Una entrevista recientemente emitida por la BBC ofrecía una ventana con vistas particularmente ilustrativas sobre el mareante panorama en el que se está desenvolviendo la cada vez más hipotética salida del Reino Unido de la Unión Europea.
Sally, llamémosla así, es una joven universitaria del norte de Inglaterra. Como los jóvenes son el grupo demográfico más proclive a permanecer en la Unión y el norte desindustrializado es la zona geográfica más propensa a votar por la salida, no sorprende que Sally expresara cierta confusión.
Siendo universitaria querría abortar el Brexit para poder participar en el programa Erasmus y cursar estudios en alguna universidad “del Continente”. Siendo norteña, aprecia que la voluntad popular ha sido la que ha sido y entiende que, en realidad, debe apoyar la salida por una cuestión de higiene democrática.
Todo más o menos simple de entender. Excepto que el esnobismo de Oxford y Cambridge impidió que los británicos, inclusive Sally, participen del espacio educativo común– probablemente el acuerdo pan-europeo que, junto a las líneas aéreas de bajo coste, más ha hecho por la Unión.
Gracias a la arrogancia institucional de sus universidades no se les reconocen los estudios cursados fuera del Reino Unido
Y sin embargo, a pesar de que gracias a la arrogancia institucional de sus universidades no se les reconozcan los estudios cursados fuera del Reino Unido, los compañeros universitarios de Sally siguen participando masivamente en el programa porque valoran la experiencia y porque saben que los empleadores también la valoran.
Además, no se lo pierdan, preguntada por cómo iba a afectarle una salida sin acuerdo de su país Sally nos informaba de que se disponía a solicitar el pasaporte italiano al que tenía derecho por vía del hasta ahora medio olvidado bisabuelo paterno, que es en lo que anda haciendo todo ciudadano británico que puede– no se veían colas así en los consulados desde la Argentina del corralito.
El respeto a la voluntad popular es particularmente atractivo cuando a uno no le afecta
El respeto a la voluntad popular es particularmente atractivo cuando a uno no le afecta. Cabría excusar las opiniones de Sally por aquello del atolondramiento post-adolescente. Pero es que lo mismo encontramos si repasamos las opiniones de las élites políticas del país de los últimos 60 años.
Churchill, por ejemplo, era muy partidario de que el Reino Unido estuviera “con Europa pero no en Europa”. Lo que tiene un significado tan claro como aquello de “Brexit significa Brexit” que tanto le gusta a Theresa May. Medio siglo y en la misma confusión andan, de Churchill a May pasando por Sally y Thatcher.
Tras dos años de marear la perdiz parlamentaria durante los que en Westminster han tumbado dos veces el acuerdo para una salida pactada propuesto por May, estamos pendientes de otra votación sobre el mismo acuerdo –que es lo que pasa cuando el pánico conduce a la cabezonería y casi parece heroísmo.
Entretanto, Donald Tusk, Emmanuel Macron y el resto de la estupefacta fauna europea han reaccionado dando a los británicos tres opciones: salir el día 22 de mayo si el Parlamento acepta lo que ha rechazado repetida y masivamente; salir sin acuerdo el 12 de abril.
O implantar otra extensión de duración indefinida que incluya la participación de Reino Unido en las próximas elecciones europeas y la posibilidad de cancelar el Brexit – presumiblemente en función del resultado de unas hipotéticas elecciones en la Gran Bretaña que nadie sabe cuándo ni cómo se van a celebrar.
Dice Donald Tusk que todas las opciones están abiertas... es como estábamos el día después del referéndum
Dice Donald Tusk que todas las opciones están abiertas para los súbditos de su Graciosa Majestad. Que es como estábamos el día después del referéndum y… cuando se firmó la Unión del Carbón y el Acero, allá por el año 1952.
Theresa May y su predecesor David Cameron son ya carne del desdén histórico dentro y fuera de su propio país.
Pero el fracaso es más amplio, más profundo y afecta a la élite dirigente británica en bloque desde Anthony Eden hasta el actual líder laborista Jeremy Corbyn – que no lleva coleta pero debería y al que basta imaginar en Downing Street para que May parezca positivamente churchiliana– pasando por los cabecillas del Brexit a las bravas, caricaturas de sí mismos, como Jacob Rees-Mogg o Boris Johnson.
Sin olvidar a los arriba mencionados mandarines de Oxford y Cambridge y al grueso de la opinión publicada que a estas alturas insiste en imaginarse que contemplar siquiera la salida unilateral es una opción viable: cuando la clase dirigente de las islas todavía tiene que digerir la realidad de un Reino Unido post imperial y reducido a potencia de segundo orden lo de Sally, en el fondo, es claridad meridiana.
Como la práctica lleva a la perfección y llevamos medio siglo en ello, lo más sensato es examinar la situación actual con cierta flema. Británica, se entiende.
Lo más probable es que la situación se alargue hasta que se encuentre otro acomodo que les permita seguir con Europa pero no en Europa
Reino Unido puede salir de la Unión por accidente, inercia e incompetencia supina, pero lo más probable es que la confusión se alargue hasta que se encuentre otro acomodo que les permita seguir con Europa pero no en Europa y se materialice que Brexit, efectivamente, significaba Brexit. Sea Brexit lo que sea.
Y Sally hará un Erasmus que no es Erasmus pero sí lo es y no tendrá que desempolvar el pasaporte del abuelo. Ese que usábamos cuando lo normal en Europa eran las fronteras… y los frentes
David Sarias Rodríguez es profesor de Historia del Pensamiento Político, Universidad San Pablo-CEU.
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