Los Locomía eran como hamaqueros geishas, como los hermanos de Manolo Escobar, de Madonna, como un Boney M. ibicenco, como los camareros bailones del yate de Elton John, como unos Pokémon de Miguel Bosé antes de los Pokémon. O eran mucho más. Eran la nueva tauromaquia de pelo, abanico y danza de una España que entraba en Europa y no podía llevar otra vez a Massiel con un vestidito de papel ni al torero de siempre como un borriquillo de Mijas. No, España tenía que dar algo entre playero y almodovariano, entre folclórico y cubista. España no podía dejar de ser España, pero el rizo de morena, los amantes bandidos y el abanicazo de suvenir picassiano en los ojos tenían que hacerse de otra manera. O sea, que lo de Locomía era lo más rancio que podíamos hacer entonces huyendo de ser rancios. Los Locomía eran mucho más folclóricos que Martirio, por ejemplo, que es una blues woman en realidad. Los Locomía seguían siendo Paquito el chocolatero aunque se vistieran de samuráis peluqueros.
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