El espectáculo ha sido obsceno. Pedro Sánchez solo quería ir a un debate si tenía enfrente al representante de Vox para poder hacerles así la palanca a Ciudadanos y al PP de manera que, metiéndoles en el mismo saco, él pudiera presentarse como el único adalid del centro y de la moderación. Ése era su plan y no otro. Quiero decir que ninguna de sus proclamas según las cuales el líder socialista arde en deseos de contrastar con sus adversarios políticos sus propuestas de gobierno para el futuro de España eran ciertas. Lo único que quería era aprovechar la oportunidad de la presencia de Vox para arruinar las perspectivas electorales de sus contendientes de centro derecha.
No es ilícita la pretensión, por supuesto. Él quería aprovechar una oportunidad de oro para culminar su estrategia en una campaña electoral que, por decisión suya, se está celebrando en su primer tramo durante la Semana Santa. No había, por lo tanto, otro momento cumbre fuera de la celebración de ese debate. Pero la Junta Electoral Central le ha chafado sus planes y lo que se ve ahora es que Pedro Sánchez no quiere debatir. Y no sólo eso. Lo que se ha puesto de manifiesto es que no le importa lo más mínimo echar mano de cualquier recurso para conseguir sus fines.
Por eso muchos observadores sostienen que el presidente del Gobierno no tiene más principios morales que los que le aseguran en cada momento la consecución de sus propósitos, lo cual nos sitúa a los españoles, en nuestra condición de gobernados, en una posición de altísimo riesgo. Porque se hace evidente, una vez más, que para continuar en el palacio de La Moncloa Pedro Sánchez está dispuesto a todo.
Eso es algo que el dirigente independentista Jordi Sánchez debe de tener muy claro y por eso dijo ayer mismo, en la rueda de prensa celebrada desde la cárcel, que estaba convencido de que el presidente del Gobierno acabaría aceptando la celebración de un referéndum de autodeterminación siempre y cuando los votos del secesionismo resultaran decisivos para influir en la gobernación de España. Esto es: tú negocias conmigo la fórmula para que se celebra ese referéndum vestido o disfrazado de lo que sea necesario y nosotros pondremos nuestros escaños a tu servicio, que es lo único que te importa.
Con él todo se puede admitir, todo se puede negociar si con ello se le garantiza su permanencia en el poder
Un planteamiento de esa naturaleza sería completamente disparatado, directamente imposible de considerar si el candidato con más posibilidades de ocupar la presidencia del Gobierno no fuera Pedro Sánchez. Pero con él todo se puede admitir, todo se puede negociar si con ello se le garantiza su permanencia en el poder. Y eso caiga quien caiga, que en el caso de los debates ha sido Rosa María Mateo con todo su amplio equipo de periodistas que se han visto contra su voluntad arrastrados a la caída. Vergonzosa la secuencia de las decisiones adoptadas por la administradora única de RTVE, que se ha puesto sin el menor pudor al servicio directo de lo que a Pedro Sánchez le conviene ahora.
Por lo tanto, sin encomendarse a nadie más que a lo que dicte el presidente, la señora Mateo cambia por sorpresa la fecha establecida desde el comienzo del debate en TVE y la hace coincidir con la que está prevista y concertada para celebrar el de Atresmedia. Sin explicaciones ni justificaciones de ninguna clase. Ni Mateo ha proporcionado el menor argumento para apuntalar este escandaloso cambio de fecha que sabotea, con toda intención, la celebración del debate en la cadena privada, ni Pedro Sánchez se ha tomado la menor molestia en decir a los españoles por qué no puede acudir el día 22 a Televisión Española como estaba señalado desde el comienzo.
Ella y, en consecuencia, la televisión pública, se han puesto al servicio inmediato del presidente del Gobierno
Y eso es porque la explicación de ambas decisiones no aguanta el menor pase por los baremos de la decencia democrática. Mateo ha incurrido en semejante atropello porque es la mandada directa de su jefe, que no es otro que el presidente y, por extensión, de todo su partido. Adiós por lo tanto a sus protestas de ecuanimidad y de independencia. No sirve ya ninguna declaración, ninguna pose. Ella y, en consecuencia, la televisión pública, se han puesto al servicio inmediato del presidente del Gobierno. No cabe un daño mayor a la vista de todo el mundo. Debería presentar de inmediato su dimisión porque ha dejado a los periodistas de TVE a los pies de los caballos y eso ya no lo arregla nada.
Pedro Sánchez tampoco se ha visto en la necesidad de explicar qué motivos de insuperable necesidad le impedían acudir el lunes 22, como estaba previsto, a Televisión Española a debatir con los representantes de Podemos, PP y Ciudadanos. La razón es demasiado simple y descarada como para poderla formular a la cara de los ciudadanos: porque no quiere confrontar con ellos, porque sólo quería llevar a Pablo Casado y a Albert Rivera a repetir la foto de Colón, algo de lo que pensaba obtener grandes réditos.
Perdida esa ocasión, no quiere debatir con nadie y muchísimo menos por partida doble, un día en TVE y al día siguiente en Antena3 y la Sexta. Por lo tanto, se hace lo que se tenga que hacer y se arrastra el prestigio de quien se tenga que arrastrar, que en este caso es el de la Corporación pública a manos de su administradora única, la en otro tiempo magnífica locutora Rosa María Mateo y hoy dedicada por decisión propia al oficio de palafrenera del poder.
No le importará nada siempre y cuando eso no se convierta en pérdida masiva de apoyos electorales
De momento parece que todos los candidatos de la oposición están dispuestos a acudir al debate previsto el día 23 por la cadena privada aunque el líder de Podemos, Pablo Iglesias, no lo ha formulado hasta ahora con total nitidez. Así que asistiremos a un debate a tres el próximo martes en el que el ausente será previsiblemente objeto de todos los ataques y las descalificaciones. No le importará nada siempre y cuando eso no se convierta en pérdida masiva de apoyos electorales, que por lo visto es lo único que cuenta para él.
Y quizá asistamos el mismo día y a la misma hora al penoso espectáculo de un presidente del Gobierno completamente solo en un estudio preparado para un debate con cuatro contendientes. Es de esperar, por el bien de nuestra autoestima como españoles, que Sánchez ceda al final en este pulso disparatado que ha echado a la oposición en su conjunto por su exclusivo capricho personal y que no acuda a TVE. O que la señora Mateo rectifique y vuelva grupas hacia el día 22. Porque lo que es muy improbable es que los líderes de la oposición bajen la cerviz y acepten pasar bajo las horcas caudinas del diktat del presidente.
No está claro que la batalla del debate haya terminado, pero lo que sí ha quedado diáfano es el modo en el que se comporta Pedro Sánchez y los códigos de conducta que le inspiran que se resumen en esto: Yo, haciendo la mía, me c... en todos.
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