España dio la primera vuelta al mundo y definió en origen la libertad de los mares por más que se quiera contar lo contrario.

Es bueno recordarlo en este siglo XXI que nació con un sesgo marítimo imposible de pasar por alto. Raro es el día en que la mar deja de estar presente en la actualidad, aunque en la generalidad de los casos sea para mostrar los aspectos más duros de su realidad desde el punto de vista humano y otras desde el social, económico o de seguridad nacional. Lo que se oculta más allá del horizonte es la notable importancia que la mar tiene en la vida nacional.

Desde el punto de vista humano, las migraciones encontraron una puerta de paso entre los denominados económicamente países del Norte y del Sur, pero que hoy se mueven también de Este a Oeste, esta vez por razones ideológicas o religiosas. Y digo puerta de acceso y no barrera porque quienes se aventuran a traspasarla lo hacen en el convencimiento de que prevalecerán la obligación moral y los principios del salvamento de vidas humanas en el mar de la gente de mar sobre la imposición continental de unas fronteras exteriores delineadas sobre el mapa terrestre, sin ningún sustento real en una carta náutica.

Cuando se difuminó la mentalidad de libertad y profundidad en el mar al término del reinado de Carlos III, llegó el ocaso

Esto es así porque, a diferencia de lo que sucede en los continentes donde cualquier territorio tiene dueño, y si no lo tiene es motivo de disputa, la mar conserva un espacio de libertad y de uso pacífico que el derecho internacional llama Alta Mar, del que nadie es dueño y todos pueden hacer uso de él. Basta con leer los artículos de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar para ver cuantas veces se lee la palabra libertad en su texto.

Este fantástico concepto de libertad en la mar tuvo su origen en los trabajos de Francisco de Vitoria y la Escuela Española de Derecho Internacional en el siglo XVI que establecieron por primera vez los principios por los que se debía regir y que definieron como el derecho de los pueblos a visitar a los otros y a comerciar con ellos. España lo asumió ese mismo siglo y otras naciones con vocación de potencia global lo hicieron con posterioridad, Inglaterra en el siglo XVIII, Estados Unidos en el XX y China lo propugna en su estrategia nacional para el siglo XXI.

La importancia de mantener la libertad de los mares está en que, además de evitar los males que acarrean las falsas fronteras, el ochenta por ciento del comercio mundial se hace libremente mediante transporte marítimo, lo que supone evitar los intermediaros que impone el terrestre y aéreo con sus derechos de paso y sobrevuelos. Para España, que recibe el ochenta y cinco por ciento de sus importaciones por mar y envía el cincuenta por ciento de sus exportaciones por la misma vía, resulta un beneficio notable, al que hay que sumar la aportación que hacen los prácticamente ocho mil barcos de pesca de todo orden que gestionan armadores españoles.

Una mentalidad marítima pasa por asumir con orgullo la contribución de nuestros antepasados a la historia universal

Pero más aún, la privilegiada situación geográfica convierte a España una nación marítima de facto, mucho más allá de los manidos ocho mil kilómetros de costa que apenas sirven para medir el perímetro del territorio y no de la mar. Lo es por la proximidad de las líneas de comunicación marítima que van desde Sudáfrica al Mediterráneo y al Norte de Europa, con puntos estratégicos en Baleares, Mar de Alborán, Estrecho, Canarias y Finisterre, que proporcionan la posibilidad de asegurar su libre utilización.

Sin embargo, para llegar a completar la condición de nación marítima hay que considerar la necesidad de tener una mentalidad que, como la Alta Mar, pasa por ser libre, libre de prejuicios, ancha para abarcar todo el horizonte y profunda para vislumbrar lo que hay detrás de él. Sin duda, estos parámetros que se mantuvieron durante los años en que Juan Sebastián de Elcano dio la primera vuelta al mundo y todos los posteriores, sostuvieron en pie al imperio español. Cuando se difuminó esa mentalidad, al término del reinado de Carlos III, llegó el ocaso.

Son escasos los personajes públicos que ligaran el declive de España en la escena mundial con la ausencia de una política marítima o, lo que es lo mismo, con una manera de pensar que olvide las fronteras ideológicas y de delimitación continental del territorio porque deja sin espacio al libre pensamiento, la pacífica comunicación y la creación de un lugar común permanente donde nadie sea dueño de ninguna exclusiva. Hoy vemos el empecinamiento en el error con una Vicepresidenta del Gobierno que se empeña en despojar a los españoles de nuestra herencia marítima.

Así pues, una mentalidad marítima va más allá de abogar por la Alta Mar y mantener la libertad de los mares, pasa por asumir con orgullo la contribución de nuestros antepasados a la historia universal, sin dejarse engañar por la falsa memoria de quienes navegan por las restringidas aguas de la conveniencia política y desconocen la grandeza que proporciona el horizonte en la alta mar.


Javier Pery Paredes es almirante retirado del Ejército español.