Uno al comienzo y la otra al final, los dos miembros de la pareja dirigente de Podemos atraparon este sábado en una pinza a los dirigentes territoriales de su partido que habían acariciado la idea de proponer un congreso "estatal", dicen ellos, porque no les gusta decir "nacional", en el que se abordaran en profundidad las causas de la pérdida continuada de apoyos, tanto en las elecciones generales como en las autonómicas y municipales. Incautos. Lo que ha habido este sábado en ese Consejo Ciudadano Estatal ha sido un rapapolvo de primera categoría, y a dos voces, a todos los responsables de las distintas confluencias por no haberse implicado suficientemente en la campaña electoral y por no haber sabido transmitir a los electores el valor político y estratégico de la marca Podemos.
Pablo Iglesias, que ha intervenido en primer lugar, no ha dejado opción a la duda: la culpa es de los demás y en ningún caso suya porque resulta que los 30 diputados que se ha dejado la formación por el camino en las elecciones generales no tienen importancia habida cuenta de que Podemos va a entrar en el Gobierno -cosa que lleva pidiendo a un impávido Pedro Sánchez desde la misma noche electoral sin que éste se haya molestado hasta ahora en darle la menor esperanza- y con esos 42 escaños tienen bastante para cumplir sus objetivos. Y no se hable más.
Lo que ha habido en el Consejo Ciudadano Estatal ha sido un rapapolvo de primera categoría, y a dos voces, a todos los responsables de las confluencias
De hecho, ha venido a decir, no me importa lo que me digáis porque no pienso cambiar de opinión y os advierto además de que cuidadín con las críticas, que luego se utilizan en los perversos medios de comunicación para magnificar nuestras diferencias, que no son tales porque aquí lo único que importa es lo que opinemos y decidamos yo mismo y mi alter ego que es mi número dos Y, efectivamente, el remate al cierre de la reunión ha consistido en una intervención de la señora Montero en la que se ha aplicado a abroncar a los dirigentes territoriales y a advertirles que nada de pedir una convocatoria de un Vistalegre III porque a ver si se van a encontrar a cambio, les ha amenazado, con unos cónclaves en las distintas comunidades que se les lleven a ellos por delante y pierdan así sus respectivos cargos.
Éste ha sido en síntesis el contenido de una reunión que estaba condenada de antemano a la inoperancia porque el cesarismo irredento de Pablo iglesias ha vaciado hace ya tiempo de valor no solo a todos los que en otro tiempo estuvieron a su lado en la dirección del partido y podrían haber hecho en este momento alguna aportación que provocara una reflexión coral que enriqueciera así el debate y lo dotara de sentido, sino a cualquiera que no someta sus criterios al superior criterio del jefe. De modo que la única conclusión relevante que es posible sacar de esta convocatoria es que en Podemos se hace lo que decide el secretario general y sólo él, que tiene la razón porque él se la da a sí mismo y no hay nada más que hablar.
La única conclusión relevante que es posible sacar es que en Podemos se hace lo que decide el secretario general y sólo él, que tiene la razón
Esos procedimientos rígidos y autoritarios recuerdan extraordinariamente a los modos del viejo Partido Comunista en el que el líder y su camarilla imponían sus criterios por la vía del sometimiento de quienes ocupaban puestos inferiores de responsabilidad o por el procedimiento alternativo de la expulsión fulminante del disidente, al que se sometía con frecuencia a la autocrítica impuesta y al que se remataba con una campaña de descrédito que equivalía a la muerte civil del represaliado. El líder de Podemos no ha llegado a esos extremos de crueldad totalitaria en lo que se refiere a la segunda fase del proceso pero sí es muy similar su comportamiento en los primeros compases.
Por ahí el partido de Pablo Iglesias va directo al desastre, además de haber perdido ya cualquier mínimo crédito en su antigua pretensión de encarnar un nuevo modo de hacer política. Al contrario, lo que estamos viendo son unos métodos atosigantemente viejunos que corresponden mucho más a los rancios partidos comunistas de la primera mitad del siglo XX que a una formación nacida ya en el siglo XXI y que no tiene ni una década de vida.
Pero va al desastre además porque no tiene éxito entre la opinión pública, ni siquiera entre la que le es próxima. El declive electoral de Podemos no se debe a ninguna maldición del destino sino a una probada incapacidad de su líder de administrar con eficacia y flexibilidad la necesaria y saludable controversia que se produce en cualquier equipo dirigente. A Pablo Iglesias se le están acabando los viejos compañeros fundadores del partido porque los ha ido echando según iban ellos discrepando o se han ido marchando cuando han comprobado que no había sitio más que para la opinión del jefe y para las estrategias que se ponían en práctica a partir exclusivamente de su opinión. Y no está siendo capaz de conservar cientos de miles de votos -hasta 1,5 millones ha perdido desde su primera cita electoral en diciembre de 2015- que, convocatoria tras convocatoria, se le escapan de las manos mientras el tándem Iglesias-Montero se mantiene impávido en sus posiciones.
A Pablo Iglesias se le están acabando los viejos compañeros fundadores del partido porque los ha ido echando según iban ellos discrepando
El PSOE ha vencido ampliamente en esta batalla que, a la altura de 2015-2016, se presentaba inicialmente peligrosa para el viejo partido asediado por una joven formación nacida al calor de la indignación de los más perjudicados por los efectos de la crisis. Pero aquellos indignados, un movimiento pujante encabezado por unos jóvenes universitarios de extrema izquierda, ha acabado padeciendo la artrosis de la intransigencia interna y ha perdido aquella batalla que todos, también los dirigentes socialistas, pensaban que podían llegar a ganar. Ahora Podemos es un partido en declive al que le pueden aparecer por sus flancos otras apuestas políticas más flexibles y más inclusivas que acaben dejando al partido morado en la irrelevancia.
De eso no se han dado cuenta todavía Pablo Iglesias ni Irene Montero, que tendrían casi imposible explicar ante los suyos una negativa a apoyar al candidato socialista en la sesión de investidura por no haber podido conseguir entrar en su soñado gobierno de coalición. Pero, por otra parte, si piensan que empotrando a un par de los suyos en los segundos niveles del próximo Gobierno se van a abrir para ellos las llaves del éxito en el futuro, se equivocan de medio a medio. Eso no hará sino acentuar la posición menesterosa en la que se ha enrocado, con notable soberbia sin embargo, el líder de Podemos y acabará por minar sus opciones de recuperación política.
Todos sabemos que si Pedro Sánchez le hace finalmente un hueco en las cercanías de su poder es porque a él no le interesa ahora que, abandonado en la intemperie, el partido morado se acabe deshaciendo víctima de sus luchas internas. Procurará mantenerlo vivo por su propio interés mucho más que por necesidad. Y eso es todo a lo que puede aspirar este Pablo Iglesias que sigue sin admitir ni por un momento su responsabilidad personal en el desastroso panorama electoral que le han dibujado las urnas.
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