No sé por qué la gente se imagina ahora a Rivera con cagalera, pero a Sánchez excretando pompas de colonia Nenuco, como un querubín de aparador con hipo. Estamos tan hiperpolitizados que la cagalera del político también es política, es la somatización de su ideología, su discurso desenrollando el cerebro en intestino. La salmonelosis de Rivera, o lo que sea que tenga, parece un mal de ojo, esas maldiciones que te echan los gitanos de coplilla alrededor del ojo del culo, que se te cierre o te arda o te florezca el amor cobarde y culpable en él. Quizá lo que pasa es que los odiadores están en la fase anal que describía Freud, con el poder y el placer simbolizados en la capacidad de expulsar o controlar la mierda. Quizá es que la política entera no ha pasado de esa fase anal. Ni siquiera para Anabel Alonso, esa actriz que pone voz a florecillas resfriadas o a peces payaso, aunque también a tu tía con bolsa de agua caliente. Porque todo esto, lo sabrán, es por un comentario de Anabel Alonso, que deja en Twitter pequeños aguijonazos de mala leche sin dejar de parecer la abeja Maya.
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