La caída de Baguz, último bastión controlado por las huestes de Daesh en Siria, acaba con el suspiro del califato yihadista instaurado en junio de 2014. La celeridad de su descomposición solo es equiparable a su fulgurante ascenso, el cual se dio debido a una serie de factores de distinta índole que todavía perviven a día de hoy en el ámbito socio-político, siendo determinante para comprender que la persistencia de estos ingredientes forma el caldo de cultivo idóneo por el que los grupos de ideología extremista van a seguir teniendo cabida en el futuro más inmediato.
Tanto los actores locales y regionales como algunas de las principales potencias mundiales han instrumentalizado durante las últimas dos décadas el terrorismo de carácter yihadista y la amenaza que este fenómeno representa para la seguridad internacional, con el único fin de favorecer a los propios intereses que subyacen bajo el pretexto de hacer frente al terror. Ejemplos de ello existen de sobra.
En el contexto de la guerra de Irak, Estados Unidos diseñó a su criterio la figura de Al Zarqawi, un delincuente común que acabó convirtiéndose en el referente de la yihad en Irak y germen de la semilla de lo que hoy conocemos como Daesh, con el único propósito de convertir a este individuo en el nexo de unión entre al Qaeda y el régimen de Sadam para poder justificar la necesidad de llevar a cabo la ocupación del país.
A ello se le debería añadir el deseo de llevar la “democracia” al país y la existencia de armas de destrucción masiva, quedando todo ello en evidencia una vez salió a la luz el informe Chilcot, el cual afirmaba que estos argumentos no tenían ninguna base sólida y que no se habían agotado todas las vías diplomáticas previas en busca de una solución pacífica al conflicto que se avecinaba.
La amenaza yihadista se convirtió en la excusa perfecta para perseguir los propios intereses de unos y otros
Más tarde, con la guerra siria, se volvieron a dar más casos de la forma en la que la lucha hacia la amenaza yihadista se convirtió en la excusa perfecta para perseguir los propios intereses de unos y otros. El presidente Al Assad no dudó, en el año 2011, en liberar a los presos que cumplían condena en ese momento con la idea de atomizar así las protestas y tener legitimidad para reprimir duramente las revueltas una vez estallaron.
Muchos de estos presos acabarían ocupando más tarde puestos relevantes dentro de organizaciones yihadistas en Siria. Precisamente, el propio régimen sirio, bajo el pretexto de combatir a Daesh, atacó más tarde y de forma reiterada las posiciones de los grupos rebeldes, dándose en mayor número estos bombardeos sobre ciudades sublevadas que en aquellas otras donde se sabía que se estaba dando la expansión de Daesh.
Por su parte, Rusia entró en el conflicto para defender a al Assad dentro del juego de intereses geopolíticos, sin olvidar sus motivaciones económicas donde el gas juega un papel fundamental. Mientras, Turquía acabó convirtiéndose en otro actor de la guerra siria, empleando la amenaza de Daesh como pretexto para poner límites a los avances del pueblo kurdo, quien ampliaba sus dominios a medida que conseguía hacer retroceder al grupo yihadista.
Poco se ha valorado el esfuerzo del pueblo kurdo a la hora de hacer frente a Daesh, un actor clave
En este sentido, poco se ha valorado el esfuerzo del pueblo kurdo a la hora de hacer frente a Daesh, siendo un actor clave que posiblemente sea de los pocos casos en los que la amenaza de esta organización terrorista era un riesgo real para su existencia.
Los países europeos tampoco permanecen al margen de estos errores que, de alguna forma, han favorecido la supervivencia de Daesh. Francia puede ser un ejemplo de ello, ya que tras los atentados de París de noviembre de 2015 el presidente Hollande afirmó estar en guerra, algo que contribuyó enormemente a dar la legitimidad que buscaba Daesh para aspirar a ser reconocido como un Estado –solo un Estado se le puede declarar la guerra– y, de paso, respaldar su discurso por el cual Occidente es el verdadero enemigo para la existencia del islam.
La ideología del salafismo yihadista nunca desaparecerá con el final de uno u otro grupo
La ideología del salafismo yihadista de la que beben organizaciones terroristas del islamismo más radical nunca desaparecerá con el final de uno u otro grupo. A medida que las raíces de este pensamiento sigan bien arraigadas, su tronco irá fortaleciéndose, pudiendo darse ocasionalmente la caída de alguna de sus ramas y siendo esta sustituida con el paso del tiempo por otra, la cual posiblemente tendrá más fuerza que su predecesora.
Mientras la comunidad internacional siga abogando esencialmente por la respuesta militar, las organizaciones yihadistas seguirán proliferando porque su ideología seguirá retroalimentándose con cada bomba que acabe con la vida de un civil inocente.
Esto en ningún caso quiere decir que la vía militar no tenga su utilidad, sino que no todo el peso debe recaer únicamente sobre ella. Igual de necesario es combatir a los grupos terroristas a través del uso de la fuerza que implantar otras medidas como es cortar el grifo de la financiación de estas organizaciones, llevar a cabo las políticas necesarias para reconstruir un país tras finalizar una guerra, evitar la fractura y conflictividad social, trabajar por un mayor entendimiento entre el mundo árabo-musulmán y la comunidad occidental o el rebatir la propia ideología extremista desde todos los frentes, incluyendo la contranarrativa y la educación.
Hasta que todo esto no se dé y las organizaciones yihadistas dejen de ser un necesario enemigo para los intereses de no pocos Estados, volverá a sembrarse el terror, ya sea bajo el nombre de Daesh, al Qaeda o cualquier otra denominación.
Carlos Igualada Tolosa es director del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo.
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