Que el presidente del PP Pablo Casado se dispone a darle un vuelco a su partido en cuanto terminen todas las convocatorias electorales que tenemos a la vuelta de la esquina no es ninguna noticia porque todos los que tienen algo que ver con esa formación lo dan por hecho. Cuando hablo de un vuelco no me estoy refiriendo a cuestiones ideológicas, que evidentemente no tendría sentido alguno abordar una vez que se han ganado, o perdido, las distintas elecciones. Estoy hablando de personas, de que, una vez que se conozcan los resultados electorales en ayuntamientos, autonomías y provincias, Casado va a mandar a más de uno y más de dos de los que no hayan conseguido mantener la posición a su casa o a puestos de menor relevancia que los que han venido ocupando hasta ahora.
Esto ya se está empezando a ver en las despedidas que estos días pasados han protagonizado algunos diputados populares del Congreso, que saben a ciencia cierta que no van a repetir. Algunos incluso han anunciado que dejan definitivamente la política. Es decir, que la renovación de caras está asegurada en el Partido Popular. Y probablemente esa renovación tendrá también un sello generacional más que notable. Probablemente Pablo Casado quiere trazar un antes y un después de las épocas de la corrupción que han asolado a su partido, los más de los casos generados en tiempos de José María Aznar pero la mayoría, sino la totalidad de ellos, aflorados y judicializados durante la presidencia de Mariano Rajoy. Por lo tanto, va a haber cambios, muchos cambios, y algunos de quienes formaron equipo con Rajoy se saben ya en la rampa de salida.
No es el caso de Ana Pastor, colaboradora lealísima del anterior presidente del gobierno y una de los pocos amigos de éste de quienes se conocen sus nombres y apellidos. Pero es que el de Ana Pastor es un caso aparte. Por muchas razones. La primera: no hay nadie que haya logrado encontrar argumentos para desacreditar su gestión a lo largo de los innumerables cargos que ha desempeñado desde que en el año 1996 entró en el nivel más bajo y menos político, un nivel que sin embargo suele abrirse hacia la vida de la política: directora general de la Mutualidad General de Funcionarios Civiles del Estado. Detrás de aquel nombramiento estaba ya, como siguió estando hasta su último cometido como presidenta del Congreso de los Diputados, Mariano Rajoy, por aquel entonces ministro de Administraciones Públicas en el primer gobierno de Aznar.
No se trata de recordar aquí su extensísimo curriculum -tres veces subsecretaria, dos veces ministra- pero sí conviene señalar que a lo largo de su vida política la eficacia contrastada, la honestidad inquebrantable y la discreción absoluta, no sólo en su gestión profesional sino también en la administración de la información de la que disponía de primerísima mano pero que jamás compartió con los periodistas -hasta la exasperación de muchos de los que hemos intentado alguna vez que nos diera una noticia en exclusiva- han sido sus constantes profesionales. Y eso es más fácil decirlo que llevarlo a la práctica porque siempre existe el riesgo de que una de estas tres patas falle en alguna ocasión. En su caso no ha sido así. En una palabra, esta señora no tiene ni una sola una mancha en su hoja de servicios.
Por eso no resultó nada extraño que después de la legislatura más convulsa y complicada de los últimos años, todos los diputados de todos los grupos parlamentarios, que se dice pronto, se pusieran en pie para despedirla con un largo aplauso sobre el que cabalgaba el reconocimiento a su impecable labor como presidenta de la Cámara y el agradecimiento por haber soportado y sorteado con flema británica tantas y tantas trifulcas, tanto alboroto, a veces incluso tanta provocación.
Se ha ganado, por lo tanto, Ana Pastor la consideración de valor de muy alta gama dentro del Partido Popular
Se ha ganado, por lo tanto, Ana Pastor la consideración de valor de muy alta gama dentro del Partido Popular, que no está ahora, después de tantos avatares, precisamente sobrado de ellos. Y aquí se plantea la duda. ¿Debe Ana Pastor, que ya ha confirmado que va a seguir en la vida política -es decir, que Pablo Casado ya le ha dicho que cuenta con ella- encabezar la lista del PP por Pontevedra, circunscripción por la que se ha venido presentando desde el año 2000, cuando la VII legislatura? Desde Galicia se argumenta que su candidatura reforzaría extraordinariamente las posibilidades electorales del PP de Galicia, cosa que no admite discusión.
Pero sucede que Pablo Casado necesita acompañarse en estas elecciones generales de una persona que sume a su juventud impetuosa el contrapeso de una experiencia acreditada y de una también acreditada prudencia. De Ana Pastor no se podrá escuchar un exceso ni una frase necesitada de matización posterior y eso en este momento político resulta de una extrema importancia. Pero es que también debe valorar el líder del PP que Ana Pastor conoce muy bien, mucho mejor que él aunque sólo hubiera sido por su paso por distintos ministerios, el juego del poder, que no es el de la oposición ni el de las intervenciones públicas. Hablo del poder con todas sus aristas y todas sus oscuridades.
Casado necesita a alguien como Ana Pastor a su lado, y la necesita de número dos para dar una indiscutible solidez de experiencia política y de honestidad a prueba de bomba a una candidatura con la que se va a jugar, él y su partido, el futuro como alternativa de gobierno en un panorama electoral tan fracturado como el que tenemos delante. Lo que necesitan ambos -él y su partido- no son candidatos estrella ni golpes de efecto que, por otra parte, suelen casi siempre salir mal. Haría bien el joven presidente del PP en hacer caso a quienes le damos este consejo desinteresado e invitar a la presidenta del Congreso a acompañarle, inmediatamente detrás de él en la papeleta por Madrid. Si no lo hace, se equivocará, independientemente de a quien pueda elegir para ocupar ese puesto.
Pronto despejaremos la incógnita.
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