Uno de los espectáculos más deprimentes y vergonzosos al que nos podemos enfrentar las víctimas del terrorismo –y los ciudadanos decentes en general– es el de ver a Arnaldo Otegi exhibiendo su cinismo infinito en la televisión pública, la que pagamos todos los contribuyentes. Su entrevista de ayer en TVE no fue en absoluto agradable para quienes hemos sufrido la persecución de ETA y sus cómplices, pero al menos tuvo un aspecto positivo: nos permitió comprobar que, aunque haya muchos interesados en borrar las huellas de sus crímenes, es el propio Otegi quien imposibilita su blanqueamiento.
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