Arnaldo Otegi, máximo dirigente de EH Bildu, ex miembro de ETA, apareció ayer en Televisión Española en el programa La noche en 24 Horas que dirige Marc Sala. La Asociación de Víctimas del Terrorismo, el PP, Ciudadanos y otros colectivos condenaron su presencia en la televisión pública. A mí no me gustó ver anoche a Otegi, pero no soy partidario de los cordones sanitarios, incluso aunque en algunos momentos sintiera repugnancia ante su arrogancia provocadora.

Al final, lo que queda es la negativa rotunda de Otegi a condenar a ETA, lo que se le pidió por activa y por activa. Una y otra vez se empeñó en que "lo importante son los hechos, no las palabras" y se adjudicó el mérito de haber colaborado a poner punto final a la violencia de ETA (en un momento dado la calificó de ¡¡"violencia política"!!): "Yo he colaborado a que acabar la lucha armada en el País Vasco".

Lo que hizo ayer Otegi, al margen de mantenerse firme en su negativa a pedir perdón por los más de 800 asesinatos cometidos por la banda, fue una recreación de la realidad, una falsificación de los hechos insultante para las victimas. Primero, situó al mismo nivel los crímenes de ETA que las torturas policiales que se cometieron en el País Vasco. ETA, bajo su visión, actuaba casi como un instrumento de defensa del pueblo frente a la policía franquista, que se mantuvo incluso tras la muerte de Franco. "Exijo que el reconocimiento de la verdad se haga por todas las partes", dijo en tono retador.

Sería una humillación para el constitucionalismo que Sánchez se apoyara en una organización que no condena el terrorismo para lograr el gobierno en Navarra o la investidura

Su falsificación de la realidad llegó a ser grosera cuando situó el final de ETA como una decisión autónoma adoptada desde la izquierda abertzale que entendió que "la violencia no ayudaba a solucionar el conflicto". Se olvida Otegi de que ETA fue derrotada en todos los órdenes. Que sus sucesivas cúpulas cayeron una a una gracias a la acción de las fuerzas de seguridad del Estado y la colaboración de Francia. Y que la decisión de esa izquierda abertzale vino condicionada porque cada vez más su posición era más débil en el seno de la sociedad vasca.

Otegi quiso hacer de la necesidad virtud y nos quiso vender una vez más la mercancía averiada de que la paz tiene un precio, que consiste en "pasar página" de lo que ocurrió durante más de 40 años en el País Vasco y en toda España.

Ni ha habido un empate entre el estado de derecho y el terrorismo, ni se puede poner al mismo nivel los excesos policiales, incluso los GAL, con la maquinaria de terror de ETA y sus crímenes indiscriminados.

No, Otegi, a pesar de lo que dice en su libro El tiempo de las luces, no es un hombre de paz, como le calificó el ex presidente Rodríguez Zapatero. Es el representante del brazo político de la ETA derrotada.

Los votos, en los que insistió una y otra vez, no legitiman ni el terror ni curan el dolor.

Insisto en que yo nunca hubiera prohibido esa entrevista, que no fue cómoda ni mucho menos. Primero porque creo que todos los partidos legales tienen derecho a hablar. Pero, en segundo lugar, porque permitió a mucha gente ver el rostro real de Bildu y también la humillación que supondría para el constitucionalismo que Pedro Sánchez se apoyase en esa organización, incapaz de arrepentirse de su sangriento pasado, para lograr el gobierno en Navarra o la investidura.