Lo decía ayer Carles Campuzano, miembro de la corriente disidente del partido de Puigdemont. "Sin una mayoría clara, amplia, indiscutible y sostenida en el tiempo no podemos afirmar que la mayoría del pueblo de Cataluña aspira a la independencia. La imposibilidad hasta ahora de hacer un referéndum con todas las garantías deja en el aire si esta mayoría existe", afirma.
Independientemente de que ese referéndum no se puede llevar a cabo porque la Constitución española no lo permite, y no lo permite porque la soberanía nacional reside en el pueblo español en su conjunto y nunca va a ser tolerado que alguien se permita trocear a su antojo esa soberanía para consultar tan sólo a una pequeña parte de ese pueblo que siempre tendrá algo que decir sobre las pretensiones de los independentistas catalanes, el señor Campuzano tiene mucha razón.
Sin una mayoría clara, amplia y, muy importante, sostenida en el tiempo, nadie puede decir que Cataluña quiere la independencia
Sin una mayoría clara, amplia y, muy importante, sostenida en el tiempo, nadie puede decir que Cataluña quiere la independencia. Porque no es verdad y nunca lo ha sido. Campuzano se lamenta de que no se haya podido celebrar un referéndum con todas las garantías con lo que reconoce públicamente lo que es para cualquiera que tenga ojos en la cara una evidencia: que lo sucedido el 9-N de 2o14, que se quiso disfrazar de "proceso participativo" fue una pantomima y que lo ocurrido el 1-O de 2017 fue, además de una ilegalidad, un fraude monumental que no contó con las mínimas garantías exigibles para aspirar a tener algo de credibilidad.
Bien, aunque sea poco a poco, algo vamos avanzando. Pero ayer Alfonso Guerra reprochaba a los medios de comunicación que no hubiéramos subrayado un hecho que a él le parece de la máxima importancia: que en las elecciones generales celebradas el domingo 28 de abril los partidos abiertamente independentistas han cosechado un número de votos considerablemente menor que los obtenidos por los partidos no secesionistas.
La suma de Alfonso Guerra es ésta: ERC + JxCat+FR (Front Republicá, una escisión aún más radical de la CUP) ha conseguido en total algo más de 1.600.000 votos. Por otro lado PSC+Cs+PP+Vox obtuvieron casi 1.800.000 apoyos. La diferencia es muy ajustada. Sin embargo, el señor Guerra tiene razón- aunque eso nos lleva a caminar sobre el filo de una navaja- cuando añade a los votos de los no independentistas los más de 600.000 votos que fueron a parar a En Comú Podem, la coalición electoral de la organización de Ada Colau y el partido de Pablo Iglesias, que encabezó en estas ultimas elecciones Jaume Asens y que es de ideología izquierdista, no partidaria de la independencia pero sí de la celebración de un referéndum de autodeterminación en Cataluña y defensora de un idea plurinacional de España, a la que ellos se refieren siempre como "el Estado".
Así sí salen las cuentas que subraya el ex vicepresidente del gobierno de Felipe González. En ese caso la suma es de 1.600.000 votos para los partidarios de la independencia contra 2.398.800 votos de los contrarios a la secesión. Y esto se ha producido con un aumento muy importante de la participación, especialmente en las provincias más independentistas. En Lérida la participación respecto a las elecciones generales de 2016 subió nada menos que 17,5 puntos y en Gerona aumentó en 15,5. Tarragona registró un aumento del 14% y Barcelona del 13,8%.
No ha sido ésta la participación más elevada de las producidas en Cataluña, donde el récord se produjo en las autonómicas de 2017 -cuando estaba vigente la aplicación del artículo 155 de la Constitución- con un 82%, pero sí ha resultado una de las más elevadas y, desde luego, incomparablemente superior a la registrada con motivo del referéndum de junio de 2006 sobre el nuevo Estatuto que no alcanzó ni siquiera el 50% del censo y se quedó en un modestísimo 48,85%.
En aquel momento se quiso justificar ese ínfimo interés de los electores en que esos bajos índices de participación eran propios de las democracias más desarrolladas pero el argumento ha resultado sistemáticamente desmentido en las elecciones posteriores. La conclusión es que aquel Estatuto que ha sido motivo de tantos enfrentamientos y pretexto de tantas radicalidades no interesaba en aquel momento a más de la mitad de los catalanes. Ésa es la verdad.
Volviendo al día de hoy, es cierto que los de En Comú Podem tocan una partitura distinta de la de los independentistas aunque sus posiciones están muy lejos de las que defienden los partidos constitucionales pero por lo que se refiere al apoyo de los partidarios de la secesión de Cataluña -como la ANC que este fin de semana volvió a apostar por la vía unilateral en el momento en que el independentismo supere el 50% de los votos- la realidad es que ese apoyo no sólo no aumenta sino que va disminuyendo poco a poco.
Eso no es de momento un gran consuelo pero sí es motivo de una cierta mayor tranquilidad. En las elecciones autonómicas de diciembre de 2017, cuando se registró la mayor participación electoral jamás registrada en Cataluña, los partidos independentistas (JxCat, ERC y la CUP) se situaron muy poco por encima de los dos millones. Ahora, con la CUP ausente de estas elecciones pero con el Front Republicá ocupando su hueco, no han pasado del 1.600.000. Son habas contadas que probablemente se incrementarían si el presidente de la Generalitat decidiese convocar elecciones anticipadas -una vez más- cuando se conozca la sentencia del Tribunal Supremo.
Convocar elecciones anticipadas resultaría suicida para los intereses del señor Torra y su gente
Pero ahí hay muchas dudas porque el partido del señor Torra, que es mismo que el del fugado Puigdemont, no está ahora mismo en condiciones de afrontar un proceso electoral porque corre el riesgo de ser arrasado por ERC que, a pesar de tener a su líder Oriol Junqueras en la cárcel, ha más que doblado literalmente en votos a JxCat el 28 de abril (1.015.355 de ERC frente a 497.638 de JxCat). En esas condiciones, convocar elecciones anticipadas resultaría suicida para los intereses del señor Torra y su gente. Por eso es razonable pensar que los puigdemontianos van a seguir intentando que los republicanos acepten concurrir junto a ellos en los próximos comicios, lo cual resulta una hipótesis cada vez más incierta.
Pero lo que interesa al objeto de este artículo es que, en el mejor de los casos y con las más altas participaciones los independentistas nunca han pasado de los dos millones y en esta ocasión no han sumado más que 1.600.000 cuando el total de ciudadanos catalanes que han acudido el domingo 28 a las urnas ha sido de 4.150.000.
En ese sentido hay que hacer coincidir estos datos con las palabras del señor Campuzano y concluir que, pese a que intenten una y otra vez encubrir la realidad con el ropaje de sus deseos, las cuentas no les han salido nunca y nunca les saldrán.
No hay ni ha habido jamás una mayoría clara, amplia, indiscutible y sostenida en el tiempo que permita en ningún caso sostener que el pueblo de Cataluña quiere la independencia. Y los datos lo demuestran con testaruda obstinación.
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