Lo suyo hubiera sido llevar a los Village People, como Reyes Magos del Orgullo, como los capitanes de todos los ejércitos de la causa desfilando con sus diferentes uniformes, sus diferentes armas y sus diferentes amores de velcro, del cuero al mono obrero, del amor de motero al de marino desembarcado. También hubiera quedado bien quizá mandar polis strippers, polis de despedida de soltera/soltero, con porra de peluche y tanga de Robocop.
Sí, iba mucha gente en el Orgullo, gente de lo más discreta, sólo con esa camiseta arcoíris, con el zarpazo de Curro o de Mi Pequeño Pony, como iba Ferreras ahí tocándose sus teticas de panadero. Y gente más sofisticada con los amarres o las argollas o los plumeros; gladiadores y bailarinas y surfistas y natachas, carrozas como brasileiras y tatuadores de Mad Max, pelos azules y pechos con grifos como los sujetadores de Madonna, gais broncíneamente olímpicos y otros como Ignatius Farray, que al final uno así les enseñó el culo peludo a los de Cs, un culo-espalda, un espinazo indiferenciado sin sollamar, y me quedé yo con la duda de si era el final de un chiste de Ignatius Farray. Pero allí, habiendo tanto de todo, faltaba algo.
En el Orgullo faltaba algo, y de eso se dio cuenta Marlaska. No se trataba por supuesto de que faltaran gais de Cs o del PP, gais que no fueran de izquierda, de la izquierda de chaise longue que es el PSOE o de la otra izquierda tiñosa de más allá. Eso, lo de los fascistas y homófobos (esos extraños gais homófobos y fascistas que hay por ahí) ya se encargaría él de evitarlo, como ministro vestido de poli hawaiano o poli hawaiano que hiciera de ministro.
Es una reivindicación política, ideológica, en la que puede caber Ferreras y su heterosexualidad de leñador, pero no un gay de Ciudadanos
No, lo que pensaba Marlaska que faltaba era oficialidad. O sea, la autoridad del Estado unida al acto, al símbolo. Bueno, ellos no dicen que sea un símbolo, sino una reivindicación política. Se han encargado mucho de recalcarlo: el Orgullo no es una fiesta piscinera, no es un pasacalles temático, no son gais que salen de conga, no es una celebración de derechos o de memoria, y ni siquiera es algo que sea de gais. No, es una reivindicación política, ideológica, en la que puede caber Ferreras con su baile de Ewok y su heterosexualidad de leñador, pero no un gay de Ciudadanos.
Marlaska quería policías y guardias civiles uniformados, pero no de servicio, sino allí formando parte de la conga. En realidad, yo creo que se quedó cortó. Debería haber pedido a representantes del ejército, para que lanceros y zapadores pudieran hacer coreografías con los Village People y para que los coroneles se besaran como rusos o como en aquella canción de Sabina. O a jueces, una representación de jueces locazas, con puñetas avolantadas, bailando como derviches. O inspectores de hacienda, estrictos y con mucha cuerda trenzada. Claro, por qué no. Marlaska quería algo así, pero no que fueran como particulares, claro, que uno puede ir como particular si quiere. No, debían ir como representación del Estado, como batallones del Estado. El Estado representado en una manifestación política.
Por supuesto, no pudo ser. Sus policías, fueran o no con el botón de menos y la porra de más, y sus guardias civiles, fueran o no con el tricornio ladeado como una cupletera, no pudieron desfilar porque la ley les prohíbe asistir a manifestaciones vistiendo el uniforme, salvo si están en acto de servicio. Otra vez la ley contra el sentimiento de la gente, debieron de pensar el ministro jurista, Zapatero, Iceta, Évole y Ada Colau.
Otra vez la ley contra el sentimiento de la gente, debieron de pensar el ministro jurista, Zapatero, Iceta, Évole y Ada Colau
Somos tan incívicos, a izquierda y a derecha, que hasta a un ministro le parece normal y deseable y estético que el Estado esté representado como tal en una manifestación política (porque ellos han dicho que es una manifestación política, con razones políticas para ir, para que no te dejen ir, y para que te echen de allí a tamponazos, como a Carrie). Eso implica reconocer que el Estado tiene una ideología, algo así como un nacional-homosexualismo quizá.
La verdad es que al otro lado también tenemos a esos legionarios que llevan a los Cristos en peso como barcos vikingos asaeteados, o esos alcaldes o ministros con cirio de oro y medalla servilleta, acompañando a su santo como un macero. Sí, ese nacionalcatolicismo que nos queda como en el fondo del botijo con anís de España. Y es que si el Estado no puede tener ideología, por supuesto tampoco puede tener religión.
Como no sabemos qué es el Estado, lo público, el espacio común, nos creemos que el ayuntamiento es nuestra capilla o nuestra ruló, o que la Guardia Civil tiene que aparecer en el Orgullo sosteniendo nardos o soplillos de japonesa. No tenemos regulado esto bien, la verdad, ni creo que lo lleguemos a tener. Los incívicos se gustan en la incivilidad, combaten una incivilidad con otra y a eso le llaman política, derechos, reivindicación y hasta justicia. Somos incívicos, aunque ahora parece que una parte ejerce mucho más que la otra. Esos incívicos que no son capaces de distinguir entre la democracia y el montón, entre la ideología y los derechos de todos, entre la filiación política y la condición íntima, humana y libre. Ni Marlaska distingue ya entre los cuerpos de seguridad del Estado y los Village People. Ni entre una barra de bombero y una barra americana.
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