Ha habido menos rosas amarillas en Sant Jordi, que son rosas resfriadas, enfermas de sol frío, y que convierten a los libros regalados en libros de sanatorio o de joven muerta en sus poemas. El amarillo de las rosas, que viene de arrancar su joven piel roja; el amarillo de las calles, decoradas por un bombero o un pocero; el amarillo de las solapas, como un fideo en el corazón; el amarillo del cielo que es un techo amarillo, el cielo como la pecera sucia que han dejado los indepes metiendo sus pies; el amarillo que se queda en las manos como polen, cuando la democracia se descascarilla o se pudre.
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