Este fin de semana hemos asistido al anuncio de los cabezas de lista de las principales fuerzas políticas para las elecciones generales del 28 de abril. Poco que objetar a que cada líder intente hacer su propio equipo de futuro, exactamente igual a como hicieron sus antecesores, siempre y cuando ese proceso no parezca el mercado de fichajes de invierno, como en el fútbol, o se aproveche para hacer una purga de desafectos.
Lo menos que podemos exigir a los que aspiran a la presidencia de nuestro gobierno es que procuren, además de lealtades inquebrantables, componer unos Grupos Parlamentarios capaces tanto para estar en el Gobierno como en la oposición. Gobernando, porque habrá que llegar a muchos acuerdos, pactar y transaccionar en un escenario político sin mayorías absolutas, y los que no lleguen a Moncloa, porque deberán ejercer de forma solvente su obligación de control al Ejecutivo.
Además, buscar el efectismo, moverse en el cortoplazo electoral, convertir la política en un desfile de estrellas, puede ser contraproducente par ala política en general y para esos líderes en particular, y es que las listas las carga el diablo.
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