Ha habido menos rosas amarillas en Sant Jordi, que son rosas resfriadas, enfermas de sol frío, y que convierten a los libros regalados en libros de sanatorio o de joven muerta en sus poemas. El amarillo de las rosas, que viene de arrancar su joven piel roja; el amarillo de las calles, decoradas por un bombero o un pocero; el amarillo de las solapas, como un fideo en el corazón; el amarillo del cielo que es un techo amarillo, el cielo como la pecera sucia que han dejado los indepes metiendo sus pies; el amarillo que se queda en las manos como polen, cuando la democracia se descascarilla o se pudre.
No se puede robar un color, a menos que seas Picasso. Ni a las flores ni a la ciudad ni a la democracia. Eso es lo que estaba diciendo Cayetana Álvarez de Toledo cuando se presentó en el debate de TV3 vestida de amarillo, erguida y oleajeada de amarillo como un girasol de Van Gogh. Empiezan a robarte un color, como un pequeño anillo de cobre, y a partir de ahí se van adueñando de todo. De los atardeceres y de las palabras, de la fruta y de la calle, de los pájaros y de las instituciones, de la primavera y de la televisión, de las acuarelas y de las aulas. Esto es lo que ha hecho el nacionalismo catalán, robarlo todo botón a botón para decir, cuando ya nadie distingue el robo de la costumbre, que es suyo, que siempre fue suyo, como el niño egoísta que roba juguetes.
Cayetana, que ha sobrepasado el discurso intelectual para llegar a manejar la hermenéutica sagrada del símbolo, estaba diciendo que no. Que no les pertenece lo público, ni el vecindario, ni la libertad, ni la democracia. Y aún más: que ellos son los ladrones, los secuestradores, los pervertidores de todos esos conceptos. Los sacamantecas de la democracia, que han convertido en morcilla todo lo que significa, sus valores, sus modos, su esencia, su verdad. Eso dijo, aparte de todo lo que dijo con su boca de suspirar cuchillas. Eso dijo, sólo con su amarillo contestatario, insultante, reivindicativo, su amarillo como ese girasol dado la vuelta, su amarillo de revolución del azafrán.
Esto es lo que ha hecho el nacionalismo catalán, robarlo todo botón a botón para decir, cuando ya nadie distingue el robo de la costumbre, que es suyo, que siempre fue suyo
A veces piensa uno que se ven mejor los partidos mirando no a los jefes, sino a los que salen segundos en las listas o en los debates. No pensar tanto en Casado sino en Cayetana, no pensar en Rivera sino en Arrimadas. Incluso no pensar en Sánchez, sino en Carmen Calvo, y en Montero, no en Iglesias, cosa que resulta aún más demoledora. Así parece que nos queda el panorama más claro y hasta más puramente político. Están los gallitos en su pelea de gallitos, arrojándose en los debates todo el botellero del bar de soldados o de rancheros, y luego están estas mujeres, Cayetana e Inés, que te matan con alfileres o versículos, con toda la inteligencia dura y musical de un crucigrama. Con Carmen Calvo o Irene Montero es al revés, pero también sirven para desempatar.
Podemos hacerlo incluso cruzadamente. Pensar en Rivera, que necesita como toda una tienda de botijos para su numerito, y luego en Cayetana adueñándose del debate sin más que enseñar el cáliz de ella misma. Pensar en Casado, que dispara sin papeles pero se puede quedar helado ante los fakes o el índice discotequero de Sánchez, y luego en Arrimadas, que es como un dragón de porcelana que echa fuego de verdad. Quizá habría menos indecisos con ellas al frente. O quizá más, no sé, al intentar desempatar entre dos fieras semejantes.
Cayetana sólo tuvo que escoger un color para mostrar un mundo diferente y verdadero. A lo mejor Cayetana, robando el color a los ladrones de colores, a los que insultan y desmienten la democracia y la libertad, estaba haciendo su particular Picasso o Van Gogh, con sus azules y sus amarillos que niegan el resto de azules y amarillos falsos. El color como recién descubierto, que es el secreto de tanta pintura. No imagino a otro político ahora capaz de esta sutileza de inteligencia y plasticidad, de ser y mostrar a la vez ese girasol que se ha dado la vuelta entre los demás.
Ha habido menos rosas amarillas en Sant Jordi, dicen. Las rosas amarillas se mueren de su tisis y a lo mejor pasa lo mismo con el totalitarismo nacionalista. Vamos recuperando los colores, recogiéndolos como del tendedero de sus rateros. Vamos rescatando los colores en el aire y vamos rescatando el aire. Al menos a veces, algunas veces, parece que puede ser así.
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