Aquí no tenemos héroes y nuestros tuertos son de escudilla y organillo. Blas de Lezo, tuerto de esquirla, cojo de andanada, manco de mosquetazo, bizarro marino con la herida de sal siempre abierta, defendió Cartagena de Indias con unos dos mil hombres (contando indios con arco y flecha) ante los casi 40.000 del inglés, pero eso aquí es un insulto. Un insulto al inglés, a los indios y a los cojos decentes de escalón de iglesia y cuento de cieguecita. Aquí no tenemos héroes, nos gusta pensar que sólo hemos tenido canallas y ladrones para así sentirnos acanallados y robados con razón. El español se vuelve miserable en la historia y se hace miserable en el presente, quizá sólo para estar todo el tiempo quejándose y pidiendo perdón a la vez, empeñando su vida en la confortable misericordia de sí mismo. No es complejo, es comodidad. El llanto de taberna del español, su antiheroísmo, es sólo pereza.
Blas de Lezo ha vuelto, cojeando con su pata de palo, pata de madera de buque o de timón arrancado o de clavija de amarre, entre la bruma y las canciones piratas. No lo conocía casi nadie porque era un vasco español, un español soldado, un soldado con bravura y un bravo con cerebro, y nada de eso se puede ser ya, aquí, desde hace mucho. Una polémica un poco tonta lo ha desencallado de su estatua, como el comendador de don Juan Tenorio, y lo ha puesto a mirar con su solo ojo, su ojo de apuntar, su ojo de farol de castillo de popa, a esta España que sufre la maldición de los tuertos y las guerras de los antepasados una y otra vez, sin descanso, sin victoria y sin remedio. Lo que parece Blas de Lezo ahora es uno de esos indios o vaqueros con peana de la infancia, en medio de la guerra que hacíamos en las meriendas. A veces aquel siux nuestro terminaba peleando con un robot o con un avión, sin ninguna sorpresa ni contradicción, y ahora un almirante de Felipe V puede acabar peleando contra actores de cine o sus canaperos o sus políticos.
El español se vuelve miserable en la historia y se hace miserable en el presente, quizá sólo para estar todo el tiempo quejándose y pidiendo perdón a la vez
Los de los Goya montan siempre mucha ceremonia para poco cine y por eso hay esa sensación de irremediable y acomplejado vacío en sus cosas, como el de un pantalón sin culo, como el de un guapo sin conversación. Pero esto es lo de menos. Los de los Goya no sé si van a hacerle una película a Blas de Lezo, como han pedido los de Vox, pero sobre todo es que no tienen por qué. El almirante Patapalo, El Mediohombre, con nombre y silueta de La Isla del Tesoro, o de Juego de tronos para los modernos, claro que tiene una novela, una película, una serie y hasta un dibujito. Pero Blas de Lezo no tiene que salvar al cine, igual que el cine no tiene que salvarlo a él. El arte no puede estar al servicio de la raza, no hay un “arte heroico” contrapuesto al “arte degenerado”. Sólo con mencionar eso se nos pudre el discurso como un tonel, que es lo que les pasa a los de Vox. El cine español da poquitas cosas, apenas para llenar sus poncheras. Pero es grotesco llamar a hacer otra vez Raza, volver a la pedagogía de la Enciclopedia Álvarez, a esos héroes con copón y Pentecostés, esos héroes no con comportamiento heroico, sino con Verdad heroica, que ésa es la gran trampa y la gran mentira, la que hace que los héroes sean ridículos, como karatecas sagrados.
A Blas de Lezo, héroe que ya sostiene nidos de mármol y fragatas aborrascadas, también lo hemos puesto ahora a sostener las guerras eternas del español, siempre contra otro español vivo o enterrado. Aquí no tenemos héroes porque despreciamos el heroísmo y la nobleza. Sólo tenemos víctimas, menesterosos y sufrientes, cojos de zancadilla o de estafa o de mal de ojo, nunca de valentía o de gloria. Aquí no tenemos héroes porque no tenemos orgullo; no orgullo nacional, que es el más barato de los sentimientos como venía a decir Schopenhauer, sino orgullo humano, de lo admirable, de lo recto, de lo generoso, de lo valiente. Sólo tenemos rencor y malas digestiones del vecino y de la historia. No tenemos conciencia del heroísmo y, encima, si queda algún héroe por ahí en los parques de estatuas o en esta sociedad legañosa y comodona, siempre hay alguien que lo quiere poner a hacer de soldadito de plomo en sus guerras de garaje o de cruzado que reparte cristazos a rojos o veganos.
Aquí no tenemos héroes porque despreciamos el heroísmo y la nobleza. Sólo tenemos víctimas, menesterosos y sufrientes
Fernando Savater escribió La tarea del héroe para reivindicar la ética de la acción, o una acción ética, transformadora de la democracia en todo caso. Quedaba una tarea siempre algo solitaria, es decir individualista, consciente, tenaz, a diferencia de las revoluciones numerosas, totalizadoras, ciegas y mansas. Creo que ésa es la enseñanza del heroísmo.
Blas de Lezo, tuerto de lasca o esgrima, cojo de bombarda, héroe de abordaje, murió de la propia acumulación de muerte de su tiempo, de su tarea, de su gloria, en la peste de las sentinas encharcadas de su siglo, después de salvar su plaza. En esta época en la que nos han dicho que los héroes son fachas o son asesinos o son enemigos, en la que es despreciable el afán noble y arrojado, el héroe de lo que muere es de olvido y de desgana. Lo vemos no en que no haya películas arcabuceras del Mediohombre, sino en que no hay recompensa para los valientes.
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