Las negociaciones entre el presidente del Gobierno en funciones y el líder de Podemos tienen ya muy difícil, si no imposible, compostura. Un presidente en ejercicio no se lanza a decir a los cuatro vientos que da por terminadas las conversaciones si no tiene la intención efectiva de no reanudarlas porque, en caso contrario, aparecería ante la opinión pública como un inconsistente y quizá también como un tramposo.
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