La semana pasada conocíamos que los estafados por el "caso Madoff" en Banco Santander han recuperado su dinero, una década después. La Justicia española investigaba a la entidad para
saber cómo pudo perder más de 2.300 millones de euros de sus clientes. El banco presidido por Ana Botín ha tenido que desembolsar 1.370 millones de euros. Más recientemente, en 2017, Santander también se vio afectado por la acusación sobre uno de sus directivos en Brasil por supuestas prácticas corruptas que tendrían como finalidad estafar al fisco.
Igualmente, sorprende ver cómo Francisco González, expresidente de BBVA, se ha ido por la puerta de atrás después de verse salpicado de lleno por el escándalo Villarejo y los mercados ni
siquiera han arqueado la ceja. Quien fuera el artífice de la fusión entre BBV y Argentaria en el año 2000 y creador de uno de los bancos más potentes a nivel nacional e internacional se ha visto obligado a dejar la presidencia de honor del banco para no seguir dañando aún más la imagen de falta de transparencia y honorabilidad de la entidad, y para poner fin a las presiones del Banco Central Europeo.
En este tiempo, la cotización del banco se ha movido a golpe de titular, pero no por los relacionados con el excomisario, sino por los que han apuntado a crisis en países clave para el negocio del banco, como Turquía o México. En 2018, perdió un tercio de su capitalización en Bolsa.
Sin embargo, la cotización de BBVA no se ha visto muy afectada este año, a juzgar por las subidas de dos dígitos a comienzos de ejercicio. BBVA, al igual que Banco Santander, siguen año tras año formando parte de los blue chips, el selecto grupo de empresas con mayor capitalización bursátil del Ibex 35. Los casos de mala praxis se siguen sucediendo.
En el mercado está extendida la opinión de que el impacto de los casos de corrupción suele ser pasajero
En abril de 2017, cuando OHL e Indra se vieron envueltas en la Operación Lezo -la investigación por la supuesta financiación ilegal del Partido Popular-, ambas firmas cayeron en Bolsa el día en que la Guardia Civil registró sus sedes, pero nada comparado con los ascensos que registró por ejemplo OHL (del 40%) en octubre de ese mismo año cuando anunció una operación estratégica en su negocio, como la venta de su filial de concesiones.
En el mercado está extendida la opinión de que, aunque una acción caiga en Bolsa por un supuesto caso de corrupción, al día siguiente puede revalorizarse por una noticia diferente. Las compañías inmersas en estos casos suelen defender su inocencia y suelen contraatacar con jugosos proyectos en sus planes estratégicos, algo que convence mucho más a los inversores.
Sin embargo, en Europa las malas prácticas parecen tener una mayor influencia o, quizá, más a largo plazo, en los mercados financieros. Entre 2015 y 2018, los fabricantes alemanes de coches se dejaron 50.000 millones de euros de capitalización por el escándalo del diésel. Algunas compañías, como Volkswagen o Daimler, llegaron a perder un 25% de su valor en ese tiempo.
Y al otro lado del Atlántico, en Wall Street, en marzo de 2018 Facebook pagó caro que saliera a la luz el robo de datos de 50 millones de cuentas. El gigante de redes sociales perdió un 11% en Bolsa y arrastró al sector tecnológico. Este caso marcó un antes y un después en cuanto a la transparencia y la protección de datos de las grandes compañías, no solo tecnológicas.
No olvidemos que, en ocasiones, la corrupción sí puede hacer daño, y mucho, no solo a una compañía o a un índice determinado, sino al mercado a nivel mundial. ¿Recuerdan la crisis originada por la venta masiva de hipotecas subprime (basura) en 2008 y la posterior quiebra de Lehman Brothers por esconder demasiada deuda fuera del balance? Sí, recuerdan bien: fue el origen de la mayor crisis económica y financiera de la historia.
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