Abascal había venido a Barcelona a abrazarse con Torra, y no a otra cosa. Un abrazo gladiador, entre el combate a muerte y el amor viril, de dos gladiadores de la Patria, de dos soldados enemigos por la misma mujer entoallada de banderas, o por mujeres vecinas o hermanas. Mujeres en todo caso de otro tiempo, de ésas que ya sólo están en las películas del neorrealismo italiano, la mujer nación, recia, sufriente, heroica y maquillada de agua hervida. Quiero decir que son los dos unos antiguos, capaces de hacer de Barcelona una Roma de Rossellini y hasta de su antagonismo una avenencia de cosmovisiones. ¿Quién es más rancio, más de derechas, más xenófobo, más mitológico? ¿Abascal o Torra? Los dos tienen su Patria herida, sus héroes de peto y alabarda y hasta su Colón particular. Los dos tienen el pendón suelto ante otro pendón suelto.
Vox ha ido a Barcelona a hacerse ver en tierra enemiga, en tierra como mora. Vox todo lo hace para hacerse ver, y no para hacerse pensar, claro, porque entonces pierden. Pero Vox en Barcelona, apostatando ante los minaretes del independentismo teocrático, da mucho que pensar. Yo suelo protestar cuando se equiparan nacionalismo catalán y nacionalismo español, por ejemplo, porque se está llamando nacionalismo español a algo que no lo es. El nacionalismo es la aspiración de una nación sin Estado, o sea, una idea sentimental o histórica o mítica que lucha por ser un Estado. Pero uno no cree que las ideas o los sentimientos o la mitología, como tampoco la raza o la religión, tengan el derecho ni la necesidad de ser Estado. Es más, me parece peligroso. En realidad venimos de guerras de tribus y encamamientos de reyes o generales, no hay más. No hay nación romántica salvo en el loco enamorado que la necesita. Tenemos solamente naciones accidentes, que intentamos dignificar y civilizar con un contrato de ciudadanía, o sea con la ley.
¿Quién es más rancio, más de derechas, más xenófobo, más mitológico? ¿Abascal o Torra? Los dos tienen su Patria herida
Hay un nacionalismo catalán que tiene esa idea de nación sentimental y quiere hacer de ella un Estado por una necesidad también sentimental, antigua, mentirosa y ansiosa. Es cuando yo suelo decir que no hay nacionalismo español porque España no es una idea ni una aspiración, sino un contrato ciudadano que se firmó sobre la cama azarosa de la historia. Pero esto no vale con los de Vox, que sí tienen a España como una idea, como una aspiración, como una esencia, como un sentimiento. O sea, un concepto joseantoniano (Savater dixit). Igual que los indepes. Por eso en Barcelona se han juntado dos nacionalismos sentimentales (los nacionalismos sólo pueden ser sentimentales) y es la lección más importante del día.
Dos nacionalismos han puesto sus banderas de cara o de espaldas, aunque como digo no se trata de las banderas sino de las esencias. Y lo que más sorprende es cómo se tratan de extraños. No hay ahora nada más parecido al fascismo o prefascismo (me sugiere ese ambiente noir y caótico de la república de Weimar) que la Cataluña actual. Pero ahí estaban los CDR y las otras milicias de fuego y cuero, ahí estaba la siniestra Ada Colau (otra vez, Savater dixit), llamando contra el “fascismo” a la vez con meriendas y con piedras. Colau no es sólo siniestra, sino cínica. Hasta el punto de poner del lado de su causa nada menos que al amor. “El amor gana al odio”, así ha querido convocar a una fiesta para contrarrestar a Abascal con payasetes y danzas de sacerdotisas o copas menstruales.
El amor gana al odio, pero no hay mejor ejemplo actual del odio que la actitud de los independentistas (y sus justificadores y acunadores) con el disidente, con el “enemigo del pueblo”. Colau es otra antigua, una mitológica posmoderna en este caso. Su moral es tan tumefacta que no es que no vea el odio, sino que llega a confundirlo con el amor. También el PSC ha dedicado un autobús al amor, a los besos masculinos con colonia de gimnasio, a la diversidad y al pastel de margaritas. Por el imperio de la ley es por lo que no parecen sentir el mismo amor, respeto ni plasticidad. Tanto amor consintiendo tanto odio es lo que desenmascara su enfermedad intelectual y ética, y me refiero tanto a los indepes como a sus aplaudidores, consentidores y relativizadores.
Colau es otra antigua, una mitológica posmoderna. Su moral es tan tumefacta que no es que no vea el odio, sino que llega a confundirlo con el amor
Vox tiene un objetivo de propaganda, de imagen, de película (no tiene otro) que incluía este enfrentamiento titánico, esta batalla naval coreografiada (naumaquia se llama eso) en la Barcelona sin ley y sin Estado. No ocurrió como en Madrid, donde la gente miraba la manifestación indepe como un concierto apasionado y ridículo de Justin Bieber y luego seguía a sus cosas, con ese elegante pasotismo del Madrid eterno en batallas, bohemios y esperpentos.
En Barcelona hubo humo y cascotes, picnic de insultos y ganas de lejía. No era tan fácil, no era lo primero que saltaba a la vista eso de que Abascal y Torra se parecen tanto. Quizá porque la táctica de Vox aún no incluye desobedecer las leyes, aunque teorizan y fantasean con el día en que las leyes filtren según origen y opiniones (ahí está su peligro). No vimos el abrazo de Abascal y Torra, claro, pero lo sentimos, crujiendo entre la franela y el gentío, como crujen los correajes en el amor y en la batalla.
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