En Ferraz, bajo su cartel suspendido en la noche, su propio rostro flotante como la máscara africana de un coleccionista, Pedro Sánchez celebraba todos sus triunfos pero también un inquietante revés. El primer triunfo es el de un PSOE que no conocía la victoria desde 2008, cuando aún se llamaba desaceleración a la crisis y Solbes, con su cara de búho miope y archivero, acusaba a Manuel Pizarro de “demagogo y catastrofista”. El segundo triunfo es el triunfo personal como superviviente de su propio partido, después de ser defenestrado por las cuadrillas comadronas de Susana Díaz y conseguir batir al final a la Doña andaluza en una larga guerra de guerrillas, como ganada con facas y podaderas. No es tan llamativo como la caída del PP de Casado, que ha sido arrollado en la carrera de cuadrigas de la derecha, pero seguramente la victoria de Sánchez significa el fin de Susana Díaz, que acabará de ministra de la vivienda o de burócrata de pegar sellos en Europa o por ahí, para desaparecer definitivamente de la política en la niebla de su capote folclórico.
Está, además, el triunfo de Sánchez como apostador de La Moncloa, después de esa timba de la moción de censura, de ese Gobierno de trapería, descaro y cambalada sirviéndose de los mismos que habían intentado (siguen intentándolo) sabotear y hundir al Estado. Un triunfo basado en la marca de desodorante que es él mismo, dejando a la política dormir en vapores, ambigüedades, contradicciones y posturitas. Una estrategia que el votante ha avalado, es decir que nos queda mucho culturismo aceitosillo que aguantarle. Tenemos, luego, el triunfo contra la derecha que se le ha ofrecido alegorizada, ella misma hecha una caricatura, un mazacote ridículo de legionarios de barbería, cides con braguero, banderilleros de botijo y reliquias de monja. Y ha ganado también en su llamada al voto útil, desinflando a Podemos, quizá definitivamente, en su intento de asaltar esos cielos desbarandillados de la izquierda revolucionaria. Lo mismo se me olvida algún otro triunfo, no sé. Pero ya con éstos es un triunfo casi total. Pero eso: casi.
En la noche de las covachas de lágrimas y los benjamines de cava barato, con la gente gritándole a Sánchez “con Rivera, no” y “sí se puede”, el único fracaso del presidente fue, precisamente, obtener, tan temprano, la negativa de Rivera a prestarle ayuda. Sí, he dicho ayuda. Porque Rivera, de momento, va a conseguir que esta vez Sánchez tenga que pactar con Podemos y con el independentismo no por necesidad sino por coherencia. Ya no hay urgencia por echar a un Rajoy “indecente”. Ya no hay nadie a quien derrocar, salvo él mismo. Ha ganado y podría elegir socio. Pero el “trío de Colón”, el útil espantajo de la derecha “trifálica”, esa misma táctica suya le exige coherencia. Se la exigían, ya vieron, sus propios votantes, sus propios grupies en Ferraz: “Con Rivera, no”. Los enemigos de la justicia social, la España en blanco y negro, los crispadores, los provocadores del odio… ¿Cómo pactar con uno de ellos? Si Rivera todavía se hubiera ofrecido, Sánchez podría jugar a la magnanimidad. Pero Rivera no lo hizo. Y lo único que han propuesto (Villegas) es un encuentro gélido para escenificar su incompatibilidad y su horror. Y su liderazgo moral en la oposición.
Sánchez tendrá que pactar con Podemos, ponga o no a Iglesias de vicepresidente o de capo del CNI
Sánchez tendrá que pactar con Podemos, ponga o no a Iglesias de vicepresidente o de capo del CNI, y seguir tragando con esos indepes que no son “de fiar” y que quieren referéndum y amnistía, según ha dicho ya Rufián, crecido igual que Otegi. A ver cuánto le gusta eso a la España más templada, que dio su voto a Sánchez únicamente para parar a los que al final sólo eran cuatro beatos relinchando. Más, con la incertidumbre económica que se barrunta. Bien, ya han parado a la superderechona de sus fobias y sus tebeos. ¿Y ahora, qué? Seguramente, lo mejor para el país sería un pacto de legislatura entre PSOE y Cs. Las fuerzas vivas, los palcos de Concha Espina, Pierre Nodoyuna y tal lo celebrarían, ya saben. Pero Rivera parece que no tiene prisa ni dueños. Rivera ha visto a Sánchez condenado a sus fantasías y cree que el PP puede acabar en un viejo ateneo de pelusas de Aznar y Rajoy.
Aún es pronto, quedan más elecciones, más intereses y más jugadas. Pero en la noche electoral, con algo de boda excesiva y triste, el único triunfo que no obtuvo Sánchez, y puede que el que más necesitaba, fue ver a Rivera ofreciéndosele para lavar su honra. Hemos visto a las derechas haciendo peluquerías de banderas pero veremos al Frente Popular gobernar como en sus sueños. Rivera, egoísta o astutamente, ha pensado que ni siquiera el correoso Sánchez podrá resistir eso mucho tiempo. Lo peor es que, aunque tenga razón, España tampoco lo resistiría.
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