Y Pablo Iglesias volvió como un Cristo rojo, sabiniano, flaco de recién desenclavado y recién fracasado, buscando la fe de los descreídos. No era un resucitado sino un descendido. El Podemos que hay ahora, después del aburguesamiento, de las purgas con veneno en los anillos, del Xanadú con casitas de pájaro de Galapagar, ya tiene que recurrir a los autobuses de la mortadela, no hace imán con la calle, no sincroniza su cabreo con el cabreo de los peatones de alpargatas de cabeza gacha que pasan por allí. En la plaza, los Círculos de los pueblos, con pancarta y con banderín, Arganzuela, Paterna, o el Círculo de Vallecas, poderoso, como lleno de levantadoras de piedras. Ahí estaban el funcionariado de Podemos, con el morado en los ojos y los pezones, pero ese Podemos sólo llenaba media plaza, como para un novillero local.
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