Ahí ha acabado el destino de la izquierda española, en la batamanta del matrimonio Iglesias, en sus pies liados entre calcetines gordos y pelusas saharianas de sofá. Iglesias y Montero son ya esa izquierda regia que consiste en ellos dos, esposos de cama alta y católico posmarxismo, con una intimidad de Estado, como el menstruo de una reina. Tomar para ellos todas las izquierdas, o dejarlas estar, es algo que anda decidiendo ahora la pareja, según nos ha contado aquí Ana Cabanillas. Ellos, entoallados entre cojines, quizá mirando al perro arder en la chimenea con su pelo de llama, como un león heráldico, o la piscina llenándose a cubazos de cielo, a sorbos de ave y a cucharadas de criado. Algo así como decidirían la cosa César y Cleopatra.
Entre las demás cosas de casa, entre la farmacia y la ortodoncia, entre la guerra y la siesta, entre las alfombras con mapamundi y la provisión de yogures, entre los imanes de nevera y las esferas armilares, Pablo Iglesias tiene en mente mantener a IU como marca diferenciada, como banderizo, como vasallo o como aya. Irene Montero, por el contrario, quiere fagocitarla, absorberla, eliminarla, que todo a la izquierda del PSOE sea un extenso Podemos como un imperio chino. En realidad, ya casi es así porque de ello se ha encargado bastante bien Alberto Garzón.
Iglesias tiene en mente mantener a IU como marca diferenciada, como banderizo, como vasallo o como aya
Garzón entró en ese nuevo casting de jóvenes de la política sin entender la izquierda vieja y recia de donde venía IU, y cree que su supervivencia personal está en Podemos porque ya nadie sabe qué es el Pecé, o te dicen que es el ordenador. IU sólo mantiene su vieja marca en los municipios, su antigua bandera roja como la de una tasca de mosto o una taquilla de plaza de toros. Quizá también en algunas autonomías como Andalucía, donde estaba Antonio Maíllo, un veterano estoico que hablaba latín de verdad. Pero hasta Maíllo se ha ido, ha vuelto a su instituto como un Anguita más dulce, a hacer de último romano vivo para sus alumnos, y a nivel nacional IU ya sólo suena a la onomatopeya de su ambulancia pasando. Montero, pues, creo yo que va ganando en ese pulso doméstico como entre el que teje y el que sostiene la madeja.
La vieja izquierda venía del tajo, del jornalero, del compañero del metal, del antifranquismo, del sindicalismo, del municipalismo con su zapatero o su minero o incluso su cura comunista. Pero la juventud mochilera ya no sabe qué es eso como no sabe qué es el tabaco negro, ese tabaco negro que fue antes la izquierda, antes de vapear, antes de la hamburguesa de apio, antes de que el látex venciera a la pana. IU ya fue el primer intento de acomodar la vieja izquierda con el ecologismo, el eurocomunismo y los nuevos movimientos margarito-pacifistas. Pero aun así, ya digo, quedaba demasiado antiguo para una juventud que ya no tiene ningún referente en un señor linotipista.
Montero quiere completar la posmodernización de la vieja izquierda destruyéndola en su tradición, referentes y lenguaje
Montero quiere completar esa tarea de posmodernización de la vieja izquierda destruyéndola. Destruyéndola en su tradición, en sus referentes, en su lenguaje, porque los objetivos de la dogmática posmarxista son los mismos, sólo usan tácticas diferentes que yo resumo en la administración ventajista del caos (“antagonismo administrado”, se empeñaba en decir finamente Laclau).
Cargarse IU, cargarse la vieja izquierda, y que sólo quede su finca, su pirámide puramente podemita; olvidar tanta sigla y tanta florecilla desperdigada y cementar el gran mazacote de Podemos; derribar aparatosamente el simbolismo remendón de la hoz y el martillo y quizá erigir como una bandera playera el nuevo símbolo del patinete o del medallón rapero o de la vagina de plástico, que funcionan mejor. Montero lo sabe y quiere cuanto antes quedarse con toda la izquierda como con toda su cosecha de limones del jardín, que no sé si tiene limoneros pero pegaría con el adanismo ideológico y personal de la pareja. Hacer eso y hacerlo ya, que se acumulan las cosas de la casa. Iglesias, por su parte, cree sin duda que las raíces, el poso, la diversidad ancestral y tribal de la vieja izquierda aún pueden atraer a gente, más que un monolito siniestro.
Irene quiere cargarse IU, comerse a IU, y Pablo quiere inventar otra vez, un poco tontamente, IU, haciendo (aun bajo un liderazgo totémico) una concurrencia de siglas, sensibilidades y cocidos de sus sectas. Ahí está la izquierda, siendo lo de siempre pero queriendo dejar de ser lo de siempre. Una izquierda civilizada, refundada en la democracia sin ramalazos ya de totalitarismos, esencialismos ni mitologías, es lo que nos sigue faltando, eso sí.
Ahí está la izquierda, siendo lo de siempre pero queriendo dejar de ser lo de siempre, sin ramalazos de totalitarismos
En casa de los Iglesias-Montero, que han ido más allá de esa estampa del líder leninista o guerrillero, del mesías con mazo o canana y sombra de mausoleo glorioso; ellos que han ido mucho más lejos instaurando una monarquía fernandoisabelina de hippies con castillo; allí en su casa / diócesis es donde se está dilucidando todo. Entre el sonido españolísimo de la olla exprés y el sonido londinense del carillón de lord, entre el sueño piscinero de las cascadas privadas y los atrapasueños de la conciencia de clase, Pablo e Irene se juegan la izquierda como en un strip póker de barbacoa. Uno aquí, ya ven, haciendo teorías de la izquierda y lo que hace la pareja Iglesias-Montero, César-Cleopatra, es la lista de la compra o el testamento de todo su reino fluvial.
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