Nadie tiene ni la menor idea de lo que puede pasar en Venezuela, pero lo que todos vislumbran, lo que se lleva por dentro como una procesión, es que se trata de la ultima oportunidad, no solo para conquistar la libertad y la democracia, sino para cada familia venezolana. Por eso el fenómeno Guaidó es tan inaudito como sorpresivo; nadie lo vio venir.
Por una parte, se trata de una cara nueva que encarna la promesa de un cambio, alguien que no se le puede imputar deuda alguna por su juventud, una cara que representa lo mejor de Venezuela, la de una la clase social de la que nadie habla, la trabajadora. Por otra, encarna la angustia, es la forma en la que se depositan las urgencias y la esperanza de millones.
Pero de la misma manera que el ánimo sube como la espuma, prácticamente todos los venezolanos y la comunidad internacional piensan lo mismo de cara al 23 de Enero. ¿Qué sucederá al día siguiente? ¿Tendrá este nuevo liderazgo un plan real o solo está sobre la ola de un tsunami, dependiendo de la suerte?
Hasta ahora, el lenguaje opositor ha sido exactamente el mismo de siempre: invoca la Constitución para desconocer el régimen y llama a elecciones
Hasta ahora, el lenguaje opositor ha sido exactamente el mismo de siempre: “Invocamos el artículo 333 y 350 de la Constitución que instan a desconocer al régimen de Maduro y en consecuencia su autoridad y decisiones son inconstitucionales y no pueden ser reconocidas ni obedecidas” (por eso) “nos obliga a restituir el orden constitucional e imponer a toda la sociedad el desconocimiento, el nombramiento de nuevos poderes públicos y el llamado a elecciones libres para un nuevo gobierno” (sic).
Éstas que parecieran las palabras de Juan Guaidó, pertenecen realmente al anterior presidente del Parlamento Julio Borges, hoy en el exilio y antes que éste a Henrique Capriles. Todo el liderazgo las ha emitido.
El problema que muchos observa es que se trata del mismo lenguaje empleado desde el primer Acuerdo de Cámara de la sesión extraordinaria del 2016 cuando Henry Ramos, el primero de los presidentes del Parlamento declaraba: “La ruptura del orden constitucional (y convocó) al pueblo de Venezuela, en virtud de la Constitución, a la defensa activa (entre otros) y exigir a la FAN (Fuerza Armada Nacional) no obedecer ni ejecutar ningún acto o decisión”.
Aquella vez fue la primera vez que le ofrecieron a los militares amnistía y vendrían al año siguiente las famosas palabras del nuevo presidente Julio Borges a los militares: “Llegó el momento de decidir si están o no con Venezuela”, junto a la promesa de: “contar desde ahora con todo el reconocimiento, con todo el perdón, y con todas las garantías de esta Asamblea Nacional del pueblo y de la comunidad internacional” para aquellos “soldados valientes que inscriban sus nombres en las historia por defender la Constitución”.
Lo que sostienen algunos sectores es que hasta ahora el plan es el mismo, solo que sustituyeron las marchas por “concentraciones”, éstas por “plantones” y las han renombrado cabildos desde 2017. Que a los efectos prácticos es lo mismo, manifestaciones con oradores políticos que usan una retórica de que el cambio ha llegado y apelan al heroísmo del pasado.
Luego el plan incluye paros y huelgas que demostraron el alcance limitado por tratarse de un país en el que la mayoría de la población simplemente no se puede parar pues sobrevive día a día, en una vorágine de “quien no sale no come” y más tarde se convocan a las protestas que causaron más de un centenar de vidas. Pero el resultado de ese plan siempre fue que ni las Fuerzas Armadas se pronunciaron, ni dejaron de disparar bajo las órdenes del régimen.
Este momento es diferente porque la revolución bolivariana murió con el barril a cien dólares, dejando expirando a un régimen sin alma, ni futuro
Pero, ¿qué hace de este momento algo diferente? Una conjunción de variados e importantes razones. La primera es que la revolución bolivariana murió con el barril a cien dólares, dejando expirando a un régimen sin alma, ni sustancia, ni futuro.
La gran parte del liderazgo chavista original fue enviado al famoso Plan Pijama cubano a sus casas y ahora despotrican contra Maduro, mientras que sectores poderosos del aparato militar y económico fueron desmantelados, perseguidos y encarcelados. Los que quedan, aferrados literalmente a las armas, están en pie de guerra para sostenerse en el poder.
Y es que a los efectos de lo que ocurre, la mayor falla de todas, paradójicamente la cometió Chávez o quizás el propio Castro. A su muerte, el barril estaba a cien dólares, toda Latinoamérica estaba en poder de la cofradía de pillos que se creó gracias a la corrupción y ninguno de ellos previó lo que sucedería; el colapso de los precios mundiales de materias primas, el giro a la derecha de los países y la detención y enjuiciamiento de presidentes.
Mientras tanto, la apuesta por partidos emergentes en Europa, terminaba en pequeños partidos radicales atomizados y la regeneración de la emergente extrema derecha.
Para colmo de males en el chavismo, la apuesta por Hillary Clinton y su plan de reconocer Cuba, terminó con la llegada de Donald Trump. Y es aquí que el mejor hombre de Chávez, “el único que puede llevar la revolución bolivariana”, era realmente el peor de todos, para lo que ocurriría mas tarde.
Su obcecación, su carencia absoluta de entendimiento sobre los cambios que estaban ocurriendo, sumado a la ineptitud manifiesta de cambiar en la medida que estos cambios ocurrían, trajo la catástrofe total.
Los gigantescos errores económicos cometidos los previó paradójicamente el primer ministro griego, Alexis Tsipras en el funeral de Hugo Chávez, cuando le preguntaron sobre el destino de Venezuela: ¿Cree usted que todo va por el camino correcto? Y el futuro presidente contestó: “Las cosas no van a ser buenas para Venezuela, porque la crisis global afectará a estos países donde no se han impuesto medidas de austeridad”
Venezuela necesitaba un Tsipras, no a un Maduro, necesitaba acordar grandes préstamos para evitar la bancarrota, un programa claro de austeridad a lo cubano y lo que llegó fue la locura económica, lo mejor que optó Maduro, fue precisamente no hacer absolutamente nada, terminando por seguir, a pies juntillas, el modelo económico de Zimbabue.
Nicolás Maduro llevó tercamente a Venezuela al precipicio. Pero lo más aterrador es que no lo entiende
Maduro llevó tercamente a Venezuela al precipicio. Pero lo más aterrador es que no lo entiende. Porque el problema no es que diga que “todo es producto de una conspiración mediática”, sino que él cree realmente que los venezolanos no están mal.
No es que diga que “hay una guerra mundial contra su régimen”, sino que no entienda las repercusiones de su desconocimiento sobre lo que ocurre a nivel financiero y político mundial. Maduro no solo está aislado del mundo, lo más dramático es que está aislado de la realidad y a su entorno, solo le interesa sobrevivir.
El resultado es obvio, lo que comenzó con 2.000 por ciento de inflación, terminó en dos millones el año pasado y se prevé entre diez y veinte millones para este año. Que en la práctica significa que el noventa y tres (93%) de la población vive hoy con menos de un dólar diario y la inflación es de tal nivel, que ni quienes reciben remesas pueden vivir en el país.
Maduro convirtió a Venezuela en un Estado Inviable y la repercusión obvia es que nadie quiere vivir en un estado cutre. De allí que cuatro millones y medio de habitantes se marcharan del país. Tres millones son venezolanos y millón y medio tienen doble nacionalidad, razón por las que no los cuentan en la inmigración, aunque sean parte de un mismo drama.
Pero no solo es la cantidad, sino la calidad de quienes se marchan, de acuerdo a la Federación Médica, el éxodo ya lleva dos terceras partes de los médicos y cerca del 70% de los obreros calificados de petróleo y aluminio. Simplemente no hay quien atienda pacientes y tampoco quien saque petróleo del subsuelo.
El gobierno no es reconocido por el 80% de la comunidad internacional. Nadie cree en el chavismo, ni los chavistas
No menos importante es que los errores políticos fueron cuantiosos y sucesivos y terminaron cuando la Revolución Bolivariana perdió su tren. Ya no existe tal cosa como llegar al socialismo por la vía democrática y hoy el gobierno no es reconocido por el 80% de la comunidad mundial. Nadie cree en el chavismo, ni siquiera los chavistas.
Por eso no se trata de un nuevo aliento en el animo de cada venezolano, a partir del 23 de enero se trata precisamente, del último. El gran cambio, el gigante ocurrió el lunes, cuando un simple sargento llamó a tomar las calles y por primera vez no salió la clase media, sino precisamente los ranchos de Caracas que despertaron en pleno presente, el de una fantasía mediocre, cuando de una ilusión sostenida artificialmente por un barril de petróleo, llegaron al hambre absoluta.
La llamada del sargento, causó el levantamiento, no únicamente en el barrio donde se pronuncio, sino en más de 20 barrios pobres.
Pero el sargento también es una llamada de atención, la oposición debe tener cuidado, pues puede obtener lo que pide, que los militares respondan a su llamado, lo que a su vez representa un riesgo enorme.
El liderazgo emergente está obligado a convertir el ánimo de cambio en un proyecto viable de futuro, en un país destruido, porque si en vez de que sea un sargento, lo hacen los militares con un nuevo “Por ahora”, el ánimo colectivo puede cambiar, junto a la disposición de la comunidad internacional y terminar de enterrar a la oposición para siempre.
El 23 de Enero es importante, pero más aún el plan posterior. Representa la última esperanza de Venezuela
Por eso el 23E es importante, pero más aún el plan posterior. Representa la última esperanza de Venezuela, porque si no ocurre nada, si la comunidad internacional no termina de empujar y si la oposición no tiene un plan real, el resultado no será una guerra civil, sino el mayor éxodo de la historia mundial, junto a la catástrofe humanitaria, más grande del continente.
Este es sin duda un momento de cambio, pues tienen un respaldo popular multitudinario sin precedentes, nunca habían tenido un apoyo tan descomunal interno y externo. Nunca el gobierno había estado tan débil.
El nuevo liderazgo debe demostrar que llegó su hora para alcanzar el poder y sobre todo, demostrar que pueden ejercerlo. No depender de la suerte y del momento, es la diferencia entre tomar las riendas de un país y sostenerse en el poder.
No será fácil, debemos ser honestos. No se desmonta una estructura tiránica de 20 años de un día para otro, sin poderes públicos e instituciones, pero los aires de libertad se pueden percibir ligeramente.
¿Qué ocurrirá el 23E? Que sea el punto de partida para celebrar otra fecha de libertad. Una propia de esta generación. Porque Venezuela debe dejar de vivir en el pasado, para solo pensar en el porvenir.
Thays Peñalver es abogada y periodista venezolana. Ha escrito La conspiración de los 12 golpes.
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