fiel de la balanza del nuevo PP. A ver si Casado logra equilibrarla.