Esto se acaba, la legislatura o la aventura de Juan Salvador Gaviota de Pedro Sánchez. La cosa ha durado lo que el vino dulce del chiquillo, lo que el cigarrillo del mozalbete, o sea lo que dura la adultez robada al adulto. La borrachera de Moncloa, la de sus jardines de rosas tintas y copas de piedra, la del champán de las azafatas, la del poder como la primera fiesta, ha tenido el placer, la duración y los destrozos de todo lo inmediato y lo caprichoso. Ha sido como la Nochevieja de un chaval, que ha dejado España, exactamente, como tras una Nochevieja de chavales, con cristales en los ombligos y los zapatos.
Pedro Sánchez era un chaval zangolotino en ese partido de zangolotinos que era el PSOE de Zapatero, en lucha contra los viejales y las estatuas de cementerio civil que quedaban por ahí. Zapatero fue una promesa de formas y danzas políticas más allá de la política. Lo del “talante” era el posmodernismo del PSOE, que llegaba aquí donde aún perduraban el felipismo, que fue un capitalismo social de dinero y engrudo, y una izquierda que todavía vivía del Art déco sovietista o guerracivilista. Pedro Sánchez era puro zapaterismo en el cascarón, y lucharía para conseguir el sitio que creía merecer por sus piernas largas, su verbo silbante y su manera de moverse como cepillando el pelo de la gente o el suyo.
Sánchez se explica muy bien desde cierta psicología del opositor de meriendita y mesa camilla, en casa de los papás, tieso pero con perspectivas, mediocre pero tierno
Sánchez tenía una ambición como de opositor. La verdad, Sánchez se explica muy bien desde cierta psicología del opositor. El opositor de meriendita y mesa camilla, que estudia en casa de los papás, tieso pero con perspectivas, mediocre pero tierno, acomplejado pero con determinación. Y su novia abnegada pero con plan, que lo espera porque ha apostado por él, por la plaza, aguantando años y años a un adulto escolar, pensando en el día del triunfo. A Sánchez le llegó la oportunidad cuando Susana lo eligió de aguantavelas. Pero él tenía la prisa del opositor viejo y la posibilidad de presentar su osamenta neozapaterista contra el feo retrofelipismo del PSOE andaluz. Sánchez se rebeló y se hizo con el partido, aunque luego fue defenestrado. Pero la determinación de los tiesos ambiciosos es difícilmente superable. Cuando volvió de dar vueltas con su Peugeot chancletero y ganó las primarias contra el aparato y los mantenidos, él ya sabía que nadie lo apartaría de cumplir su destino, de tomar su plaza.
A mí me vendieron a Pedro (siempre lo llamaban Pedro, a la vez apóstol y profe guay) como un social liberal avanzado que intentaba librarnos del reinado de pus y gota del socialismo andaluz para traer una socialdemocracia moderna y atlética. Confieso que me lo creí. Y lo defendí mucho contra Susana. Pero en la moción de censura, viendo su pavoneo de coctelero ante esas maderas de bajel muy baleado del Congreso, empecé a darme cuenta de que no había tal socialdemocracia recobrada, sino sólo la venganza de Sánchez, una venganza de opositor contra sus suegros, de friki contra sus abusones y de mindundi contra su partido. A partir de ahí, ya sólo vimos al nuevo rico, al tieso acomplejado, sobrecompensando como el cuarentón apretado de cuero, con gafas de yate y señora de pedrusco.
Si no convoca elecciones ahora, si resiste como dice su libro de cocina, será porque ha decidido morir en Moncloa como Nicolas Cage en Leaving Las Vegas
Su Gobierno Globetrotter, las fotos, el Falcon, los conciertos, los viajes como con reina de Saba, el servicio de Las Marismillas sin librar para pelarle gambas... Y el libro, ese libro de famoso/careta, que podría ser sólo un perfume con su nombre; un presidente ya con esa gasa por encima y esa sonrisa de maduro que vende colchones o de cocinero con editorial. Si lo primero que pones es ese ego de hortera de gimnasio, es que no hay nada más detrás. Y no lo había. Su política no era política, sino el movimiento ameboide de seguir agarrado a los azulejos de La Moncloa. No hay manera leal, digna, de entender sus pactos con los que quieren no ya acabar con el país como territorio, sino con la propia democracia, ese compadreo lascivo con esos indepes y esos populistas que humillan al Estado y que aún teorizan que la ley y los derechos individuales no pueden contravenir a la turbamulta.
Sánchez convocará elecciones no porque se haya rendido, sino porque cree ver cierta ventaja ahora que las derechas comparten la paella del sol y las banderas, y que los indepes, ante un tribunal no artúrico sino científico, parecerán locos de los que él se apartó a tiempo. No creo que el electorado vaya a comprarle su caja de galletitas de boy scout cuando hemos visto que está vacía, así que seguramente el PSOE, Susana misma, lo rematará con estaca antes de que destruya al partido. Si no convoca elecciones ahora, si resiste como dice su libro de cocina, será porque ha decidido morir en Moncloa como Nicolas Cage en Leaving Las Vegas. Allí, acariciando los mármoles lunares del poder, se tomará el último vino y apurará la última calada, como el chiquillo en la fiesta de mayores que fue todo este tiempo. Desaparecerá, en todo caso, y España enfrentará la edad y los destrozos reales de Sánchez. Pero él podrá volver a aquella mesa camilla de opositor y decirle a su mantita y a su suegro que lo consiguió.
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