A Pepu y a aquella selección de baloncesto con hachimaki anudado en la cabeza, como aviadores japoneses, les hicieron hasta un cómic. La gesta, el campeonato del mundo con Pau cojo en el banquillo y Pepu recién huérfano de padre, se merecía los ojos lagunares y con rayos del manga, o los músculos acolchonados de Marvel. Dejábamos atrás toda una época de tebeos de estraza (tipo El Jabato), de deporte de estraza (tipo La Furia), de mentalidad de estraza de España, entre el cojonamen fracasado y el ultramarinos pobre. El éxito existía, el éxito podía alcanzarse, era una mezcla de talento, voluntad, compañerismo, adversidad y muchas toallas. Aquel cómic (Big in Japan se llamaba) terminaba de convertir el éxito deportivo en parábola, en fórmula, en moraleja. El deporte como la vida, o como la empresa, o como la política, seguramente. Parece un eslogan para vender zapas o cereales chocolateados, y seguramente es así, no hay fórmula para el éxito en general aunque se venga del éxito, pero Pepu hizo libros, dio charlas, inspiró gimnasios y ejecutivos. Era el coaching a la española, que superaba el sudor butanero de Camacho en el deporte, en el patriotismo y en el negocio.
Pepu Hernández, madrileño del Estu, viene con la españolidad alternativa que ha representado siempre el baloncesto en España y con el baloncestismo y el madrileñismo alternativos que ha representado siempre el Estu en el baloncesto y en Madrid. Pepu ha viajado del pupitre al deporte, del deporte a la predicación y de la predicación a la política, y esto puede parecer normal, sobre todo el último paso. Pero Pepu no es un embaucador, ni un vendedor, ni un gurú de los diagramas y del dinero de los que se ajustan los puños en LinkedIn. Uno ve a Pepu más como un maestro entre cartujo y oriental, y su entrada en la política suena a tierno arrebato del españolito sentimental y polideportivo, como pedir que Del Bosque sea presidente. Pepu está verde de política y de malevaje, pero a la política de ahora eso le da igual. La política ha usado a muchos seres tiernos o heroicos, y Pepu es las dos cosas. Al PSOE cartelero de Sánchez le sale un cartel perfecto, como el elefante fuerte e infantil del anuncio del circo. Luego, esos seres inspiradores o sólo llamativos se queman, se tiran, o se quedan de pisapapeles en el despacho, pero ya han servido de gancho para el español que es un telespectador de la política como es un telespectador del morbo.
Nos seguimos quejando del político que es profesional de la política y a la vez del particular que llega poniendo la fama o la carita o la carrera. Yo creo que hay que quejarse del político que no hace política, porque no quiere o porque no sabe
Nos seguimos quejando del político que es profesional de la política y a la vez del particular que llega poniendo la fama o la carita o la carrera. Yo creo que hay que quejarse del político que no hace política, porque no quiere o porque no sabe, esté criado en el partido como un ternerito o venga de fuera a firmar autógrafos en los balones, en las servilletas o en los espejos. La política está llena de triunfitos porque España vive en la sociología del triunfito. Pedro Sánchez hace castings para el Gobierno y para su partido porque él no está gobernando, sino emitiendo su serie, a ratos serie de guapo, a ratos serie de espías y a ratos serie de Steve Urkel. Son peores Sánchez o Susana no haciendo política que un entrenador o un cómico que resulta que al final sí la hacen a pesar del prejuicio y el cachondeo. Pero uno no ve a Pepu dirigiendo la ciudad de Madrid, gigantesca y criminal, como no lo ve dirigiendo el hampa.
Pepu es el último que ha llegado del estadio, de la carpa, del coliseo nacional a la política. La gente buena no suele tener mucha suerte en política, y a Pepu ya le han hecho (o se ha hecho él mismo) un Máxim Huerta con la sociedad que usó para sus charlas de gimnasio. Veremos en qué queda la cosa. Sánchez, que fue un diletante del baloncesto antes que un diletante de la política, lo ha escogido como al viejo maestro con los codos manchados de tiza, con más mayéutica que gobernanza. No sabemos si pasará de las primarias, si llega, como no sabemos nunca si España pasará de cuartos de final, si llega. Ya ven que casi lo peor de todo esto es cómo se nos llena la política de metáforas deportivas, peores aún que las metáforas bélicas. A Pepu se le ve más convencido que obligado, más dispuesto que útil y más sacrificial que salvador. Aquella gesta de Japón, con luz de casa de papel y guión de película deportiva americana, cómo olvidarla. Hasta hicieron un cómic, como está haciendo Sánchez con su presidencia, y a lo mejor de ahí viene todo. A Pepu lo usarán, lo quemarán o lo olvidarán. Durará o no, servirá o no. Pero la política de tebeo quiere un capitán de tebeo para su chiquillada de tebeo. Lo que pasa es que Pepu fue un capitán de verdad, casi como el de El club de los poetas muertos, casi como el de Whitman. De ahí mi admiración y mi tristeza, como ante su lento seppuku.
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