Carmena cría hijos, magdalenas y un Madrid de señora de pensión, esa madre numerosa, guisadora, asomadiza, con sus manos de traer el cocido o la trenca, sacudiendo en los tapetes el sol del tendedero y de la cocina. Todos en Madrid somos hijos de Carmena o por lo menos hijos de pensión, todos le estamos alquilando una habitación o un palomar. Ella nos despierta con hervores, nos trae el cumpleaños de ruido y lata de todo un barrio, nos teje la Navidad en su falda con migas de nieve y de lana, nos prohíbe pisar el centro como el suelo fregado, nos bendice o nos maltrata con la escoba, nos llena la plaza y el comedor de músicos o actores o señores guardias, de toda esa gente de pensión como esa gente de los trenes. Hace todo eso y luego nos lo cobra con mucho amor.
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