Del mitin inaugural de la campaña electoral celebrado por el presidente del Gobierno con dos meses de anticipación, que no otra cosa ha sido su intervención ayer desde el palacio de La Moncloa, debemos extraer unas cuantas conclusiones. Una de ellas es que, como ya hemos apuntado aquí anteriormente, Pedro Sánchez no se mueve dentro de un marco formal que establezca en su ánimo unos límites éticos determinados. Él hace lo que cree que le conviene, o que le favorece, o que le interesa y no se atiene a otras referencias ni a otras consideraciones. Lo escuchado ayer lo demuestra. El todavía presidente, pero aún no presidente en funciones, nos leyó seis folios a un espacio, trufados de amplios comentarios fuera del texto, tan solo para anunciar que convocaría elecciones generales anticipadas.
Todos los presidentes tienen que tener el derecho reconocido a hacer un somero balance de lo logrado a lo largo de la legislatura que se acaba pero el nudo de su intervención es, naturalmente, la fecha de la nueva convocatoria electoral. En el caso de Pedro Sánchez no ha sido así. La fecha de las elecciones anticipadas ha quedado literalmente enterrada en un océano de consideraciones que no venían al caso en esta ocasión. Pero a él no se le pone nada por delante y ha iniciado su intervención atacando fieramente al anterior gobierno "acosado, ha dicho, por la corrupción y sumido en la parálisis legislativa, un gobierno que no atendía a las urgencias sociales que sufría buena parte de la ciudadanía de nuestro país".
El presidente quería demoler todo rastro político que quedara de sus antecesores
No era ésa la razón de la convocatoria a los periodistas, que no estaban allí para recordar un tiempo ya pasado que no tenía la menor relación con la derrota de los Presupuestos Generales de Estado presentados por el Gobierno Sánchez que, esa sí, era la razón de esta convocatoria anticipada de elecciones. Pero el presidente quería demoler todo rastro político que quedara de sus antecesores para poder defender su llegada al poder.
Pero en ese esfuerzo coló alguna falsedad que conviene resaltar para que no se nos quede cara de tontos. Por ejemplo cuando explicó que la Constitución exige que la moción de censura sea constructiva, lo cual es ciertísimo. Pero a continuación dijo: "No se vota [en mayo de 2018] echar a nadie, lo que se vota es la conformación de un nuevo Gobierno, con su programa de gobierno, y eso es lo que se produjo el año pasado. Y esto es lo que hicimos: respetar la letra y el espíritu de nuestra Constitución".
No es verdad. La letra de la Carta Magna se respetó pero el espíritu se ignoró olímpicamente porque aquella moción de censura de mayo de 2018 no tuvo otro objeto que el de desalojar precisamente a Mariano Rajoy de la presidencia del gobierno. Fue una moción de censura destructiva en la medida en que no se perseguía tanto alumbrar un nuevo gobierno cuanto expulsar al que había. Tan fue así que el mismo Pedro Sánchez carecía de programa de gobierno y no presentó ante las Cortes nada que pudiera parecérsele. Es absurdo y un poco infantil intentar blanquearse su acceso al poder contando a los españoles una versión manipulada de una historia que todos recordamos perfectamente porque ocurrió hace ocho meses. Él fue apoyado para echara Rajoy y su éxito le pilló tan desprevenido que no pudo presentar a la Cámara un proyecto digno de tal nombre. Y no lo hizo.
Y a partir de esa versión "arreglada" de su llegada a La Moncloa su parlamento de ayer se dividió entre las loas encendidas a su acción de Gobierno y un ataque despiadado a la acción de la oposición durante el corto periodo en el que él ha ocupado el poder. Pero lo llamativo -y lo sugerente- es que en su ataque feroz al Partido Popular y a Ciudadanos parecía querer colgarles la responsabilidad única del fracaso de los PGE. Porque, para asombro de los presentes, que éramos todos los que, en la sala de prensa del complejo de La Moncloa o sentados ante el televisor en distintos puntos de España le escuchábamos, el señor Pedro Sánchez no mencionó ni una sola vez a los independentistas ni al fracaso de su negociación con quienes le habían permitido acceder a la presidencia del Gobierno. Ni una mención, oiga. Es más, ni una sola vez pronunció la palabra Cataluña. Asombroso. Y también escandaloso por lo que tiene de trampa. De trampa inútil.
Porque cualquiera que le escuchara ayer y no estuviera enterado de cómo habían transcurrido las cosas habría podido pensar que con quien Pedro Sánchez había estado negociando los Presupuestos había sido con Pablo Casado y con Albert Rivera y que ambos le habían traicionado en el último momento. Eso justificaría sus ataques a los dos partidos de centro derecha. Pero la realidad es que el presidente del Gobierno no se puso nunca en contacto con ninguno de los dos líderes políticos para negociar y, en su caso, pactar las cuentas del Estado. Esa negociación nunca existió.
Sí ha existido en cambio la que la vicepresidenta Carmen Calvo y él mismo han celebrado con los dirigentes de la Generalitat, con Joaquim Torra a la cabeza. Y han sido ellos, los independentistas, los que le han dejado tirado en el último momento hasta el punto que en la votación del miércoles nadie se atrevía a dar por muerta la negociación hasta comprobar cuál era el sentido del voto del PDeCat y de ERC. Fueron los partidos independentistas los que le han llevado a convocar elecciones a los ocho meses de ocupar a presidencia.
El independentismo se ha ausentado del escenario político en el que se mueve el presidente
Y, sin embargo, ninguno de los dos partidos, ni el independentismo en sí, han estado presentes en la intervención en la que Pedro Sánchez ha explicado las razones de su convocatoria de elecciones generales anticipadas. Nada por aquí, nada por allá, ale hop, y el independentismo se ha ausentado del escenario político en el que se mueve el presidente. Ha desaparecido como por arte de magia. Han tenido que ser los periodistas presentes en la rueda de prensa los que han sacado a colación, en las cinco preguntas que se les han permitido formular, la existencia de esos dos partidos y la negociación fallida con ellos.
Pero ha sido inútil. El presidente Sánchez se ha vuelto a perder por los recovecos del ataque a "las derechas" y ha resultado imposible que aclarara si tenía intención de volver a abordar la negociación con los independentistas en el caso de que los resultados electorales del 28 de abril no le permitan gobernar en solitario. Ni una palabra se le ha podido arrancar a ese respecto.
Conclusión: volverá a hacerlo a poco que lo necesite, no cabe ninguna duda. Si los votos del secesionismo le garantizan su regreso a La Moncloa volveremos a tragarnos la entronización del diálogo como valor absoluto sin mezcla de riesgo alguno, el mediador internacional, la financiación más que generosa a Cataluña pero discriminatoria respecto de otras comunidades y lo que sea menester. Pero, eso sí, Elsa Artadi ha advertido que "no volveremos a pagar por adelantado". Lo cual significa que si Sánchez necesitara su apoyo, se cobrarán las piezas antes de llegar a votar su investidura.
El presidente no descarta ni muchísimo menos semejante escenario. De otro modo lo habría dicho y es muy evidente que no ha querido. De manera que volverá a hacerlo si eso le conviene. Debemos tenerlo claro.
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