El mambo ha llegado al Congreso. El mambo era eso que decían los independentistas que iban a montar para conseguir lo suyo, es decir una coreografía de jaleo, pesadez, fuerza, histeria, plumas y bombachos. Hemos visto el mambo en las calles, como una samba de violencia y borrachera. Lo hemos visto en el Parlament, que ya sólo es una carroza indepe con maraqueros de la raza y adornos de dorados y macarrones, ahí parada y en llamas igual que una diligencia asaltada. Lo hemos visto en la Europa por la que Puigdemont ha ido arrastrando, como un acordeonista triste, su carretón de botijería llorona y falaz. Hasta en el Supremo, con acusados y testigos con guión de Juana de Arco de Dreyer. Pero el independentismo ha terminado dándose cuenta de que ni el Parlament varado en la arena, ni la calle atragantada de globos amarillos, ni la Europa de frikis y tirolese le sirven en realidad de mucho.
Quizá ha influido en eso el juicio del procés, donde el Estado y el Derecho se han sustanciado en ese mazo que no lleva Marchena pero que sienten sobre la cabeza con gravedad y vértigo de columna vaticana. El caso es que el independentismo se ha dado cuenta de que el poder está en las instituciones del Estado, instituciones realísimas cuyas decisiones tienen consecuencias realísimas. Allí es donde hay que llevar el mambo. El poder está en el Congreso, en el Senado y en una esquina de la alfombra del Gobierno, que suele dejar sitio para estar a la sombra tranquila o acechante del poder, como el mastín de un retrato regio. Sánchez ha dejado esa esquina, claro.
El partido ganador de las elecciones, el PSOE, se ha preocupado de dejar a los 'indepes' un Congreso de mullidos ecos para sus farsas
Al Congreso, con ambiente de lunes de colegio con revancha de golpes o canicas, entraron los presos indepes entre aplausos y hojas de palma imaginarias de sus adeptos. Se les veía perdidos pero decididos y orgullosos. Pensé que era como esas alegorías en las que la diosa pisa una serpiente simbólica, que en este caso era el Estado o su dignidad. Serán suspendidos, claro, pero ahí queda ya su gesto de victoria ante un Estado que en realidad se dejaba pisar. No por dejarles recoger el acta y ocupar su escaño, que eso no es más que cumplir lo que la ley dice. No, se dejaba pisar porque el partido ganador de las elecciones, el PSOE, se había preocupado de dejarles un Congreso de mullidos ecos para sus farsas. Sin ir más lejos, una presidenta que piensa que “no es solución imponer la Constitución a quienes la rechazan”. Y que, consecuentemente, tampoco creerá necesario que los diputados tengan que acatarla, como se vio después.
No era la primera vez que gente con camiseta de gallifantes ideológicos, con puchero de desprecio, con tono de chiste, con actitud de corte de manga, decía acatar la Constitución por “imperativo legal” (que no deja de ser una redundancia), o añadía una trencilla caballeresca o una pelusa de flower power. Supongo que no pasa nada por acatar la Constitución “por todo el planeta”, como hizo alguien según contaba Cristina de la Hoz. Pero es muy diferente que pretendan hacerlo con un oxímoron. Y eso exactamente es acatarla “con lealtad al mandato del 1-O”. O una cosa o la otra, pero la Constitución y el “mandato” del 1-O no se pueden acatar a la vez. O habrá que concluir que no es necesario ese acatamiento, y por tanto habría que suprimirlo. O sustituirlo por un free dance de cada diputado. O un saludo como en los programas radiofónicos. Si la Constitución no se puede imponer sin más, pensaría Batet, cómo alterarse porque uno haga un juramento con contradicción o con pedorreta. Ni que los diputados fueran marines.
El mambo ha llegado al Congreso y es aquí donde es peligroso, sobre todo con Sánchez tocando los bongos. Ésa es la lección del día
Lo de los presos era, ciertamente, una novedad. Pero la anomalía no va estar, esta legislatura, en eso, sino en que Sánchez ha acolchado el Congreso (y el Senado) para la escandalosa morriña catalanista. Es decir, que va a dejar que el mambo suene. A la vez que Sánchez intentaba aparentar seriedad y hasta envaramiento al saludar a Junqueras (“tenemos que hablar”, dijo el de ERC; “hablamos”, parece que contestó el presidente, marmóreo como un discóbolo), sus ministros sí departían con naturalidad con los presos. Es la misma coherencia que le hace pedir la abstención de Cs y PP al mismo tiempo que deja las instituciones de sambódromo a los indepes o sus niñeros sentimentales, o sea el PSC y los concomitantes de Iglesias o de Ada Colau, que tienen hasta una secretaría como balconada para sus numeritos o meadas.
El mambo, pues, ha llegado al Congreso. En ese mambo, Iglesias se abraza, Sánchez disimula y Rivera aprovecha para tomar la iniciativa, chupar cámara y hacer invisible a Casado (Casado parecía otro de esos ujieres que sostienen el vaso de agua como si fuera un cirio). El mambo ha llegado al Congreso y es aquí donde es peligroso, sobre todo con Sánchez tocando los bongos. Ésa es la lección del día. Ésa y que el número mágico, el número de la baraka de Sánchez, con el que salió Batet, es 175. Hemos visto sólo el comienzo del espectáculo, decadente, descorazonador, caótico como una conga o una nochevieja. Pero hay aún pista para mucho baile, mucha cera, mucho vómito y mucha llorera.
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