El desaparecido no era Pablo Iglesias, sino Pedro Sánchez. A Sánchez le han dicho que lo mejor era estarse callado porque la derecha está montando espectáculos de bombero torero, metiendo en las listas a barberillos de la raza, a cazadores de ciervos, a generales con cenefa y espadón de Heraclio Fournier, a matadores patillosos a los que pasear en esa primavera española de cristos de sangre y oro. También hay alguna gran cabeza (política e intelectual), pero el público se queda con el que parece boxeador o garrochista. Falta Bertín Osborne solamente en este festival de la paella, en estas listas con purgas y menudillos.
La primera victoria de Sánchez es que le basta con estar callado. Casado y Rivera ya no saben si matarse o besarse en la boca como coroneles eslavos, si ofrecerse alianzas o devolverse zascas. Abascal se aparece como Chuck Norris en un videoclub. Iglesias sale de su útero freudiano para volver a ser el punki jacobino con guadaña contra el capital y contra el rico de frac barrigón. O sea, que Sánchez puede dedicarse a hacer burbujas de corazoncitos y zapaterismo de cojín, porque la campaña se la están haciendo por descarte, o eso es lo que piensa Iván Redondo, cienciólogo del sanchismo, Mefistófeles con aspecto de dependiente de peluquines.
Sánchez ha conseguido poner a hervir a toda la derecha como se pone a hervir agua en un parto antiguo. Sin embargo, la debilidad de Sánchez es que sigue siendo Sánchez
La derechita simbólica (Vox) les da aún más munición simbólica. Ese PP como vestido de flamenca sólo aumenta las dudas sobre su identidad. Ciudadanos se percibe derechizado por la cuestión catalana. La izquierda de cabreo moderado huye de Iglesias cuando sale como un loco desgreñado que ha destruido su partido, se ha hecho casta con ama de llaves y empresa familiar, y vuelve al puritanismo de quemar chisteras y bancos. La cosa es si Iván Redondo está midiendo bien la fuerza de no hacer nada, o sea se está pareciendo a Arriola, y está sobrevalorando el nerviosismo de la derecha y menospreciando al votante español, que ha visto a Sánchez hacer una política como de jacuzzi o de Nerón, o de Nerón en un jacuzzi, comiendo uvas como pezones libios y tocando la lira con dedos arrugados mientras España se incendia.
El centro derecha está dividido, pero sobre todo desconcertado. Han entrado en el combate falaz de las esencias, del patriotismo de cuarto de banderas, de sargento de tamborileros, y hasta Aznar reta a duelo de miradas a Vox. Aznar parece ese pistolero vestido de negro enterrador, con el revólver de cachas de nácar, ante ese otro con poncho y zahón. La testosterona empieza a sudar por el labio y los arbustos rodantes a sonar como serpientes de cascabel. El centro derecha está descolocado con Vox, que ha atraído a los rancios, al caqui y a los de forocoches. El PP está cayendo en el mimetismo santurrón cuando debería enfocarse en el liberalismo de la libertad y la responsabilidad. Cs, sin olvidar Cataluña, debería remarcar su vocación reformista y antimitológica. Pero es que Sánchez remueve las tripas, es un quemasangre como decimos los andaluces.
Las medidas de Sánchez parecen un karaoke de Zapatero, con su Plan E, con su keynesianismo de parterre municipal, con sus medidas sociales funcionando con dinero de viento
Sánchez ha conseguido poner a hervir a toda la derecha como se pone a hervir agua en un parto antiguo. Sin embargo, la debilidad de Sánchez es que sigue siendo Sánchez. O sea, que hay que mirarlo a él, escucharlo a él, recordarlo a él, leerlo a él incluso, su libro hecho como con el satén húmedo de sus sábanas. Ver lo que hace y lo que deja. Ver cómo pega a todo, al logo de la rosa, a los atriles, a los telones de rojo matanza, un corazón de yogur, de bífidus, de margarina, lo único que tiene, publicidad de falsa ciencia y falso pan del pueblo. Cómo lo pega a su programa, a sus 110 medidas, con ese corazón de gelatina ahí junto a la cifra como si fuera el número de teléfono de un centro de acogida de mascotas.
Las medidas parecen un karaoke de Zapatero, con su Plan E, con su keynesianismo de parterre municipal, con sus medidas sociales funcionando con dinero de viento como sus molinillos ecológicos, con la neolengua logsiana o de LinkedIn llena de “marcos estratégicos”, “capacidades digitales”, “desarrollo equilibrado” o “tecnologías habilitadoras del cambio” (¿?), con planes y observatorios y pactos y modernizaciones e impulsos. Todo ello sin mencionar el dinero y sin mencionar a Cataluña. Destaco esto: “Seguir construyendo la España de las Autonomías. Fortaleceremos el modelo autonómico como instrumento fundamental de reconocimiento de la singularidad y las opciones políticas propias de cada Comunidad Autónoma”. Esto no significa nada y puede significarlo todo. ¿Cabe aquí el referéndum que ya pide Iceta cuando el independentismo llegue al 65%, esa cifra de saturación o de masa crítica?
Sánchez sigue siendo Sánchez, la sonrisa flotante de Zapatero o del gato de Cheshire, pero inflada como una superluna hormonada. La diferencia es que con Zapatero sólo teníamos encima una crisis económica y ahora, además del socialismo de pozo de los deseos y cajas de bombones ideológicas, es posible que se consienta la victoria del totalitarismo en una parte de España, en aras de la paz en el tocador de Sánchez. La derecha se viste de torero de Bizet, se apuñala mientras se besa, se revuelca en las banderas saladas de la sentimentalidad o de la lujuria. Pero recordemos a Sánchez, todo lo que ha hecho y seguiría haciendo. O sea, gobernar como el que silba mientras se peina, en medio del caos. Si uno vuelve a mirar a Sánchez, su victoria no parece tan clara.
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