Lo que distingue a Pedro Sánchez de los otros presidentes de gobierno que ha habido en España en los últimos 40 años es su osadía. Adolfo Suárez fue un oportunista inteligente y honesto; a Leopoldo Calvo Sotelo apenas tuvimos la oportunidad de conocerle, pero sabíamos que tocaba el piano y que era un hombre culto y aseado; Felipe González fue un visionario que supo dar con las claves del momento histórico que le toco vivir, un hombre de Estado; José María Aznar acertó a construir la gran derecha española, un liberal conservador sin complejos; José Luis Rodríguez Zapatero quiso cambiar las esencias del PSOE, frívolo y sectario; es uno de los grandes responsables de los males que ahora sufre España; Mariano Rajoy ha sido un gran orador, un discreto gobernante y el responsable del hundimiento del PP por no haber sabido luchar contra la corrupción. Pero si hubiera que definir una sola palabra a Sánchez, insisto, esa sería la de osado.
Al elegir el título de su libro, que se presentará el próximo día 21, en plena precampaña electoral, que ha sido pulido y reescrito durante sus ocho meses de atribulado gobierno, el presidente ha escogido una idea que él cree que le define: la resistencia. No ha dedicado su primera obra (dejemos al margen el trabajo que le sirvió para doctorarse) a profundizar en algún gran tema de debate político, a reflexionar sobre la crisis de la socialdemocracia o sobre los retos de la izquierda en la sociedad de la inteligencia artificial. No. Se ha hecho un autorretrato. Y de él ha resaltado la que él piensa que es su mayor virtud: la resistencia; que es como asumir la frase de Camilo José Cela ("en España, el que resiste, gana"), como el leit motiv de su carrera política.
¿Acaso no hace falta osadía para lanzar un libro cuando aún ocupa la Moncloa? Es como si un ministro decidiera hacerse el retrato para colgar en el ministerio en pleno ejercicio de sus funciones.
Pero a Sánchez, hasta ahora, la osadía le ha salido bien. Ganó las primeras primarias contra pronóstico; las segundas contra el aparato capitaneado por Susana Díaz; la moción de censura contra toda lógica y gracias a la traición del PNV; la osadía le llevó a nombrar ministros como Màxim Huerta, Carmen Montón o Dolores Delgado; le impulsó a la designación de Pepu Hernández como candidato a la alcaldía de Madrid; y, también, a iniciar una negociación política con los independentistas, cuyo fracaso le ha obligado a convocar elecciones anticipadas.
Sánchez se lo juega todo a la carta del 28 de abril, fecha que ha escogido con la participación de su jefe de gabinete, Iván Redondo, y del secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos.
El presidente sólo habla con su círculo íntimo, cada vez más reducido. Miembros del gobierno cuestionan la fecha del adelanto electoral.
Cuando la agencia EFE apuntó el 14 de abril como fecha de las próximas elecciones en la mañana del pasado lunes, la mayoría de los ministros no tenían ni idea de que esa filtración provenía directamente del presidente. Incluso el gabinete de prensa de Moncloa desmintió en un primer momento esa información. Al día siguiente, desde ese mismo gabinete se admitió que las elecciones podrían ser en esa fecha o bien el 28 de abril.
La decisión, por tanto, fue precipitada, barajada entre un reducidísimo número de personas y condicionada por dos elementos: la convicción de que los presupuestos serían derrotados el día 13 en el Congreso; y la percepción de que manifestación de Colón, en la que los líderes de los tres partidos de derechas se fotografiaron juntos, podía perjudicar a Ciudadanos y, a la vez, podría servir de catalizador para movilizar a la izquierda.
La convocatoria electoral, ratificada por el presidente el pasado viernes, descolocó a casi todo el mundo. Esta es la primera vez que unas generales y unas autonómicas y locales se celebran en menos de un mes.
En el partido se extiende la sensación de que la crítica al líder será castigada sin contemplaciones, como ha sucedido con Barreda o Rodríguez
Las ventajas de hacerlo en abril, son, cuando menos, cuestionables para los intereses del PSOE. Algunos miembros del gobierno la critican abiertamente en privado: "Hubiera sido mejor esperar a otoño, cuando ya el Supremo hubiera dictado sentencia sobre el juicio del procés, en un escenario de menor tensión...", afirma uno de los miembros del gabinete. Otro añade: "Habrá voto de castigo al gobierno porque la negociación con los independentistas ha salido mal y la derecha lo va a aprovechar...".
En la misma semana en la que se anuncia el adelanto electoral, Sánchez ha ordenado la purga en el partido de dos dirigentes que osaron a criticar públicamente la figura del "relator" en la mesa política de negociación con los independentistas: José María Barreda (que se queda fuera de la Diputación Permanente del Congreso) y Soraya Rodríguez (expulsada de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa).
Todo un aviso a navegantes. El que se mueve no sale en la foto, que diría Alfonso Guerra.
El presidente es consciente de que en el partido e incluso en el gobierno ha ido perdiendo apoyos. Ya no sólo son los susanistas, o los barones, o la vieja guardia, sino que los decepcionados son gente que le apoyó cuando nadie daba un duro por él. En Ferraz se borra todo rastro de aquello que no sea fidelidad perruna al líder. En el Grupo Parlamentario ha quedado claro el mensaje tras el apartamiento de un histórico del partido que fue presidente de Castilla La Mancha.
En el gobierno, al menos dos ministros, Josep Borrell y Nadia Calviño, han transmitido que no desean continuar en el equipo porque quieren volver a a ocupar destinos europeos.
Sánchez, el resistente, sabe que nunca ha contado con el apoyo indiscutible de los poderes fácticos del partido. Se sabe un outsider, alguien que nunca ha contado con la aprobación de los referentes como González, Rubalcaba, y ni siquiera Zapatero le considera uno de los suyos. Hasta su asesor aúlico, Redondo, es ajeno al PSOE: es un profesional que en otro tiempo trabajó para el PP.
Por ello, las elecciones del 28-A son para Sánchez una especie de revalida. Si las gana y puede formar gobierno, nadie se atreverá en el PSOE a discutir su liderazgo. De nuevo, su osadía habrá devenido en un éxito contra toda lógica. Pero si no gana, o aún si ganando no logra formar gobierno, su carrera política habrá terminado. Por mucho que ayer Susana Díaz posara junto a él en Sevilla y hablara de unidad, todo el mundo sabe que está esperando ansiosa su fracaso para devolverle la humillación de su derrota en las primarias. En esta ocasión, no le van a faltar aliados a la ex presidenta de Andalucía.
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