Vox flota en los debates como su colonia agreste o sus fantasmas con boina. He leído la expresión “el elefante de Vox” por aquel elefante de Lakoff, en el que se supone que no se puede dejar de pensar cuando te dicen precisamente que no pienses en él. La verdad es que, sin mindfulness ni nada, basta con pensar en otra cosa, aunque con eso nos carguemos ese recurso tan de cuñado y tan kitsch, casi al nivel de sacar a Lampedusa.
Se piensa en Vox porque han ganado la batalla de la presencia, aunque no de las ideas. Se piensa en Vox no porque lo esquiven en los debates ni porque los otros candidatos lo nombren con todos los muchos nombres del Diablo salvo el suyo, sino por tamaño, por estruendo y por vértigo. Se piensa en Vox, o sea en el elefante, porque tenemos al elefante delante, ese elefante con plumero, más de Moulin Rouge que de circo, encima de nuestra política y de nuestra democracia como encima de una pelota o de nuestra cara. Después del primer debate en TVE, Santiago Abascal se limitó a poner en Twitter la foto de cuatro loros de la misma camada o pelaje con este reto: “encuentra las diferencias”.
Se piensa en Vox no porque lo esquiven en los debates, sino por el tamaño, por estruendo y por vértigo
Lo que ocurre es que el reto, en realidad, es para él. Es decir, Abascal está confesando que es él quien no es capaz de distinguir todo el espectro ideológico, programático, estético o incluso moral que hay entre Podemos, PSOE, Ciudadanos y PP. El ojo de general sin un ojo, el ojo de daltónico rojigualda, el ojo de grises y espejos de ojo de mosca, el ojo de Abascal en fin, no ve de la política sino bultos y sombras. Su discurso está hecho de bultos y sombras. Así que todos son papagayos en el resol o gatos pardos en la noche. Abascal no es que no tenga sutileza, es que se sostiene básicamente en una grumosidad de visión que luego le hace confundir a una cotorra con un paragüero o la política con la caza de patos.
El debate de Vox es no estar en el debate, como ya confesaron en chat privado. Es más efectivo hacer cornetín con el debate, como hacen cornetín con cualquier cosa. Es más efectivo colgar el cuadro de un loro, como una vieja acuarelista loca. Porque Abascal sólo funciona en modo arenga sobre el Panzer o en modo conversación con José Manuel Soto (o Bertín Osborne, que creo que ya lo he dicho alguna vez). A Carmen Calvo la retaba el otro día Iván Espinosa de los Monteros: “Cuando quiera, donde quiera, en la tele pública, en la privada, en Youtube, marque la fecha y la hora, si se atreve, cobarde, que son unos cobardes”. Sí, sonaban las serpientes de cascabel y se detenía la pianola, pero luego Abascal no va a batirse, sólo a entrevistas con fogata de vaqueros. Sabe que sólo tiene charla de vaquero, ahí entre baladas countries, pavesas con armónica, estampados de vaca, cielos de lobo estepario y el cuchillo afilándose, como si fuera Cocodrilo Dundee. Y si propone algo, como hizo con Susanna Griso, es cambiar el himno de España por 'El novio de la muerte' y cantarlo en las clases. El cornetín, y encima el de la muñeca Wendolin.
Abascal no es que no tenga sutileza, es que se sostiene básicamente en una grumosidad de visión que le hace confundir a la política con la caza de patos
El cornetín, sólo saben soplar el cornetín, como en el juicio del procés, donde están haciendo el ridículo y el severo Ortega Smith torpea como si fuera Ally McBeal. Imaginen a todos estos posturitas de zahón, casco de alabardero y mascarón de proa neptuniano en un gobierno. Es decir, con números, con leyes, con derechos en vez de ordenanzas castrenses, y con dinero de verdad,
no con doblones de chocolate. Y ni siquiera se dan cuenta de que son ellos los que están haciendo de lorito. Hace poco, Ortega Smith decía esto en un mitin: “El 28 de abril, y vais a ser vosotros protagonistas de este hito histórico, comienza la segunda transición en España. La transición desde la partitocracia, el poder absoluto de los partidos políticos, a la soberanía nacional de los
españoles, para recuperar las instituciones al servicio de la inmensa mayoría de los españoles (…). Por eso nos tienen tanto miedo, por eso no nos dejan ir a los debates”.
El discurso, ya ven, podría ser de Pablo Iglesias. En realidad, he omitido un par de referencias sobre elegir entre autonomías y pensiones, y entre subvencionar a los partidos o financiar a la fuerzas y cuerpos de seguridad. No podemos ignorar esos matices, también muy de cornetín. Pero el resto es calcado a cualquier rapeado podemita, a su teoría de la hegemonía gramsciana, a la apelación épica y sentimental al pueblo contra el sistema.
El juego de Vox es soplar el corazón llagado del español mosqueado y que no se dé cuenta de que su política está hueca y muerta
En Vox no debaten porque sólo les sale un domingo de limpieza en el cuarto de banderas o una parrillada de chistorras patrióticas. Y tantos parecidos con sus odiados rojos que Abascal debería besarse con Iglesias como generales cubanos. No debaten porque las ideas no son su juego. El juego de Vox es soplar el corazón llagado del español mosqueado y que no se dé cuenta de que su política está hueca y muerta como esos exvotos de prótesis y bragueros de sus santas capillas.
Sólo cornetín y sonajero, sólo ese gran elefante de una patria de circo embistiendo ciego, conducido por un Aníbal como de Anís del Mono. Claro que no podemos dejar de pensar en ese elefante, como en un árbol que se nos cae encima. Mientras, Sánchez sonríe sabiendo que Abascal lo está llevando a otra presidencia del Gobierno. Sólo tiene que seguir su generoso reguero de alpiste.
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