A Pepu y a aquella selección de baloncesto con hachimaki anudado en la cabeza, como aviadores japoneses, les hicieron hasta un cómic. La gesta, el campeonato del mundo con Pau cojo en el banquillo y Pepu recién huérfano de padre, se merecía los ojos lagunares y con rayos del manga, o los músculos acolchonados de Marvel. Dejábamos atrás toda una época de tebeos de estraza (tipo El Jabato), de deporte de estraza (tipo La Furia), de mentalidad de estraza de España, entre el cojonamen fracasado y el ultramarinos pobre. El éxito existía, el éxito podía alcanzarse, era una mezcla de talento, voluntad, compañerismo, adversidad y muchas toallas. Aquel cómic (Big in Japan se llamaba) terminaba de convertir el éxito deportivo en parábola, en fórmula, en moraleja. El deporte como la vida, o como la empresa, o como la política, seguramente. Parece un eslogan para vender zapas o cereales chocolateados, y seguramente es así, no hay fórmula para el éxito en general aunque se venga del éxito, pero Pepu hizo libros, dio charlas, inspiró gimnasios y ejecutivos. Era el coaching a la española, que superaba el sudor butanero de Camacho en el deporte, en el patriotismo y en el negocio.
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