El Comité Ejecutivo de Ciudadanos podrá estar todo, o casi todo, con su líder y serán muy escasas las voces que se atrevan a discrepar de la deriva impuesta por Albert Rivera en esta especie de tiovivo en que se ha convertido la trayectoria del partido naranja, pero el hecho es que resulta muy difícil de entender, más aún de compartir, la razón última de una estrategia tan cambiante como contradictoria.
Para empezar, se supone que Albert Rivera tiene el propósito decidido de disputarle al Partido Popular el puesto de primer partido de la oposición, pero lo cierto es que en las negociaciones de ayuntamientos y gobiernos autonómicos el PP ha salido claramente reforzado gracias entre otras cosas a los acuerdos cerrados con el partido naranja, porque ha sido éste quien le ha facilitado el haber conseguido vestir sus magros resultados con posiciones de poder que logran mitigar grandemente la debilidad en la que le colocaron los resultados electorales.
Pero eso no es ni mucho menos lo que ha conseguido Ciudadanos, que apenas araña unos cuantos primeros puestos: en total seis alcaldías pero cuatro de ellas las ocupará a medias, es decir, dos años tan solo de los cuatro que durará la legislatura en una fórmula extravagante, difícil de sostener en la práctica -y, si no, al tiempo- y que evidencia además el poco respeto que los partidos tienen por los electores y su concepción de las instituciones como objetos de su propiedad.
Pero el hecho es que los de Albert Rivera le han dado a Pablo Casado el oxigeno que necesitaba para recomponer a su partido y su propia autoridad al frente de éste en los cuatro años que tiene por delante sin grandes sobresaltos, evitada ya la crisis interna que se anunciaba en el PP una vez conocidos los resultados electorales. A no ser que Rivera está pensando en alguna jugada maquiavélica que se nos escapa al común de los mortales, esto lo ha logrado Casado con la ayuda inestimable de Ciudadanos.
Y ahora, a salvo de lo que suceda con Vox en Madrid, el hecho es que los populares conservan la Comunidad y recuperan el Ayuntamiento, dos piezas importantísimas de gran valor político y de imagen, mientras Ciudadanos aparece ante la opinión pública como un partido emergente, pero no más, que apenas empieza a tener algunas responsabilidades de gobierno. Y eso de disputarle al PP la primera plaza de la oposición, nada de nada. Entonces, ¿a qué ha estado jugando hasta este momento el líder del partido naranja?
Resulta muy difícil de entender, más aún de compartir, la razón última de una estrategia tan cambiante como contradictoria
Por otra parte, el partido de Albert Rivera, que nació con el propósito único de enfrentarse al independentismo catalán, que creció durante todos estos años con esa seña de identidad grabada en la frente y haciendo de ella su bandera, decide ahora romper relaciones con Manuel Valls porque éste ha optado por apoyar a Ada Colau para impedir que el independentista enragé Ernest Maragall se hiciera con la alcaldía de Barcelona.
Quizá prefería el señor Rivera que la capital catalana se hubiera convertido en el ariete del independentismo y en el símbolo mundial de su lucha, como el representante de ERC anunció que haría en cuanto supo que podía aspirar al bastón de mando. Facilitarle la tarea al secesionismo, que es a lo que parece que optaba Rivera, resulta un disparate incomprensible viniendo de él y de la señora Arrimadas, que el domingo nos decía que las relaciones con Valls se mantendrían en buenos términos, pero se presentó el lunes anunciando todo lo contrario y sosteniendo además que Colau y Maragall son exactamente la misma cosa.
Pero ella sabe, como todos sabemos, que no es exactamente verdad. Colau es una populista de pura cepa que para mantenerse en el cargo jugará siempre una carta y su contraria. Y que ha demostrado ser una pésima alcaldesa pero que es lo menos malo que los resultados electorales permitían elegir porque la hipótesis de un gobierno municipal presidido por el socialista Collboni no era en ningún caso una opción factible. ¿Pretendía quizá Rivera mantener una posición testimonial aunque fuera a costa de facilitar al secesionismo la gran jugada que suponía para ellos reinar sobre la ciudad de Barcelona? No se sabe porque no han sido capaces de explicarlo.
Pero la inmensa mayoría de quienes observamos la escena desde dentro de la Constitución consideramos que el señor Valls ha hecho bien optando por evitar el mal mayor. La señora Colau nunca mantendrá una posición clara en defensa de la unidad de España pero el señor Maragall si la mantiene clarísima en su contra. No se entiende por lo tanto la irritación de Rivera con Valls, con quien nunca se ha entendido y al que, según dicen fuentes bien informadas, hace tiempo que no dirige la palabra. Pero eso es lo de menos. Lo importante es lo inexplicable e inexplicado de la fulminante reacción de Ciudadanos ante el apoyo de Valls a la señora Colau.
No se entiende tampoco la posición de Rivera ante las amenazas del presidente de la República francesa Emmanuel Macron y sus advertencias, casi órdenes, de por dónde ha de circular el partido naranja so pena de no ser admitido en el grupo parlamentario europeo ALDE. Pero lo que sucede es que el señor Macron está ahora mismo más cerca del Partido Socialista de Pedro Sánchez que del de Rivera y que lo que pretende es atraer a ese espacio a los de Ciudadanos que, atrapados como están en su propio laberinto, no parecen preocuparse de las admoniciones del francés.
Y en eso se equivocan porque lo que hay que esperar de un partido serio y solvente es que responda a las reprimendas de alguien ajeno a sus filas y que se sitúa en posición de superioridad, oponiéndole los argumentos que apuntalen su posición y sus decisiones, no que se ponga de perfil e intente quitarles importancia -a pesar de que la tienen, y mucha-, porque una actitud así sitúa al partido naranja en el limbo de la adolescencia política.
Ciudadanos no quiere lo que quiere y, a su vez, quiere lo que no quiere. Y eso confunde mucho, hay que reconocerlo
Los de Ciudadanos se han situado las más de las veces en estas embrolladas negociaciones post electorales al costado de los populares, pero simultáneamente intentan hacer como que no ven una realidad palmaria cuya existencia niegan contra toda evidencia: que sin los votos de Vox los de Rivera no estarían ocupando distintos consistorios, incluido el Ayuntamiento de Madrid y por supuesto, el gobierno de Andalucía.
Ciudadanos no quiere lo que quiere y, a su vez, quiere lo que no quiere. Y eso confunde mucho, hay que decirlo. Pero es que, entre tantas dudas, tantas contradicciones, tanto desmentirse a sí mismos y tanto no poder explicar con cierta solvencia las razones de cada una de sus tomas de postura, el resultado a día de hoy es que la formación naranja se ha convertido en un partido desdibujado, un partido sin identidad. No se sabe a dónde va porque apunta en todas las direcciones y en ninguna al mismo tiempo.
Y, por si fuera poco, la única decisión que podría devolverle el perfil de un partido con sentido del Estado, ya que ahora resulta imposible ubicarlo con cierta precisión en el escenario político e ideológico español, la decisión de abstenerse en la sesión de investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, ésa ha sido descartada repetidamente y con gran vehemencia por sus cuadros dirigentes.
Pero sucede que Ciudadanos que, insisto, nació con la voluntad de oponer su fuerza a la fuerza de independentismo y creció mucho gracias a esa determinación, parece estar dispuesto a empujar al candidato a la presidencia en brazos de los independentistas sabiendo, como sabe, que sus 57 diputados junto a los 123 del PSOE suman la mayoría absoluta que haría innecesaria incluso una segunda votación de investidura.
La dirección del partido naranja está actuando con las luces muy cortas, desperdiciando en muy poco tiempo el capital político que había acumulado
Y no es posible imaginar con qué argumentos va a justificar, llegado el momento, su negativa a facilitar un Gobierno que quede libre de servidumbres no deseadas por nadie, tampoco por el propio PSOE. Rivera, Villegas, Arrimadas y el resto de dirigentes están empeñados en convencernos de que los socialistas ya han pactado con el independentismo pero los hechos desmienten de momento esa afirmación que el partido naranja suspira por convertir en profecía autocumplida.
Lo sucedido en el Ayuntamiento de Barcelona es una prueba de que el PSOE está ahora mismo en otras coordenadas. Y, pensándolo bien, puede que el enfado morrocotudo de Rivera con Valls venga precisamente de que le ha desmontado la estrategia de demostrar que el pacto de Pedro Sánchez con los de ERC era cosa ya hecha. Sólo así se explica que la cólera de Rivera esté a la par con la que exuda el republicano secesionista Ernest Maragall que de un día para otro ha visto frustrados sus planes.
El caso es que la dirección del partido naranja está actuando con las luces muy cortas y con ello, por muy disciplinado que esté su Comité Ejecutivo y por mucho que casi nadie se atreva a disentir de los planteamientos de su líder, está desperdiciando en muy poco tiempo el capital político que había acumulado en los últimos 10 años.
Buena prueba de esto es lo que le ha sucedido en Cataluña, donde el partido naranja fue primera fuerza en las elecciones autonómicas de 2017 con más de un millón de votos, pero un año y medio más tarde, en las generales del 28 de abril, ha caído a la quinta posición habiendo recibido apenas 470.000 apoyos.
Ciudadanos ha desperdiciado alegremente su éxito indiscutible logrado en diciembre de 2017 y todo apunta a que, si no espabila pronto y si nadie le canta las cuarenta a su líder, puede repetir ahora el mismo tremendo error, esta vez a nivel de gobierno nacional. Una lástima.
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