La irrupción de Vox en la política española ha supuesto el fin de la última gran peculiaridad política española. Habiendo desarrollado su propia variante de populismo identitario ya podemos afirmar que Spain is not different. Ni hace ya falta recurrir al efecto vacuna de la larga dictadura franquista, ni a la presencia de xenofobias regionales, desde la islamofobia del puyolismo a las obsesiones patronímicas del nacionalismo vasco; ni tampoco hay que tirar del presunto complejo de inferioridad hispánico. Politólogos e historiadores asisten, aliviados en lo metodológico y, por lo general, horrorizados en lo demás, a la normalización política española.
Tratándose de España y de extremismos políticos, era predecible que en lo del populismo nos hayamos vuelto normales, o sea radicales, pero más que los demás y a velocidad exprés. A saber, en cuestión de un lustro -desde las elecciones europeas de 2014- hemos pasado de un bipartidismo estable y políticamente centrípeto a un sistema multipartidista con presencia de dos alternativas centrífugas dispuestas a destruir el sistema. No nos valía con una, como a los holandeses, los belgas, los suecos y los británicos; hemos ido a por todas, faltaría más, como los italianos, los norteamericanos y los griegos: primero Podemos, desde la izquierda excluyente; y ahora Vox, desde la derecha xenófoba.
Como en el resto de los países normales a los que ya pertenecemos (pero más, recuérdenlo) el fenómeno se entiende por la coincidencia de tres procesos superpuestos que se desarrollan en un escenario globalizado: primero, la gran recesión, con sus gravísimos y todavía mal entendidos efectos, que han actuado de detonante; segundo, la profunda y también aún poco entendida crisis cultural del tránsito a la postmodernidad que, en realidad, es la carga que está actualmente explosionando; en tercer lugar, la repentina crisis de los partidos políticos tradicionales, que es el primer efecto de la conmoción resultante. Y todo esto, en cuarto lugar, en un mundo profundamente integrado en el que el que lo político solo se entiende desde los transnacional.
Lo de Vox, por ejemplo, es de manual. Y lo del PP, donde no se enteran de nada, también.
En un lustro pasamos a un sistema multipartidista con dos alternativas centrífugas: la izquierda excluyente de Podemos y la derecha xenófoba de Vox
Y es que en Vox cuentan con Rafael Bardají, que es inteligente, buen conocedor de la realidad norteamericana y posiblemente también sea el español mejor conectado con el movimiento conservador norteamericano. Bardají ha elegido como avatar en Twitter una imagen de Darth Vader a la que por Navidad le coloca un gorro de Papa Noel, no hay provocación ideológica que no le gusté ni gamberrada política a la que pueda resistirse. Puesto en otros términos, Bardají está en la misma onda temperamental de Steve Bannon y de buena parte de la derecha radical global: Bolsonaro en Brasil y Duterte en Filipinas, mutatis mutandi, andan consumiendo la misma poción política que Farrage en Reino Unido y los lombardos italianos.
Así, hace unos meses Rocío Monasterio observaba, con el desparpajo y naturalidad de tullidos morales como Donald Trump, los Le Pen o Geert Wilders, que los inmigrantes son criminales y violadores. Tal cual y sin anestesia. En fechas más recientes Santigo Abascal proponía extender el uso de armas para "autodefensa". Y, en otro alarde de originalidad, Abascal también propone un muro con África que, ojito al detalle, va a pagar Marruecos.
La reacción instantánea y casi universal ante semejante oferta política ha sido observar, correctamente, que Vox es copia directa del populismo trumpista; e incorrectamente, los del PP no son los únicos desnortados, que la estrategia es disparatada e inviable en el contexto político español. La asunción obvía que ni a Santiago Abascal ni a sus adláteres se le conocen meteduras de pata producto de la improvisación y asume, en cierto modo, que los de Vox además de radicales son idiotas.
El populismo a lo Trump funciona aquí a las mil maravillas, igual que funcionó en las elecciones norteamericanas de 2016
Pero los de Vox, desde luego Bardají, como cualquiera que haya prestado atención a la prensa convencional norteamericana y ahora le eche un vistazo rápido a la española, saben que, en su dimensión como estrategia comunicativa, el populismo a lo Trump funciona aquí a las mil maravillas, igual que funcionó en las elecciones presidenciales norteamericanas de 2016. Y, si no, miren los titulares de medios como El Español, El Independiente, El Mundo o El País, y hagan un cálculo rápido del coste de todo ese espacio si tuvieran que pagárselo con los fondos de campaña. En el caso de Trump con la CNN, el Washington Post y el New York Times está calculado y puede el lector horrorizarse (o desternillarse, según inclinación) en rápida búsqueda electrónica.
Imaginamos que lo del Spanish Wall en África será en, por ahora, Ceuta y Melilla, pero no es descartable que Abascal lo proponga sobre el límite de nuestras aguas territoriales en el Estrecho sobre flotadores de tecnología futurística además de española, o en las playas andaluzas. Da igual que no se pueda hacer porque en las ciudades autónomas ya existe (como en la frontera entre Estados Unidos y México) y además es una salvajada; o que los marroquíes, en realidad, nos hagan el trabajo sucio, por eso les pagamos, conteniendo emigrantes de paso entre el África subsahariana y Europa. El caso es el titular. Gratis.
Ahí va una idea, querido Santiago, ya instalados en el disparate y teniendo ahí, en la costa mediterránea, la cadena de fuertes y torres construidos por los monarcas del Imperio Hispánico, puedes proponer reconstruirla y, en el proceso, hacerte más fotos morrión en ristre para conectar el imaginario problema de las hordas de inmigrantes violadores con el imaginado imaginario imperial. Te lo van a publicar.
Los de Vox saben que en el PP no se enteran de que la derecha liberal conservadora se acabó y saben que la prensa les va a hacer la campaña
Más significativo, el imposible muro de marras permite replicar en España los mismos resortes comunicativos desarrollados en Estados Unidos: la gran recesión ha generado aquí la misma inseguridad económica que allí, acentuada por una recuperación que está profundizando cambios económicos estructurales vinculados a la globalización cuyos efectos pasaban mucho más desapercibidos durante el crecimiento sostenido de la primera década del siglo XXI -obsérvese el conflicto entre el Taxi convencional y las VTC-.
Estos cambios, además, impactan especialmente sobre los grupos sociales menos permeables a cambios de naturaleza cultural, que van desde el aborto hasta la transformación no ya de los roles de sexo sino de las nociones mismas de identidad sexual, pasando por la identidad nacional. Y ahí está el votante natural que busca Vox. Que es el mismo que votó a Trump y por el Brexit y por Bolsonaro. Y por Podemos y la Ada Colau de los desahucios, y los Insumisos franceses ahora reconvertidos en Chalecos Amarillos y los radicales de Beppe Grillo.
Y los de Vox, que lo saben como saben que en el PP no se enteran de que la derecha liberal conservadora tradicional se acabó porque se acabó el contexto en el que surgió y también saben que la prensa les va a hacer la campaña, siguen detrás de la máscara de Lord Vader o debajo del morrión, muertos de risa.
David Sarias es profesor de Historia del Pensamiento Político (Universidad San Pablo-CEU).
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