Lo más difícil del juicio del procés va a ser que el personal vea un juicio, entienda que es un juicio, y no un balcón de saetas o una ópera con lágrima de lámpara de araña y sangre de terciopelo. El salón del Tribunal Supremo donde se celebra el juicio tiene ese rojo veneciano, ese rojo del teatro y de la banda de música, pensado para que destaquen los divos, los joyones, los desmayos, los metales, y las postillas de oro de los cristos del pueblo o de sus novias.
Aprovechando que hay un juicio, estoy seguro de que se servirá el té de Madama Butterfly y se morirá de amor Tristán, de frío un poeta, de celos un cabo y de madrugada un perseguido. Lo que quiero decir es que algunos estamos pensando en un juicio, severo y notarial, científico y coñazo, y otros, empezando por los acusados y por su sustento político-sentimental, están pensando en la carroza de toreros que los lleva al martirio o a la gloria, lugares indistinguibles cuando hay creencia y borrachera. Morir en el teatro, varias veces por semana, con injusticia y lentitud, debe de ser la felicidad máxima para los vanidosos del martirologio. Y el procés está lleno de ellos.
El salón del Tribunal Supremo tiene ese rojo veneciano, ese rojo del teatro y de la banda de música, pensado para que destaquen los divos
Sólo los frikis están esperando un juicio, el veredicto de las leyes, la sentencia de la democracia, que aquí no tiene mazos ni pelucas, ni pruebas sorpresa ni testigos de última hora, sólo muchas horas de declaraciones y de peritos y de la voz memorística de los jueces, como si todavía estudiaran las oposiciones. Los acusados y la cosmogonía o negocio que llevan detrás están, sin embargo, esperando el teatro, se han preparado para el teatro como para la película de su vida. Lo vimos cuando las defensas solicitaron las declaraciones de Noam Chomsky o de Pilar Rahola, de nobeles o vedetes de la causa o altos funcionarios de alguna diplomacia mundial o interestelar.
Eso de juzgar los hechos, los delitos y a los acusados debe de ser un atraso, algo como del Tribunal de las Aguas. El independentismo busca un juicio filosófico, que empiece no por la ley que ya está escrita sino por el Verbo, por la quijada de Caín, por la propia insuflación del derecho o por la alfarería cretomicénica donde empieza todo. No es que estén esperando ganar el juicio (quieren ganarlo mejor en otras instancias o cancillerías), sino que pretenden que durante el proceso unos como cabezas de huevo extraterrestres juzguen nuestras leyes, nuestra democracia, el propio tribunal en su disposición ajedrezada y hasta nuestra especie, la especie del españolito de cráneo franquista que se ha dotado de jueces acharolados como guardias civiles de Lorca, con su maldad arbitraria y atávica de cazadores nocturnos. La defensa podría empezar sosteniendo el terraplanismo, un poco a la americana, un poco como aquel célebre juicio del mono, el juicio Scopes, en Tennessee, en el que se basa la película La herencia del viento. Juzgar el procés como juzgar la Biblia, más o menos eso vamos a tener que aguantar.
Habrá que decir, antes que nada, que es un juicio. Un juicio en un Estado de Derecho del siglo XXI, en una de las democracias más avanzadas del mundo
Habrá que repetir muchas veces que es un juicio, y no una platea ni un ateneíllo revolucionario. Cuando, quizá con un acompañamiento de flauta andina, hablen de la poesía de las naciones, de la razón hegeliana de la historia, de las naciones fundadas en los bosques, de la democracia traída por el rayo, habrá que seguir repitiéndose que es un juicio. Cuando se presenten como santones o como ornitólogos o como pacíficos tejedores, cuando Junqueras se aparezca como un Buda de la raza, cuando apelen al pueblo desde la teoría de Herder o la de Barrabás, habrá que seguir repitiéndose que es un juicio. Y también cuando veamos que sólo están haciendo un documental para los guiris de las causas perdidas y los gorilas amamantados con biberón, ese relato de liberación (curioso y contradictorio) para los colonizadores con complejo de culpa y de superioridad. Creo que tendrá que repetirse que es un juicio hasta el mismo tribunal, con la misión doble de juzgar y de no dejar la posibilidad de que se juzgue otra cosa.
Habrá que decir, antes que nada, que es un juicio. Un juicio en un Estado de Derecho del siglo XXI, en una de las democracias más avanzadas del mundo. Un juicio que tratará de dirimir a través de los hechos si los acusados intentaron nada menos que subvertir el mismísimo orden constitucional por la fuerza de los hechos consumados. Y si se puede ir haciendo lo que hicieron sin darle más importancia que a una fiesta de cumpleaños. Habrá que decir que es un juicio cuando nos cuenten que es otra cosa o cuando se nos olvide. Habrá que decirlo cuando quieran presentar a España como una mezcla de bruja de Goya, borracho de Velázquez y cura de Solana ante la audiencia global, ante la corrala de la Leyenda Negra. Y cuando los equidistantes, o los cómplices, o los interesados, o los necios, le den (le sigan dando) carácter sentimental, político, teológico, sociológico, metafísico, pragmático, mágico o moral. No dejen de repetirse que es un juicio, incluso cuando se sientan ya atrapados y calientes en ese rojo veneciano, en ese lujo del morbo, del espectáculo, de la mentira y del confort.
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