El presidente del gobierno sorprendió anoche con una comparecencia inesperada. No lo tenía previsto, pero Moncloa alteró sus planes (las explicaciones sobre la reunión con el Rey se iban a dar en Ferraz), y pasadas las 7.30 avisó a los periodistas de que el presidente había decidido comparecer. La cosa prometía.
Sánchez quiso dar la cara ante la opinión pública y lo hizo de forma breve (no estuvo más de 15 minutos ante el atril), pero sí dejó un mensaje claro. En la ronda de contactos que iniciará la próxima semana Pablo Iglesias ya no será tratado como "socio preferente", sino que acudirá al palacio presidencial en las mismas condiciones que Pablo Casado o Albert Rivera.
El presidente aludió en un par de ocasiones a su deseo de alcanzar "grandes consensos". De hecho, los cuatro ejes sobre los que establecerá los posibles pactos de gobierno (transición ecológica; impulso a la digitalización; lucha contra la desigualdad y Europa) son tan genéricos que podrían ser suscritos por cualquiera de los cuatro grandes partidos.
En un momento de su breve discurso apeló a que las cuatro fuerzas (PSOE, PP, UP y Cs) "tenemos que encontrar puntos de equilibrio". Por tanto, la idea generalizada de que Sánchez tenía ya en la cabeza un gobierno con Podemos y los nacionalistas, por el momento, queda aparcada.
La comparecencia responde a un movimiento táctico: bajar los humos a Pablo Iglesias y abrir una brecha en el frente de derechas
La situación de Navarra, comunidad en la que Sánchez reafirmó rotundo que el Partido Socialista no pactará con Bildu, hacen peligrar el apoyo del PNV a la investidura. Recabar el respaldo de los independentistas catalanes parece fuera de toda lógica e incluso socios que se daban por seguros, como Coalición Canaria, han elevado sus condiciones de forma un tanto arrogante ¡Hasta Revilla ha dicho que Sánchez no debe dar por sentado el apoyo del PRC!
La investidura, por tanto, se plantea como una guerra de guerrillas en la que todos quieren sacar la máxima rentabilidad. El propio Iglesias ha advertido que sólo respaldará la presidencia de Sánchez sobre la base de un gobierno de coalición.
Así que, ante esa perspectiva, el presidente ha decidido alterar el tablero, apelando a la "responsabilidad" de las grandes fuerzas políticas porque -en eso tiene razón- en esta situación no hay alternativa: "O gobierna el PSOE, o gobierna el PSOE".
En el fondo, el presidente no ha perdido del todo la esperanza de que Rivera le dé su apoyo, aunque sea en forma de abstención, lo que le facilitaría enormemente la legislatura.
Con ello, no pierde nada. En todo caso, si fracasa, responsabilizará al líder de Ciudadanos de que no ha tenido más remedio que echarse en brazos de Iglesias y de los nacionalistas.
Pero hay tantas cosas en juego (Navarra, estrategia frente a Cataluña, etc.) que no es descartable que pueda ocurrir algo con lo que casi nadie contaba antes de las elecciones municipales del 26-M. El descalabro de Podemos ha cambiado muchas cosas. El eje político ha girado hacia el centro y Sánchez lo sabe. Cree que ha llegado el momento de romper el frente de la Plaza de Colón y atraer a Ciudadanos hacia posiciones más acordes con su ideario y, en todo caso, alejadas de los planteamientos de Vox.
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