El escritor José María Guelbenzu (Madrid, 1944) acaba de publicar su última novela (O calle para siempre, Destino. 2019), que pertenece a la saga policiaca (siete novelas hasta hoy) que protagoniza la juez Mariana de Marco, un personaje atractivo donde los haya.
Se trata de una mujer madura, con perfiles eróticos latentes, pero el autor siempre ha mantenido en el congelador esa deriva sexual. Hasta tal punto que después de leer varias novelas de la saga me atreví a pedirle que soltara las bridas con las que retenía a la briosa jaca y la dejara meterse en la cama con quien ella quisiera. Pues bien, al fin Guelbenzu ha atendido a mis ruegos y ha dejado a Mariana y a su novio-amante Javier Goitia campar por sus respetos en un par de hoteles madrileños. He aquí la prueba:
"Javier regresó al hotel hambriento. No tenía noticia ni llamadas de Mariana y decidió tomar asiento, pero pensó que estaría más cómodo en la habitación. Cuando llegó a ella con el periódico bajo el brazo con la intención de acomodarse para leerlo, descubrió que Mariana se encontraba allí.
Estaba desnuda, tendida boca abajo sobre la ligera colcha de verano y parecía dormir profundamente. Sorprendido, se acercó cautelosamente a ella. Lo primero que atrajo y fijó su mirada fue la magnífica rotundidad de las nalgas en reposo. Esa redondez tan bien dibujada que exigía detenerse cuidadosa y atentamente en ella, apreciarla en toda su esplendorosa concreción. (…) La complaciente estampa era tan sugestiva que Javier no se atrevió a romper el encanto de la luz y el silencio posados sobre su amante.
(...) Cuando despertó, Mariana se sentó en la cama y entonces descubrió a Javier, dormido en la butaca cercana. Sintió una súbita oleada amorosa, se acercó y se colocó a horcajadas sobre su hombre".
Mariana de Marco, que en las anteriores novelas vivía en el norte de España, se traslada es ésta a Madrid y eso le permite al autor explayarse sobre la Villa que tan bien conoce:
"Los tres caminaron por el lateral del paseo de la Castellana hasta dar con una cafetería que les pareció aceptable y, sobre todo, libre de ruido, porque en Madrid tanto cafeterías, bares o tabernas como restaurantes se caracterizaban por cuatro clases o variantes de estrépito, coincidentes por lo general: la estridencia procedente de las voces de los clientes, la del televisor encendido a máximo volumen, la de las maquinolas de juego y, por último, el estrépito en el manejo de la vajilla y el de los molinillos de café en constante actividad. El ruido es parte esencial del carácter de la ciudad, tanto de día como de noche; cuando cae la noche, el espíritu festivo responde a la máxima de que no hay diversión si no hay molestia para los demás.
Y si usted, amable lector, quiere pasar un buen rato, lea esta novela policíaca. No se arrepentirá.
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