Se ha hecho más largo el anuncio de la convocatoria de elecciones para el 28 de abril, previo mitin en Moncloa de Pedro Sánchez, que sus nueve meses de mandato. Pero al fin se ha confirmado lo que desde hace 24 horas parecía evidente, y 24 horas en tiempos de Sánchez son una eternidad. Ya está aquí el adelanto electoral tras el fracaso de la tramitación de Presupuestos y el escándalo del relator.
De todas las liturgias que traerá una campaña electoral en plena Semana Santa lo bueno no va a ser que se junten los mítines con las procesiones ni la caravana electoral con el Via Crucis. Lo mejor va a ser el inevitable sabor a torrija. Cómo no pensar en los políticos cada vez que veamos este postre en la Cuaresma, si llevar una torrija se usa en muchas partes de España como sinónimo de cansancio y atontamiento. Como un empane que impide actuar con agilidad mental. Le viene al pelo a esta campaña.
Votaremos el domingo siguiente al de Resurrección. Y se aceptan apuestas de quién será el que el día 28 viva su domingo de Gloria. ¿El Pedro Sánchez desgastado por el gobierno Frankenstein? ¿Un Pablo Casado que desploma al PP en las encuestas? ¿O el Albert Rivera al que internamente cuestionan la foto con Vox en Colón? Aunque hablando de milagros la sorpresa verdadera la daría un resurgir de Pablo Iglesias, que casi me olvido de él.
Cómo no pensar en los políticos cada vez que veamos este postre en la Cuaresma, si llevar una torrija se usa en muchas partes de España como sinónimo de cansancio y atontamiento
Cada candidato tiene su torrija. La de Pedro Sánchez es convencer al socialista desencantado de que su diálogo con el independentismo no ha sido para tanto. Y de lo sociales que eran estos Presupuestos frustrados por eso que la ministra Delgado ha llamado la derecha trifálica, como si los líderes de la izquierda, varones también, carecieran de tal cosa. Algunas encuestas le dan 100 escaños, que no está mal. Pero ser el más votado no le garantizaría gobernar, sobre todo porque cada vez es más improbable una suma con Podemos, patas arriba tras la fuga de Íñigo Errejón.
Albert Rivera tiene su propia torrija. La del recuerdo de las encuestas que hace apenas un año le ponían en Moncloa. No se quita de la cabeza que Ciudadanos tiene un panorama brillante detrás de sí. Rivera intentará para el 28 de abril resucitar a toda costa el fantasma del maligno bipartidismo. "Esa España de rojos y azules debe formar parte del pasado", ha dicho Rivera en el Congreso inaugurando el argumentario oficial de los naranjas. Dice que ni PP ni PSOE. Ni Franco ni el aborto. Ni Sánchez ni Casado. ¿Ni Vox? De eso no ha hablado.
La torrija de Pablo Casado es más dulce. O eso cree el líder del Partido Popular. Pese a no estar logrando frenar la sangría de votos que se le escapan hacia Vox por la derecha y al centro vía Rivera, al del PP le salen las cuentas para llegar a Moncloa si suma a Vox y Ciudadanos. Ya ha prometido Casado en su comparecencia bajar "todos" los impuestos si llega al poder, por si quedaba alguna duda de que estamos en precampaña.
Es muy improbable que sepamos quién va a gobernar España antes de la triple cita electoral del 26 de mayo. Esa campaña electoral, en plena primavera, ya no sabrá a torrijas. Con solo diez días de descanso entre las elecciones para presidente del Gobierno y el inicio de la siguiente campaña, la de las europeas y municipales, lo normal que es que aquella vaya a estar marcada por la alergia.
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