La misma noche en que ardía Notre Dame circulaban ya por la red teorías de la conspiración que apuntaban a una silueta misteriosa que podría estar detrás del incendio; numerosos mensajes acusaban también a que los islamistas de estar detrás de la destrucción de este símbolo casi milenario de Europa y de la cristiandad. Cuando los bomberos parisinos fueron aclarando que todo apuntaba a una negligencia involuntaria, los reproches al mundo islámico no cesaron. "Los islamistas quieren destruir Europa y la civilización occidental celebrando el incendio de #NotreDame. Tomemos nota antes de que sea tarde", escribió el candidato de Vox, Santiago Abascal, que no perdió la oportunidad de mezclar churras con merinas para sacar algo de rédito electoral de la tragedia. El mensaje del candidato mostraba como prueba de su acusación unos emojis sonrientes descontextualizados, de cuentas anónimas con nombres aparentemente musulmanes, celebrando el incendio. Al día siguiente de que las llamas en el corazón de París fueran controladas, las redes sociales del entorno de Vox seguían alimentando la idea de que el poder oculta "la verdad" sobre las causas del terrible incendio, por más que las autoridades hayan descartado que sea provocado. El Patrimonio de los europeos está en peligro. Y, según Vox, no precisamente por la falta de planes de prevención de incendios en monumentos emblemáticos. La verdad es mucho más oscura y, casualmente, acorde con sus intereses electorales.
Los islamistas que quieren destruir Europa y la civilización occidental celebrando el incendio de #NotreDame. Tomemos nota antes de que sea tarde. https://t.co/xds6rSCqO2
— Santiago Abascal (@Santi_ABASCAL) April 15, 2019
Hacer campaña abiertamente con estas teorías de la conspiración es una de las tendencias al alza que asalta ahora la política. No solo en España, por supuesto. Estados Unidos tiene en la Casa Blanca un famoso paranoico de las teorías de la conspiración que ganó fama en la política acusando al entonces presidente de EEUU, Barack Obama, de haber falsificado su partida de nacimiento y no haber nacido realmente en Estados Unidos. Daba igual que no hubiera ni pruebas concluyentes ni siquiera indicios de ningún tipo, el caso era sembrar la duda para ganar notoriedad primero y votos después.
Poco importa también que la silueta misteriosa a la que miles de mensajes conspiranoicos acusaban ayer de estar detrás del incendio de Notre Dame (y a los medios de no estar ocultándolo deliberadamente) fuera en realidad la estatua de la Virgen del portal del Claustro. Un conspiranoico jamás se conformará con una solución simple de lo evidente. Él necesita que miremos más allá de la lógica de lo obvio hasta llegar a una irrealidad paralela que reafirme sus prejuicios.
Los profesores Russel Muirhead (Dartmouth) y Nancy L. Rosenblum (Harvard) han estudiado cómo funcionan las teorías de la conspiración. Y según recoge un reciente artículo en The New Yorker hay una diferencia importante entre las teorías de la conspiración clásicas y las actuales. Antes surgían en torno a un evento real (el asesinato de Kennedy, los ataques del 11S). La nueva era de teorías de la conspiración no se preocupan en tener ninguna conexión con la realidad. Como cuando se extendió en la campaña de Trump la idea de que Hillary Clinton torturaba niños en el sótano de una pizzería. No tratan de explicar nada, no sofistican un argumentario, simplemente se inventan un bulo que se extiende como la pólvora por internet. Otra novedad es que ya no son grupúsculos antisistema los que se aferran a las teorías de la conspiración, ahora estas surgen desde el poder. Es el sistema mismo, o aquellos que están cerca de hacerse con él, los que aluden continuamente a supuestos intereses ocultos que esconden una esa verdad enrevesada y fabricada a su medida.
Si a la campaña del 28-A le va bien que sean los islamistas los que han incendiado Notre Dame, ¿por qué no dar por hecho que así ha sido? Ya ni siquiera hacen falta pruebas. Con sembrar la duda en medio del disgusto generalizado es suficiente para potenciar las pulsiones que encienden las llamas del odio xenófobo.
Otros politólogos que han estudiado las teorías de la conspiración son Joseph E. Uscinski y Joseph M. Parent, de la Universidad de Miami y Notre Dame respectivamente. Sus conclusiones, son interesantes para lo que a la campaña del 28-A respecta. Destaca Elizabeth Kolbert que la gente más predispuesta a creer en teorías de la conspiración son los pobres y los que tienen menos estudios. Y aunque la proporción es similar entre quienes militan en la izquierda y en la derecha, el porcentaje de crédulos aumenta sustancialmente entre quienes no tienen una ideología clara. Así que en esta campaña en la que tantos indecisos, gran parte del voto corre el riesgo de infectarse de quienes para convencer, en vez de argumentos aportan supersticiones.
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