Uno de los espectáculos más deprimentes y vergonzosos al que nos podemos enfrentar las víctimas del terrorismo –y los ciudadanos decentes en general– es el de ver a Arnaldo Otegi exhibiendo su cinismo infinito en la televisión pública, la que pagamos todos los contribuyentes. Su entrevista de ayer en TVE no fue en absoluto agradable para quienes hemos sufrido la persecución de ETA y sus cómplices, pero al menos tuvo un aspecto positivo: nos permitió comprobar que, aunque haya muchos interesados en borrar las huellas de sus crímenes, es el propio Otegi quien imposibilita su blanqueamiento.
Ayer Otegi fue él mismo, sin caretas, sin tapujos, vomitando las mentiras de siempre. Mintió cuando dijo que no tenía información sobre los atentados sin resolver de ETA. Mintió al reiterar que nunca había formado parte de las filas de ETA. Mintió cuando tuvo la desfachatez de atribuir a la voluntad de la izquierda abertzale el final del terrorismo de ETA. Mintió cuando llamaba, una y otra vez, “lucha armada” al terrorismo de ETA. Sin embargo, de alguna manera le traicionó el inconsciente y nos dejó frases que desmienten sus propias falsedades. “Nuestra estrategia no necesita la violencia para lograr nuestros objetivos políticos”. Es decir: cuando Herri Batasuna y sus siglas herederas fueron ilegalizadas por ejercer de brazo político de ETA, y por tanto la izquierda abertzale vio que el terrorismo le convertía en una fuerza menguante, que amenazaba con caer por el sumidero de la historia, Otegi y los suyos mudaron la piel de la serpiente y cambiaron de estrategia. “Lo siento de corazón si hemos generado más dolor a las víctimas del necesario o del que teníamos derecho a hacer”, se atrevió Otegi a cuantificar el daño que tenían derecho a hacer él y sus amigos. ¿Cuál es el grado de violencia que hubiera sido legítimo? ¿Cuántos de los más de 850 asesinatos tenían derecho a cometer los etarras? ¿Cuántos de los 2.600 heridos? Y, exactamente, ¿quién les otorgó el derecho a decidir la vida o la muerte de sus conciudadanos? Es difícil manifestar más miseria moral.
Eché de menos en la entrevista de TVE que los periodistas fueran más inquisitivos con Otegi
Eché de menos en la entrevista de TVE que los periodistas fueran más inquisitivos con Otegi. Eludió responder todas las preguntas incómodas que le hicieron, con su retórica cínica y la típica demagogia autocomplaciente de quien goza de impunidad política y social, y le dejaron irse sin más, sin ahondar, por ejemplo, en los 10 años que estuvo activo como miembro de ETA –de 1977 a 1987, hasta que fue detenido con cartas de extorsión de la mano–. Podrían haberle preguntado por el secuestro del directivo de Michelin Luis Abaitua (febrero de 1979), por el que fue condenado por la Audiencia Nacional; o por otros secuestros y asesinatos concretos que su banda cometió durante esos años, como el de José Ignacio Ustarán (septiembre de 1980), por poner un caso sin resolver de su primera época como terrorista. ¿A qué se dedicó Otegi durante toda esa década de actividad etarra? ¿A leer tratados de filosofía? ¿A cocinar? Probablemente nunca nos lo confiese, pero los periodistas no deberían dejar de preguntárselo, ni de preguntarle por todo lo que sabe de las décadas posteriores de ETA, ya que nunca llegó a romper con la banda terrorista, aunque no “militase” activamente en ella.
A pesar de ello, todos los que vieron la entrevista en Televisión Española pudieron comprobar, con sus propios ojos, lo que llevo años denunciando: que Otegi es quien es gracias a ETA. Que le debe todo a ETA, aunque ahora quiera vivir como si la banda nunca hubiese existido. Su obsesión por imponernos el olvido y el silencio sobre el pasado se debe a que él es la expresión máxima de quienes han vivido, viven y pretenden seguir viviendo de lo que ETA hizo. Las víctimas nunca dejaremos de recordar que Otegi es un etarra, que secuestró, que formó parte de una organización terrorista y que dirigió su estrategia. Pero lo que tampoco olvidaremos es que, si Otegi se proclama hoy líder político y social en televisión, y puede presumir con arrogancia de que muchos en el País Vasco y en Navarra votan a los suyos, no es solo gracias a ETA. Es también gracias a que los dos grandes partidos políticos de este país, PSOE y PP, accedieron a sus exigencias de que se legalizaran los brazos políticos de ETA. Esta ha sido una de las heridas más graves que ha sufrido nuestro Estado de derecho: que los terroristas de ETA puedan estar en las instituciones y en la vida pública –con todo lo que eso conlleva, como salir en televisión– sin haber condenado el terrorismo.
Otegi podrá ser candidato a lehendakari, pero lo que marca su biografía es que es un terrorista
Por esta razón, desde que se empezaron a celebrar en 2013, no hemos acudido a ninguno de los actos de homenaje a las víctimas del terrorismo que se organizan cada 27 de junio en el Congreso de los Diputados. Que se honre a las víctimas del terrorismo en una institución en la que están representados sus asesinos es, cuanto menos, un ejercicio de cinismo. EH Bildu será legal –como insisten en remarcar últimamente los portavoces del Gobierno– pero ninguno de sus dirigentes ha condenado a ETA, todos siguen justificando el asesinato de nuestros familiares y tienen al frente a un individuo como Arnaldo Otegi, que sigue llamando “lucha armada” al terrorismo, sigue haciéndose pasar por víctima de un supuesto conflicto étnico y se considera un agente imprescindible de la paz en la “ecuación política de Euskal Herria”. Otegi podrá ser algún día candidato a lehendakari, pero lo que ha marcado y marcará su biografía es que es un terrorista que no rechaza su pasado criminal. Cualquier pacto con su formación política podrá ser legal, pero siempre será indigno porque todo lo que son Otegi y los suyos se lo deben a ETA.
Consuelo Ordóñez, presidenta de COVITE
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