No sé si Pedro Sánchez, hace unos días, al imaginarse dando su discurso en la tribuna, sintiéndose la perla de la ostra abierta que le hacen el Congreso y el país, esperando la abstención de todos y una paloma que se le posara en el hombro al final, pensaría que podría encontrarse así. Con la gente mirándolo como un águila desplumada, esa águila calva de los percheros y las gorras presidenciales, mientras lo que se comentaba era qué antisistemas iban a entrar en su Gobierno: ministros que creen que hay presos políticos, que piensan que los jueces se inmiscuyen en la “democracia”, que echarían a los tiburones a los Borbones, que “democratizarían” los medios, que ven el Estado como una cloaca. Pero ahí estaba Sánchez, cantando sus discursos de oso panda, de abuelo minero, de actriz con medio Goya y medio tacón, removiendo la papilla de los pobres, los moribundos y hasta los muertos.
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