La “España en blanco y negro” que dijo Sánchez sólo se veía en el cielo, nublado quizá por el mismo cenizo de Sánchez, como si el propio presidente vaciara capachos de pavesas sobre las azoteas de dioses trompeteros o aguadores de Madrid. Pero el cielo sólo era una piedra flotando y lo que había abajo no era un aquelarre de Goya ni esos seres de velatorio de Solana, con sambenitos o escapularios o cianuro en los ojos. Abajo lo que había era la España de muchos colores y muchas gentes, gentes sin cofradía, gente sólo con una bufanda y una banderita festiva, como si saludaran desde un trasatlántico.
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