En la España de la transición la política gozaba de prestigio. Tras 40 años de dictadura, la política significaba la libertad y la democracia. Los políticos eran respetados e incluso admirados.
Ahora las cosas han cambiado. Las grandes formaciones (tras años de corrupción en casi todas los partidos) buscan fuera de la política personajes conocidos, rostros famosos o personas que hayan destacado profesionalmente para dar atractivo a sus listas. Pedro Sánchez fichó al entrenador de baloncesto Pepu Hernández como cabeza de lista para la alcaldía de Madrid; Pablo Casado ha hecho otro tanto con Juan José Cortes (padre de la niña Mariluz, asesinada en 2008), o los periodistas Pablo Montesinos o Cayetana Álvarez de Toledo (que ya ocupó escaño con el PP entre 2004 y 2008); Albert Rivera ha dado la campanada con el ex vicepresidente de Coca-Cola, Marcos de Quinto. Santiago Abascal, sin embargo, ha buscado el talento en militares de alta graduación en la reserva: Fulgencio Coll, Alberto Asarta, Manuel Mestre y Agustín Rosety.
No es novedoso que un partido político en España tire de galones para engrosar sus listas. Lo hizo Podemos con el ex JEMAD Julio Rodríguez. Pero sí es la primera vez que se produce una ofensiva de tan amplio alcance, con generales de brillante hoja de servicio que ocuparán la cabeza de lista en ciudades como Palma de Mallorca, Alicante, Castellón o Cádiz.
Por tanto, no estamos ante una casualidad, sino ante una estrategia. El estamento militar está muy bien considerado por la mayoría de los españoles. En la última encuesta en la que el CIS preguntó sobre la valoración de distintos colectivos (abril de 2015), la Fuerzas Armadas eran la tercera institución más valorada, con un 5,51, sólo por detrás de la Guardia Civil (6,02) y la Policía (5,95). Muy por encima de los partidos políticos (2,23), e incluso de la Monarquía (4,34).
Algunos de los generales fichados por Vox han desarrollado su labor con brillantez en misiones internacionales. A Asarta se le conoce como "el héroe de Najaf", por su valiente actuación contra la insurgencia en dicha ciudad iraquí. El teniente general Fulguencio Coll fue el primer responsable de la Unidad Militar de Emergencias; Mestre participó en operaciones en Kuwait, Afganistan y Bosnia, etc.
Pero tanto Asarta como Rosety firmaron en su día un manifiesto de la Asociación de Militares Españoles (AME) en defensa del legado de Franco "como soldado" ante los ataques que estaba sufriendo el dictador desde distintos frentes.
La incorporación de militares de alta graduación para Vox resulta una jugada electoral maestra. Otra cosa son los riesgos que entraña
Hasta ahora no les hemos oído opinar sobre lo que está ocurriendo en Cataluña, pero los avatares de la campaña electoral les forzaran a romper su, hasta ahora, forzado silencio. No cabe duda de lo que piensan a ese respecto y tampoco sobre su defensa del papel que encomienda la Constitución a las Fuerzas Armadas ante una posible ruptura de la unidad. Una vez que entren en el debate cuerpo a cuerpo es indudable que el prestigio de la institución puede verse seriamente afectado.
Electoralmente hablando, para Vox resulta una jugada maestra. Sus militares se van a convertir en referencia obligada de la campaña para las elecciones municipales e incluso es probable que alguno de ellos participe a partir de ahora en los actos que organice el partido de Abascal para las elecciones generales. La extrema izquierda y los independentistas ven en la incorporación de estos generales un anuncio de lo que espera a España si se produce el triunfo de Vox o de las derechas: la vuelta al franquismo. Pero eso, al partido populista le da igual. Incluso, hasta le viene bien. La polarización es lo que buscan. ¿Se imaginan las calles de Cadiz adornadas con carteles de Rosety y de Kichi? Por no hablar de un debate entre ellos...
Con la incorporación de altos representantes del estamento militar, Vox no sólo quiere situarse nítidamente como el "partido del orden y la unidad de España", sino que pretende atraer como votantes a colectivos que representan cientos de miles de votantes que, tradicionalmente, se supone que han votado por el PP.
Pero una cosa es que a Vox le salga bien la jugada y otra es que la dinámica que va a introducir en la vida política sea buena para España. La clave del éxito de la transición fue la convivencia, el consenso, la reconciliación entre dos visiones enfrentadas que derivó en una sangrienta guerra civil. El radicalismo de Podemos, el aventurerismo de los independentistas, la frivolidad del PSOE, las estridencias del PP y ahora la estrategia frentista de Vox amenazan con hacer saltar por los aires ese activo fundamental que ha dado a España su periodo más largo y fructífero de democracia.
Una vez que entren en el debate cuerpo a cuerpo es indudable que el prestigio de la institución puede verse seriamente afectado
Si las fuerzas armadas han logrado superar el estigma del franquismo y del 23-F, ha sido precisamente porque han asumido su profesionalización y el respeto absoluto a la Constitución y de las ordenanzas, que obligan al silencio. Es decir, a los altos mandos militares se les ha apreciado por ser prudentes en la manifestación de sus opiniones y ahora lo que les va a exigir su alineación política es justamente lo contrario.
Nos guste o no, vamos a una confrontación electoral entre dos visiones de España, que ya han dado lugar a la construcción de dos grandes bloques. Vox, partido con el que nadie contaba hasta las elecciones de Andalucía, ha jugado inteligentemente sus bazas y se ha situado a la derecha claramente como el partido patriota, a lo que contribuye simbólicamente la incorporación de miembros relevantes de la fuerzas armadas. Mientras, Ciudadanos y el PP no han advertido el grave peligro de contaminación que supone para sus formaciones la aproximación a Vox. Todo lo que sea acercarse al partido de Abascal conlleva un alejamiento proporcional del centro, y eso lo está aprovechando a las mil maravillas Pedro Sánchez, el gran beneficiado de ese efecto contagio en la derecha.
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