Cómo no vamos a estar más indecisos que nunca los ciudadanos de a quién votar el domingo 28-A si incluso los políticos dudan hasta el último momento de en qué partido estar. Se ha transformado tanto la política española en tan poco tiempo que no todos los que integran las candidaturas parecen convencidos de estar en la que más corresponde a su ideología. La última prueba del desconcierto ha sido el abandono de Ángel Garrido, por sorpresa y por la espalda, de las listas del Partido Popular para integrarse en las de Ciudadanos. Cambia de partido "por convicciones" en busca, dice, del "centro político". Quién nos lo iba a decir en una melé de toreros, militares y tertulianos, que la incorporación más sorprendente en las listas de esta eterna campaña electoral iba a ser precisamente... ¡un político! Eso sí que es innovador: convertir en fichaje mediático un señor que lleva 30 años en política y al que no le bastó con llegar a la presidencia de la Comunidad de Madrid para que nos aprendiéramos su nombre. No fue hasta febrero, cuando protagonizó el órdago a los taxistas en huelga, que los madrileños nos percatamos de quién era este señor de pelo gris que de vez en cuando aparecía en el telediario.
Al que ya no se le va a olvidar nunca este nombre es a Pablo Casado, que ha tenido que esforzarse por animar a los suyos al enterarse de la sorpresa que en el PP llaman traición. Resultó que lo que la gente miraba en la pantalla de su móvil durante el mitin de Casado en Sevilla no era el último meme ridiculizando a Albert Rivera con el marco del debate tuneado, sino el anuncio de que Ciudadanos le ha levantado al número cuatro de su lista europea.
Casado no quiso a Garrido como cabeza de lista de la Comunidad de Madrid para su nuevo PP. Le faltaba carisma, decían algunos, para justificar la elección de Isabel Díaz Ayuso, que aún tiene el suyo por demostrar en las elecciones de mayo. Y ahora es Garrido el que no cree que el PP esté a su altura. Ya no quiere formar parte del partido de Casado porque él se siente de centro liberal y con la nueva dirección cree que su ya ex partido ha dejado de serlo. Puede reprochársele al desertor no haberlo decidido antes. Y puede interpretarse también que últimamente hay partidos con una ideología tan mutante que hasta los que están en los fogones van aprendiendo sobre la marcha qué es lo que les toca defender ahora. Y a algunos, al descubrirlo, parece que no les gusta.
En su afán por dejar de ser visto como la "derechita cobarde", el salto de Garrido a la competencia, que no al enemigo, refleja el malestar de un cierto sector del PP, o lo que queda de él, que ya no se reconoce en su partido. De tanto escorarse a la derecha para volver a las esencias, a Casado se le está esfumando el centro. Y Rivera, que teme que le esté pasando lo mismo a Ciudadanos, está tratando de subcontratarlo a base de fichajes.
A Garrido parece compensarle alistarse en el partido al que ha estado despreciando toda la legislatura como "tonto útil de la izquierda", aunque suponga pasar de un privilegiado número cuatro a las listas europeas del partido al frente de la Eurocámara, a ser el 14 en unas autonómicas con otro que nunca ha gobernado. Cobrará menos dinero del que le correspondería como europarlamentario con el consuelo de aspirar a consejero en la Comunidad que ya presidió. ¿Será cierto que lo hace por sus ideas? Por poder no cuadra. Por venganza sí.
No parece tan descabellado que en un momento en el que el panorama político español se está reconfigurando, algunos políticos que hasta ahora tenían claro cuál era su partido empiecen a dudarlo. También le pasa a los votantes. Las siglas no son, o no deberían ser, religiones a las que se jura lealtad eterna, sino instrumentos para articular unas ideas políticas susceptibles de evolucionar. O de involucionar, claro, que todo vale a la caza del indeciso. Sea votante o político.
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