El sexo, con bigotudos o con ovejas, con bailarinas o con camioneras, con agujero en el cuero o en el camisón de santa. Los dioses nuevos son dioses castrados y el pecado del sexo es su envidia. Los antiguos, en cambio, eran unos rijosos. Zeus se tiraba a las mozas transformado en toro o en lluvia dorada, y Atenea llegó a chivarse de que había pillado a Afrodita tejiendo en vez de estar por ahí haciendo el amor, escándalo (el de tejer) que Afrodita nunca volvió a repetir. Michel Onfray se atreve a aventurar incluso que la fobia al sexo del cristianismo se debe a que San Pablo, su fundador, era impotente. En esa Italia de un fascismo ridículo que retrata Fellini en Amarcord, el cura se preocupa fundamentalmente de si los muchachos “se tocan”. “¿Sabes que San Luis llora cuando te tocas?”, le dice al protagonista durante una confesión. Entonces, el chaval mira la estatua angelical, aniñada, del santo, que se nos ofrece en primer plano. Así es como Fellini consigue que la perversión se dé la vuelta y recaiga, en realidad, en el santo femenino y mirón, o sea en el puritanismo hipócrita y reprimido.
Vox tiene que recurrir al Demonio, que ya no es que se vaya a cargar España, sino que va a pervertir a nuestros hijos, los va a hacer maricones y los va a devorar en orgías
El placer, el horror, el escándalo, la culpa, la libertad, las hogueras, todo eso se prende con el sexo, con esa madera antigua que es la carne. Y todo lo que prende se puede usar en política, por supuesto. Sobre todo, si estás desesperado. Y Vox está desesperado. Ya vieron cómo Abascal y los suyos madrugaron como una cuadrilla sólo para poder sentarse en el Congreso detrás de Sánchez, para trolearle, para ponerle cuernos en las fotos quizá, esas cosas de niños zangolotinos que tienen los de Vox. Abascal era el que más se merecía un abrazo de Sánchez, un abrazo de agradecimiento fraterno y viril, como entre templarios, pero Abascal se puso allí como si su barba de charol fuera la sombra de un hacha sobre Sánchez, cuando es sólo un toldo, el fresco toldo de Sánchez que es Vox. El electorado se va dando cuenta de estas cosas, así que Vox tiene que recurrir ya al Demonio mismo. No el Demonio endeblillo y ladino en forma de comunista expropiador o indepe desatado. No, el Demonio como gran cabrón de orejas y falo peludos que ya no es que se vaya a cargar España, sino que va a pervertir a nuestros hijos, los va a hacer maricones, los va a devorar en orgías, los va a violar en negros altares de pizarra junto a corderos y bueyes. Un Demonio que ha puesto sus zarpas, su trono de Anticristo, sus huevos de sapo, en la misma escuela. El puñetero fin del mundo.
A Rocío Monasterio, que es como la abadesa de su nombre, la desesperación le sobreinspiró un apocalipsis español y monjil de pecado, éxtasis, llantos e inocentes herodianos. Uno empieza hablando contra la ideología de género como un tema pastoril y, sin darse cuenta, termina hablando de querubines agarrados por las alas para forzar su inocencia en la misma escuela. La fantasía tiene esos extraños caminos, más cuando hay necesidad, y en Vox hay extrema necesidad. No la que suelen decir ellos, sino la de sobrevivir después de haber regalado a Sánchez la presidencia con mucho orgullo castizo, como el que regala cerámica talaverana. Monasterio, en plena fantasía dantesca o torquemadesca, afirmó en una entrevista en EsRadio que a los niños de los colegios de Madrid “se les da unos cursillos con 8 años en los que se les dice que tienen que probar a ser niña, y la niña a ser niño”, se les invita a “probar nuevas prácticas sexuales” y “se habla de zoofilia, de parafilias”. Por supuesto, no aportó más pruebas ni datos que el propio horror de su alucinación.
Lo de señalarnos el significado y la trascendencia de tener pene o vagina les parece ya demasiado evidente y soft. Eso es casi botánica, ahí no hay apenas moral ni se aprecia el frufrú del Demonio. Ahora, la fantasía hardcore de esta gente es imaginar que en las escuelas hay una asignatura de ‘zoofilia con amiguitos’ o algo así. Yo creo que Monasterio lo ve en plan Cantajuego, ya hasta donde lo enfermizo no da para más. Sí, es imposible ir más lejos, y es imposible volver cuerda de esa febrilidad. Yo creo que si Monasterio acusó también a la mujer de Ábalos de racismo con el diputado de color de Vox, fue sólo para rebajar la intensidad de su apuesta con la zoofilia escolar.
El sexo, con moteros o con natachas, con plástico o con seda, con pastorcillas o con monaguillos. En realidad, en el sexo adulto y libre no hay mal, así que el sexo es el gran pecado sin mal, el rencor de los dioses castrados. Sólo el puritano se esfuerza en unir el sexo y el mal en el mismo acto y al mismo nivel. Por ejemplo, cuando empaqueta la condición LGTBI con la perversión de menores. Con esa mentira, el pecado sin mal se convierte en mal absoluto. Como el mismo colectivo LGTBI ha politizado también su lucha, el puritano tiene a la vez causa moral y política. La trampa de Vox es redonda, obscena y ridícula. Aunque no sé si es peor la mentira o el morboso placer de elaborarla. Al final, no son las brujas, sino los puritanos, los que fantasean con el aquelarre. Y el pervertido de verdad en Amarcord era el que convertía a San Luis en un mirón.
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