Uno de los principales factores que suman enteros para intentar asegurar el resultado feliz de una inversión financiera es el de identificar con la mayor claridad posible el momento del ciclo emocional en el que se encuentran los mercados, pues las conductas de los inversores transcurren paralelas a sus movimientos, entre situaciones de alegría generalizada, impasses de desconcierto y momentos de depresión generalizada.
Estos fenómenos han sido ampliamente estudiados por la psicología y en concreto por las finanzas conductuales que desde hace unos años se han validado y verificado como un innegable factor explicativo del actuar de los participantes en los mercados de valores.
Tras caídas extremas de la Bolsa, salvo para los inversores más bregados o más optimistas, la sensación generalizada es de desconsuelo y abatimiento. Con los primeros impulsos de recuperación de los mercados, aparece la desconfianza, una incredulidad temerosa y, aunque a base de actos de fe se vea la posible salvación, no se atisba claramente la recuperación de los precios.
Si la recuperación se empieza a consolidar, la sensación de alivio tras las penalidades pasadas empieza a superar al miedo anterior y renace una renovada creencia en los mercados de valores y sus posibilidades de recuperación. Si el optimismo persiste no tardan en aparecer los cantos de sirena de revalorizaciones de relumbrón. Si las Bolsas siguen subiendo las compras se generalizan y nadie quiere perderse la fiesta. Las ganancias se generalizan en los mercados y las buenas noticias en los distintos medios financieros superan con creces las mejores de las expectativas soñadas por los inversores. Todo es un estado de euforia y plusvalías latentes sin fin aparente.
Los mercados alcistas nacen en el pesimismo, crecen en el escepticismo, maduran en el optimismo y mueren en la euforia
Y así ha sido y será desde que existen los mercados de valores. Los mercados alcistas nacen en el pesimismo, crecen en el escepticismo, maduran en el optimismo y mueren en la euforia que no deja de ser la resaca de una borrachera de optimismo. El optimismo es pues es esa oculta presencia que enciende la chispa del posibilismo y permite la superación de situaciones económicas que parecían insuperables.
Si algo enseñan los años además de que la vida iba en serio ( Gil de Biedma dixit ) es que con independencia del momento del ciclo emocional de inversores y mercados, una actitud positiva aún en los momentos más aciagos será un factor clave y la gota que, sumada a la de otros miles o millones de inversores, pueda favorecer la vuelta alcista de los mercados de valores.
Es verdad que esto puede parecer un tópico y un consejo más posibilista que realista, pero no hemos de echar la vista muy atrás para comprobar su vigencia. Todos recodamos el último trimestre del 2018 en el que cobró fuerza el espantajo fantasmal de una recesión inminente -agitado por miles de agoreros financieros- pero del todo injustificada por los datos macroeconómicos e indicadores adelantados, que a lo sumo apuntaban a una desaceleración económica pero estaban lejos de observaciones que la confirmasen.
El resultado de ese pesimismo generalizado fueron unas caídas abultadas, la extensión de un sentimiento de temor generalizado y de ventas masivas y el cierre en rentabilidades negativas de la casi totalidad de activos financieros.
Para quién se mantuvo racional y optimista, el mantener su inversión o el aumentar sus posiciones no solo le dio la razón, sino que además obtuvo unos réditos espectaculares en el primer trimestre de 2019. De esos que te hacen todo el año en términos de rentabilidad.
Si un inversor hubiese escuchado a los anunciadores de catástrofes, no solo habría salido de mercado con pérdidas, sino que posiblemente ahí permanecería ante el otro temor que planeaba sobre la economía mundial y que afirmaba subidas de tipos de interés impepinables por parte de la Reserva Federal americana. Cosa que no ha sucedido y que en un giro copernicano apunta del todo a
lo contrario.
Con plazo y cabeza fría las caídas de precios son excelentes oportunidades de beneficios futuros
Mantenerse en el lado bueno de la vida sin caer en un estúpido buenismo suma enteros en el ámbito de las inversiones financieras. Con plazo y cabeza fría las caídas de precios son excelentes oportunidades de beneficios futuro y solo deberemos observar un gráfico en un periodo prolongado en el tiempo para poder verificar que las fluctuaciones en los precios de las acciones o en sus índices principales es una tónica lógica y repetitiva dentro de este mundo de la inversión. Niveles de derribo que parecían infinitos no lo son y en un plazo, a veces menos extenso de lo que el
pesimismo dicta, se convierten en una lanzadera que recupera niveles máximos cuando no los supera.
Tras este fulgurante inicio de ejercicio 2019, inversores, analistas y medios empiezan a barruntar de nuevo si no estamos en niveles de peligro en las valoraciones, si el ciclo positivo no puede segur batiendo plusmarcas temporales e incluso, de nuevo, vuelve a aparecer la temible recesión.
Por mi parte y cada vez que leo sobre calamidades futuras del todo impredecibles o un inversor me relata los horrores que vaticina y que le mantienen casi permanentemente fuera de mercado, además de acordarme de Galbraith, que repetía aquello de que la única función de la predicción económica es hacer que la astrología parezca algo más respetable, no logró quitarme de la cabeza (y reconozco que no pocas veces he tenido la tentación de ponerme a silbarla) la melodía con la que finalizaba la desternillante película La vida de Bryan de los Monthy Python, cuando el sosias de Jesús de Nazaret, clavado en la cruz entre padecimientos agudos, se pone a tararear la conocida "Always look on the brigt side of life". En un ambiente de absoluta derrota y de certeza mortal los cientos de crucificados no pueden abstraerse al optimismo del protagonista y acaban coreando la melodía observando la vida y la muerte desde un punto objetivo externo a impresiones emocionales.
Pues eso, aunque el pánico sea siempre más fuerte que la euforia y la impresión emocional generalizada sea entusiasta o derrotista, el optimismo siempre tiene premio a largo plazo y por el mismo precio siempre será más agradable el situarse en el lado amable de la vida. De la vida inversora, en este caso.
Carlos de Fuenmayor es especialista en finanzas
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